POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Ahora que está en auge la promoción institucional de los caminos de la Santa Cruz de Caravaca, con todas las bondades políticas y religiosas, quiero referir qué, a comienzos del siglo XVIII, auspiciadas por el Cardenal Belluga, se organizaron grupos de peregrinación con salida de la catedral de Murcia y llegada a las parroquias de Caravaca de la Cruz, Ulea y Abanilla; municipios donde se veneraba el Lignum Crucis.
Los grupos de peregrinos estaban muy bien organizados y tenían un itinerario para cada uno de los pueblos. Saliendo de la catedral murciana, tomaban rumbo hacia sus lugares de destino, y era mi pueblo al ser la población con menor número de habitantes, solía tener menor número de romeros. Sin embargo, alentados por el propio Cardenal Belluga, tomaron la decisión de alternar sus rutas en años sucesivos, con la finalidad de que todos los peregrinos visitaran las tres parroquias en donde se veneraba la Santa Cruz.
Cada pueblo, al ser distantes geográficamente tenía su ruta y, desde aqui, comenzaba en la propia Catedral murciana y, como el peregrinaje era a pie, los ancianos e impedidos lo hacían en caballería, lo tenían que realizar en etapas. Dada la distancia, unos 27 kilómetros, si las condiciones climáticas no eran favorables, se veían obligados a pernoctar en el camino.
Pues bien, el camino hasta mi pueblo tenía la primera etapa a la altura del «Cabezo Cortao». Alí descansaban y reponían fuerzas y, una vez repuestos, reanudaban el itinerario preestablecido, con el fin de cubrir la segunda etapa, situada a la salida de Molina del Segura, a la altura del Llano.
Una vez recuperadas las energías, se disponían a realizar el siguiente tramo, con nuevo descanso en una venta ubicada entre La Capellanía de Archena y Campotéjar; lugar limítrofe entre los pueblos de Molina de Segura, Archena y mi localidad.
Si no desfallecía ningún peregrino, seguirían camino de la parroquia, con una nueva escala en «La Tercia del Tinajón»; lugar en donde, auspiciados por el propio Cardenal Belluga, se habían establecido en una residencia de reposo, «La Congregación de los Franciscanos». Dicho convento y lugar de reposo, tenía como secretario general a D. Juan del Junco, que ostentaba el cargo de Secretario de los Franciscanos y de la Santa Inquisición.
Si no había ninguna dificultad, seguirían rumbo por los caminos de tierra y piedras y, si había surgido algún contratiempo, pernoctaban en la residencia de los padres Franciscanos; en donde recibían toda clase de atenciones.
Prosiguiendo rumbo se adentraban por «Cuesta Blanca», atravesando el terreno de las minas de hierro y cobre del campo, seguían su itinerario por «la cuesta de los arrieros» y desembocaban en «la rambla de la Morra». Siguiendo por «el camino del barco viejo», avistando el casco urbano, iban dejando atrás el paraje de «la sardina», y, llegados a «el cabecico Cortao» efectuaban el último descanso del itinerario. Allí, además del descanso contemplaban la localidad y su fértil huerta. Una vez repuestas las energías, se disponían a efectuar el último tramo del camino, entrando en la Villa por «La Capellanía», «Camino de las eras también denominado «la Glorieta», «calle Mayor» y «Plaza del Ayuntamiento y de la iglesia».
Allí, al pie de las escalinatas, le esperaba el párroco Juan Pay Pérez con el Lignum Crucis y, en procesión, entraban en la iglesia en donde sería venerado por todos los peregrinos. Tras una breve alocución del sacerdote, salían del recinto eclesial y eran agasajados por las autoridades del Consistorio.
Las atenciones de Juan del Junco eran extraordinarias y, si estaban muy cansados o la climatología era adversa, les daban alojamiento en la mansión de la Santa Inquisición y retornaban a su lugar de procedencia al día siguiente.
Es de notar que estas peregrinaciones solo se realizaron durante nueve años ya qué, El Cardenal Belluga fue trasladado a Roma y no había ninguna otra persona relevante que les animara y les facilitara asistencia durante la romería.