POR MIGUEL ROMERO SAIZ, CRONISTA OFICIAL DE CUENCA
Dicen los sabios que hay razones para poder entender el camino de la vida, a veces más razones que paradigmas y por eso, en estos tiempos malos que estamos pasando, recluidos entre la incertidumbre y la rabia; entre la depresión y la duda, ahora, es cuando uno se reencuentra consigo mismo para revivir tiempos de recuerdos. Pero claro para poder revivir esos instantes únicos debemos hacer memoria porque cada uno de estos recuerdos vendrán impregnados de una gran carga emocional que nos hará sentir como si estuviéramos inmersos en el pasado.
Y al tocar la emoción, tocamos un tema delicado, porque psicológicamente debemos ahora estar fuertes para potenciar nuestra impotencia ante la situación en la que estamos inmersos. ¿Será bueno el recuerdo o quizás, será contraproducente? Pensemos que hará más bien que mal.
Está claro que los recuerdos son una forma de aferrarte a las cosas que amas, y ahora nos hace falta eso, AMOR, demostrar donde está y dónde debemos practicarlo, teniendo en cuenta que a muchos seres queridos no podemos verlos, solo sentirlos virtualmente en el mejor de los casos; por eso debes hacer sentir las cosas que eres y también, las cosas que no quieres perder. No queremos perder la identidad por eso, rebuscamos en estos días de tantas horas metido en casa, ese posible entretiempo y como contrasentido, huyendo del tiempo a la vez, y sabiendo entresacar las razones de lo irracional. Colocar y descolocar para volver a colocar. No es mala terapia.
He estado rebuscando, ordenando papeles, documentos, buscando los álbumes de fotografías de papel, esas que apenas utilizamos porque se ha suplido con lo digital, y he pasado a recordar momentos intensos, simpáticos, agradables, alguno triste, divertidos, nostálgicos, pero en definitiva, terapéuticos para la situación. He encontrado el libro de Escolaridad de Bachillerato y me he dado cuenta que no fui tan buen estudiante, pues en cada curso suspendí alguna; luego me ha provocado cierta simpatía encontrar mi libro de la primera comunión, con tapas de nácar blanco; la cartilla del servicio militar donde llegué a ser cabo y gracias; la fotografía que nos hicieron en el colegio con el mapa de España detrás y esa cara de «pánfilo» que uno tenía en aquellos años; en fin, una cantidad de recuerdos que me han alegrado el alma, ahora que me he dado cuenta, que también tengo alma.
Y luego están los perros, ese animal de compañía que ahora tanto se cotiza. ¡Quién lo iba a decir que hasta se pudieran alquilar para pasear y así poder salir como excusa a la calle en tiempo de confinamiento vírico!
Me he sentido bien. Yo amo a los animales, sobre todo a los de compañía, porque ellos te dan todo lo que tienen a cambio de nada; no protestan como tu pareja, no se quejan sin razón como uno mismo, no les molesta nada, ni el frío ni el calor, no contradicen al amo, no te piden comida ni siquiera amor, y nosotros se lo damos porque nos sentimos bien. Ahora, amigos, resulta que son fundamentales en el enclaustramiento -palabra conventual, trágica y mística- porque con ellos, sales al aire de la calle, oteas un poco el horizonte y relajas tu emponzoñamiento casero, hogareño, claustrofóbico, eterno…
Ya veis, sin esperarlo, en un santiamén como diría mi abuela, todo ha cambiado. Ya no sabemos en qué día vivimos, nos da igual lunes que domingo, ya no nos ponemos la camisa limpia para ir a misa como ocurría en los pueblos, nos da igual que sea una hora u otra, que pase el tiempo, los días, las semanas y la incertidumbre de llegar a «ese pico» ansiado, casi tan ansiado como el que pretendía Oyarzabal cuando quiso llevar por primera vez al Everest:¡El pico, el pico…¡ ¡Dios mio¡, cuando llega, porque esto se puede hacer tan eterno como latente.
Y no quiero acabar sin volver a dar las GRACIAS con mayúsculas a esos sanitarios maravillosos que tanto está haciendo; a esas fuerzas de seguridad que nos aportan tranquilidad; a esos carteros, tenderos, farmaceúticos, bomberos, personal de servicios y todos lo que de una manera u otra, están dando su trabajo, sacrificio y vida por nosotros. Sencillamente, gracias.
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