PETRER (ALICANTE) EN EL RECUERDO A TRAVÉS DE LA CÁMARA DE JOSÉ ESTEVE SÁNCHEZ
Ene 16 2019

ARTÍCULO PUBLICADO EN LA ‘REVISTA FESTA 2017’, A CARGO DE MARI CARMEN RICO NAVARRO, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA; Y FERNANDO E. TENDERO FERNÁNDEZ, DIRECTOR DEL MUSEO DÁMASO NAVARRO

La familia Esteve al completo (1945).

Seguro que en muchas ocasiones hemos oído o hemos dicho alguna vez el refrán “una imagen vale más que mil palabras” en el sentido de que cualquier representación gráfica tiene muchísimos más matices observables e información implícita que la mera descripción escrita, aunque sea un relato muy bien redactado. No en vano el sentido de la vista es el más utilizado por las personas. Además, puede darse el caso de que al estar frente algunas imágenes sobrepasemos la mera descripción visual de la ilustración que estamos viendo, generando composiciones mentales de situaciones o lugares, incluso aunque no hayamos estado.

Esta es la magia de la imagen y eso es lo que nos ocurre cuando repasamos las fotografía realizadas por José Esteve Sánchez, que nos llevan a un tiempo pasado centrado cronológicamente entre la década de los sesenta y los setenta, y a un Petrer que, en ciertos aspectos, ya no existe salvo en la pervivencia de estas estampas y en la memoria de los vecinos y vecinas que ya tienen una edad avanzada y una rica trayectoria vital. Es por ello que debemos agradecer a personas como José, Pepe, Esteve -protagonista junto a su obra del presente trabajo- y otros fotógrafos en activo durante estas décadas -como Vicente Villaplana (Rico y Tendero, 2013)-, que nos hayan legado una descripción de la villa y de sus habitantes para poder evocar el Petrer en blanco y negro.

Una aproximación biográfica

José Esteve Sánchez nació en Monóvar en 1906, el 20 de octubre, hijo de José Esteve Romero y de Luisa Sánchez Rico. Eran seis hermanos: Pepe, Remedios, María, Luisa, Pascual y Paco. Sus padres se dedicaban a la agricultura y estuvieron de caseros en varias fincas de nuestra zona, entre ellas la del Albelló, en Sax, y en La Esperanza, en el caserío petrerense de Caprala.

Fue en Caprala donde Pepe, como era conocido familiarmente nuestro fotógrafo, conoció a su esposa Mercedes Payá Beneit (1910-1997), ya que ella vivía también en esta partida rural con sus padres Ventura y Ana María, en una casa que mediaba con la de La Esperanza, en lo que es conocido como “el caserío’. Esta misma vivienda, con los años, pasó a Francisco Payá, hermano de Mercedes, casado con Lola Navarro, muy conocido y popular en Petrer por su dedicación al pastoreo.

El día 28 de febrero de 1933 Mercedes y Pepe se casaron y fijaron su residencia en Caprala, en la casa de los padres de ella. De este matrimonio tuvieron cinco hijos: José (n. 1933), Ventura (n. 1935), Mercedes (1940- 2003), Francisco (n. 1943) y Juana (n. 1945). En Caprala compaginaba el trabajo agrícola en las tierras de su suegro y en otra que heredó de sus padres situada próxima a la carretera Elda-Sax por la Torreta (CV833) con el de los zapatos, concretamente como cortador de suelas. De ahí le viene que fuera conocido popularmente como “Pepe el de la sola”.

Para acudir a su puesto de trabajo se desplazaba en bicicleta, primero a Elda, a la fábrica de calzado de Rodolfo Guarinos, posteriormente a la fábrica Luvi, ya en Petrer y, en Calzados Amalia, propiedad de Joaquín Villaplana, ubicada en la antigua calle Calvo Sotelo que actualmente corresponde a la calle País Valenciá.

Era muy conocido en Petrer el puesto de melones que tuvo junto a sus socios Pepe Pla, el Botero, y su cuñado Basilio, en el Derrocat, justo delante de la puerta de su casa, en la calle Prim número 1, donde actualmente está la farmacia. En este inmueble tenía su domicilio y una cuadra donde guardaba el carro con el que iba a trabajar sus tierras. Si como decíamos anteriormente se desplazaba en bicicleta y carro, también era habitual verlo circular por las calles de Petrer montado en una motocicleta, primero de la marca Roa y después con una Bultaco de 125 cc.

Las personas que lo conocían sabían de sus dotes como zahorí o radiestesista, aptitud para la que debía de tener una sabiduría o don innato para poder localizar las corrientes subterráneas de agua, así como los lugares apropiados para la instalación de un pozo, sin ningún tipo de instrumental sofisticado, únicamente con herramientas como una varilla u horquilla, un péndulo o sus propias manos que señalaban el lugar donde sentía que estaba el preciado elemento. También podía utilizar esta técnica para localizar vetas de metales (Navarro, 1984). De este modo, con algún amigo salían por los lugares donde él creía que había algún depósito de agua, así como su profundidad y caudal, y unas veces sí y otras no, localizaba el mismo. Pozos hallados por él son el Pou del Grupo en els Aiguarrius y, sobre todo, el del Cotxinet, aunque también había pequeñas decepciones como cuando él relata que en el bancal de la sort de Puça pensaba que había un cofre a unos cinco metros, descubriendo al excavar esa profundidad que se encontraba ante una gran losa de piedra compuesta por minerales metálicos, pero de cofre con tesoros y riquezas, nada. Esta misma técnica la ha continuado su sobrino Luis Payá Amat, “el de la Almadraba’, por lo que el título del artículo que le dedicaron en El Carrer a José Esteve como “El penúltimo zahorí” estuvo muy certero (Navarro, 1984).

Fuente: http://petreraldia.com/

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