POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Tengo un ropero harto de prendas sin estrenar; digo cuarenta trajes y me quedo corto, aunque, más que cortos, me quedan apretados: no me cierra la cremallera del pantalón, se fatigan las costuras cuando abotono la chaqueta y los cuellos de las camisas me inhiben la nuez y la palabra. Es obvio apuntar que en mi casa comemos bien, basta ver al gato, y añádase que en la tienda escojo siempre dos tallas menos para adaptarme al molde y no al revés, o sea, adquiero las prendas con la ilusión de ponerme a dieta, es más, para obligarme a adelgazar; una osadía más ilusa y utópica que comprar polos azules para cuando lo sean mis ojos, marrones de nacimiento. Así llevo treinta años coleccionando trajes para mi esperanza; puede estar contento mi alter ego con semejante guardarropa. Mi otro yo, en cambio, sigue gordito, con la indumentaria demodé, amable y gastada, que me acepta como soy.
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