POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En la iglesia de San Bartolomé, de Ulea desde el año 1720 el cura párroco, o el sacristán, acompañados de los monaguillos, hacían unas plegarias, a los sones de la campana, tres veces al día, como un ritual de protección. A estos rituales se les llamaba conjuros o plegarias.
En la torre de la iglesia, por encima de la plataforma del reloj, se colocaban unas máscaras y daban comienzo los conjuros; desde el principios del mes de mayo, hasta que se acababa el verano. La finalidad que se perseguía, era alejar las nubes de granizo, la popular piedra de los labradores, durante los meses de recolección de la cosecha de cereales y frutos del campo. La piedra era el mayor enemigo de los agricultores; según los expertos labradores uleanos.
Estas plegarias se rezaban tres veces al día si eran generales y, las especiales, en el momento que se creía oportuno y, a cualquier hora del día que fuera necesario; incluida la noche.
Estas plegarias se efectuaban, también, para evitar las epidemias que diezmaban la exigua población; tales como La Peste, La Gripe Maligna y La Tuberculosis. Los agricultores uleanos, además de alejar las nubes de granizo, pretendían defenderse de plagas del campo cómo “El Piojo Rojo y la Langosta”.
Antes de realizar las plegarias o conjuros se colocaban las máscaras, también llamadas tarasca, encima de la plataforma del reloj, en la torre de la iglesia de san Bartolomé. Las máscaras eran unas figuras alegóricas, generalmente de cartón, que representaban a los males de los que pretendían defenderse.
En el año 1724, a principio de mayo, el cura párroco Juan Pay Pérez, acompañado del sacristán Teófilo Abenza López a los que asistían dos acólitos y el campanero, pronunció un Memorial, en el presbiterio del altar Mayor de la iglesia de Ulea, anunciando el comienzo de los conjuros o plegarias generales.