POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Andaba trasteando el otro día con el libro que me había prestado Teresa Bermejo Gómez, estupenda cocinera en el legendario Restaurante Dólar, que me di de bruces con un vecino pasado al que este humilde Cronista nunca había echado el lazo. Nacido en San Ildefonso en 1803, José Losáñez llevó una vida complicada que le hubo de alejar de este Paraíso en el que tenemos la suerte de vivir. Alistado en el ejército, hubo de exiliarse en 1821, como algún que otro vecino del que algún día hablaré, tras el pronunciamiento del Teniente Coronel Riego. En el país antagonista, José sobrevivió especializándose en la docencia del español y el latín hasta 1826, momento en que logró regresar a la Patria, una vez fue pacificado el país con la ignominia de los Cien Mil Hijos de San Luis. De vuelta, en Valladolid, ya escritor y docente profesional, pudo casarse y establecer una familia para, desde Madrid, conseguir en 1847 una plaza de profesor titular de Francés en el Instituto de Segovia, como haría setenta y dos años más tarde Antonio Machado.
Escritor comprometido con la docencia, el proceso de aprendizaje y la moralidad innata a tamaña responsabilidad, escribió varios libros educativos sobre el Santuario de la Fuencisla, el Alcázar de Segovia o la gramática esencial del francés. Sin embargo, lo que le dio fama fue la traducción de las parábolas de François Giullaume Ducray-Duminil, recopiladas en dos volúmenes que decidió titular “Las tardes de La Granja”, quién sabe si recordando su infancia en este Real Sitio. El éxito de la traducción hizo que fuera reeditada varias veces, estando a día de hoy, disponible con acceso gratuito en la red de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
El caso fue que, al sacar del olvido al bueno de José Losáñez, me dio por pensar en todos aquellos vecinos, aquellas vecinas, que a lo largo de los últimos años han sucumbido a la pasión por la escritura; que se han sentido en la obligación de sacar ese demonio que te hace digerir una historia hasta que no tienes más remedio que ponerla en negro sobre blanco a costa de tu tiempo, familia, trabajo e, incluso, sensatez. Y no piensen, queridos lectores, que son pocas las referencias de dignos y memorables plumillas en este Paraíso. Además de Losáñez, uno puede deleitarse con los escritos del desgraciadamente desaparecido Pedro Fernández Cocero y su saber captar la realidad poliédrica del Real Sitio en el magnífico “tríptico de La Granja”; la locura gótica de Jesús de Aragón y su amor por el Albergue Real de la Fuenfría; qué decir de la poesía de Raquel Herrero Alberola, pintora de sentimientos y dibujante de compromisos sociales, humanos.
Mención aparte merece José Manuel Martín Trilla, heraldo del Real Sitio Primitivo y todo lo que allí ocurre. En sus creaciones literarias uno encuentra la matriz en la que se ha criado este serrano de postín. Sea la trama que fuere, uno es capaz de entender la convivencia de los vecinos de la sierra, de los habitantes de Valsaín, de La Pradera de Navalhorno, del bosque y el pinar. Nadie como José Manuel para entender qué significó, significa y significará vivir y luchar entre pinos y robles, roquedales y caballerías: entre savia fresca de pinos y agua pura de los manantiales serranos.
¿Y qué decir de nuestro escritor viajero? Profesional de la Fábrica de Vidrio Verescence, sacrifica cada mañana horas de sueño para plasmar la aventura que corresponda en las páginas de la novela que le esté atormentando antes de acometer sus obligaciones laborales. Ricardo Antonio Fernández González nos ha llevado en los últimos años desde la Batalla de Las Navas de Tolosa, en ambos bandos, hasta la Carrera de Indias, pasando por la Segovia Medieval, la memoria del invencible Fadrique de Toledo y Osorio o a través de las sorpresas que nuestra querida capital esconde a simple vista de todo el que la pasea. Este defensor de la Historia Patria, enemigo, como el que suscribe, de la condenada leyenda negra española, conversador maravilloso en cualquier escenario y amante de este Paraíso hasta la locura, carece de miedos o preocupaciones cuando se trata de difundir lo escrito: lo mismo le da vestirse de cortesano o campesino en el Mercado Barroco del Real Sitio, que marcharse a Córdoba, Lerma, Madrid, Salamanca o cualquiera que sea el lugar donde tenga que mostrar su pasión.
Todos ellos y los que habré olvidado, todos, muestran que la literatura corre bien dentro de las venas de mis vecinos, abonada por las visitas a este Paraíso de maestros inmortales de la palabra como Ramón Gómez de la Serna, José Ortega y Gasset, Américo Castro, Victoria Kent, Joaquín Costa, Manuel Cossío, María Zambrano, Leopoldo Alas, Juan Ramón Jiménez, Ignacio Carral y un largo corolario de plumillas patrios, glorias nacionales que supieron ver que, como diría Antonio Machado, a la sombra de Guadarrama, entre los pinares y robledales de este Real Sitio, “donde juegan mariposas doradas, allí, el maestro un día, soñaba un nuevo florecer de España”.
Fuente: http://www.eladelantado.com/