POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Los podólogos pisan fuerte, airean los beneficios de unos pies sanos y frescos, piensan con los pies y sólo en los pies y lanzan su campaña de verano para que luzcamos unos pies esculturales, unos pies helénicos en sandalia griega. Con la inflación galopante de móviles, no hay día que no me llegue el guasap de alguna amiga enviándome fotos del Cantábrico, la arena rubia más acá y los pieses en primer plano, donde, como diría Hernández, cesa en diez partes su hermosura; diez uñas rosas apuntando al cielo. Puedo estar equilibrado pero el podólogo, con sólo mirarme a los ojos, sin darle pie, enseguida me dirá de qué pie cojeo y me hará un par de plantillas. “¿Cuánto es? –Ciento veinte”. Callos, juanetes, hongos, espolones, sudor, encarnación, fascitis, pie plano o cavo, ojos de gallo…, ¿ojos de gallo en un homo sapiens? En fin, veo a un podólogo y ¡pies para qué os quiero!
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