POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Seguimos encerrados, que esto ya cansa un poco, y por ello mi punto de vista también se encuentra aislado, tendría que ver tantas cosas que está ahí fuera, esperándonos, esa primavera verde, que por estas tierras son tan efímeras como exultantes, tan ansiada siempre en esta tierra seca, amarilla o parda con alguna pincelada de los pinares verdes neutros. Esa visión extraordinaria que desde mis balcones tengo de una de las más hermosas plazas de España, la Plaza de la Villa de Arévalo, con ese precioso ábside de Santa Maria la Mayor que atesora en su interior un pantocrátor bellísimo, a poniente, o al borde del saliente, sosquinada, la torre de los Ajedreces de San Martín, ese mudéjar pleno, que es como un estandarte de la ciudad… pero por ancha que es la plaza, son estrechos los horizontes que añoro, que apenas por tres rendijas deja ver el horizonte ahora verde provocador. Son esas lluvias intermitentes que hacen bueno el refrán de “abril, aguas mil…” o ese otro de “marzo airoso y abril lluvioso, hacen a mayo florido y hermoso”, pues eso, que, salvando los fríos amenazantes de la Cruz de Mayo, la cosecha puede ser reconfortante para nuestros agricultores, que tanto tiempo y tantas circunstancias adversas llevan en los últimos tiempos, y se lo merecen.
Y como sigo embarcado en el orden de papeles, libros y recuerdos de mi vida, estoy recuperando varios escritos extraviados en la marabunta de papel, pero no perdidos, pues están aflorando del maremágnum y que había perdido en su forma digital cuanto tuve aquel apagón digital que para mí fue como un sarampión. Cuando aparece alguno de mis trabajos de aquella primera época, los copio pacientemente porque quiero ir completando mi obra escrita, parte de ese plan de ordenamiento de mis papeles.
Y uno me trajo tantos recuerdos y se acomoda tan perfectamente a la situación actual, la de las lluvias, no al confinamiento, que me ha dado la idea de contárselo en estas líneas semanales. Un artículo que titulé “Adaja, aguas del padre Duero” y tiene la fecha del 22-12-1989, en este mismo Diario. Y recordé tantos detalles vividos entonces por que fue un acontecimiento raro por lo poco frecuente, y no dramático, porque las crecidas de Adaja en Arévalo no producen daños más que en las huertas, por la formación del terreno que el río transcurre por profundo barranco. Y me lo recordó porque precisamente estas semanas de lluvias abundantes está produciendo una situación parecida. El río Almar crecidito, el Zapardiel que se sale del cauce y llanea en esta llanura arremansada, pero que se lo pregunten a Medina cuando se enfada…, el Arevalillo también trae un buen caudal, que da gloria verle, y oírle. Y el Adaja con su cauce más amplio y creciendo, pero que no llega a las antiguas avenidas de impresión, pocas, que hemos conocido de tarde en tarde. Ahora no es igual, porque con la presa de Las Cogotas, sus ímpetus se amansan y elevan su nivel, aguas para después. Según la confederación Hidrográfica del Duero, el padre de estos afluentes, el nivel actual, al 27/4/2020, es del 91,3 %, casi lleno, que del todo nunca lo dejan, y que es ocho puntos superiores a la media de la última década. Aguas prometedoras de futuros sembrados de la cuenca, es decir de nuestra siempre sedienta comarca.
En definitiva, quizás la última crecida del Adaja a su paso por Arévalo, porque poco después de aquella histórica avenida de 1989, la presa empezó a embalsar. Uno de los datos más peculiares e impactantes de aquella afluencia masiva de aguas fue que, los ojos del puente de Valladolid se cegaron, el agua subió un par de palmos por encima del alto del ojo más elevado, como se indicaba en una elocuente foto que fue tomada ya unas horas después del máximo nivel que se había producido en la noche.
El parte meteorológico de estos últimos días dio 127 litros/m², en una media de 412,2 l/m² anual, y 2,30 m. de altura del nivel de las aguas alcanzados en el cauce de Arévalo estos días. Otra gran avenida… y los campos verdes como pocas veces…