POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Bastaba con traspasar la luz que salía del proyector y entrar en la oscuridad que te acogía y te transportaba mostrándote los mundos de otros mundos. Luces y más luces. Sueños y más sueños. Dentro el tiempo se medía de manera distinta. Sentando percibías cómo se iban difuminando y apagando las luces de la sala. Por el pasillo veías correr una luz que buscaba la pantalla. Allí aparecían las emociones, las lágrimas, los besos, los indios, los héroes, las risas, las aventuras, los malos, los monstruos, los buenos… Afuera todo seguía igual, bajo la sobriedad de la vida rutinaria. Allí, dentro, memoria de rugido de un león sobre la pantalla imponiendo orden y silencio al auditorio.
Hay veces que sientes la necesidad de volver a escaparte y regresar a aquellos territorios hoy ya perdidos, inexistentes. Buscar la butaca preferida y mirar de nuevo al pasillo por donde salía todo en busca del prodigio de un arte al que todos llamamos cine, bajo el pliegue mágico de la luz y el recuerdo.