POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Yo aún no había mandado mis cartas, Y se me pasaron los Reyes sin enterarme y con el frío reinante, pero llegaron en una noche muy cálida de afectos y emociones por ver a tanta gente menuda gozando asombrados de esas visitas reales creadoras de tantas ilusiones. No salían de su asombro al ver a los Reyes tan de cerca, pero aguantaron el frío intenso para acercarse a saludarlos.
La personal y la del Cronista, y menos mal que en la preciosa, colorista y animada cabalgata arevalense, aprovechando la cercanía y las fotos pude dirigirme a sus majestades y darles en mano mis peticiones, quizás un nuevo libro, o algún documento para investigar, alguna visita a los archivos que son como catedrales de la historia, salud para seguir con la actividad necesaria.
Pero también mis ilusiones y buenos deseos para esta ciudad y sus gentes, para que el nuevo año venga lleno de realidades, para el trabajo de nuestras gentes y que la juventud no tenga que salir, si no lo desea, para el progreso armónico de la ciudad, de su modernidad y de su patrimonio, el que la historia nos ha legado. Y para que tantas realizaciones que están ahí esperando ser una realidad comiencen a funcionar y dar frutos.
Pero, estoy detenido en el tiempo, porque estos deseos y peticiones ya tienen días, pero quería compartirlos con la gente, tenía necesidad de hacerlo después de la ausencia de la semana pasada. He sufrido como un paréntesis, primero técnico y de reciclaje, que sin ordenador y la escritura ¡me aburro! Al que ha seguido el de recuperación física, porque las nieblas, heladas y cencelladas han minado mi salud y estoy en proceso de recuperación. Ya tengo ganas de leer, de escribir… y de salir, aún no me lo recomiendan.
Tengo que contarles una historia tierna y emotiva, no lo puedo remediar, porque eso si que ha sido empezar el año haciendo una de las cosas que más me gustan, dirigir a un buen grupo de amigos por mi ciudad vieja, la histórica y la patrimonial, con una buena comida que no podía faltar, con música y copas de remate.
Verán amigos lectores, no creo que a los protagonistas les importe que les cite en esta columna, pero es que todo esto comenzó con una oferta que no podía rechazar… Unos amigos celebraban sus 25 años de casados, Pilar y Nino, y me invitaron a celebrarlo con ellos, familiares y amigos, de aquí y de fuera, e incluir en el programa del día una visita del Cronista.
Además era una sorpresa y naturalmente acepté porque además de ser un halago especial, me gusta porque ayudando a descubrir nuestra ciudad a los de aquí y de fuera me produce la sensación de ser valorado entre mis gentes, de poder ayudar a descubrir lo nuestro y de compartir con ellos cuantas cosas se van descubriendo de nuestro Arévalo. No se puede amar aquello que se desconoce. Por sus atentas escuchas, por los silencios tan elocuentes, estaban tan a gusto… y yo también. Amigos míos, tantos años actuando como Cronista, en los que podría contar infinidad de anécdotas y vivencias, las más dispares situaciones y los grupos mas variopintos, creo que esta experiencia ha sido tan nueva como reconfortante. Bueno pues ya me quedo más a gusto, con mi felicitación más entrañable y mi oferta de estar ahí para repetir la experiencia cuando cumplan los 50.
Y otro aspecto que quiero anticipar. En estos días de recogimiento, con revisión y ordenamiento de papeles y archivos electrónicos, de vez en cuando aparece alguna joyita que, sin estar perdida, si estaba extraviada. Y entre otras varias, un grupo de fotos que realicé con aquella cámara Zeiss Ikon que fue un regalo de mi padre hace ya muchos años, las espectaculares fotos del hallazgo y rescate del río Adaja, al pie del mirador, de la estatua de Emilio Romero… y eso me trae a la memoria que con las vacaciones veraniegas me quedó pendiente una ultima entrega sobre el maestro de periodistas que después, ya me parecía fuera de tiempo… pero, en otra columna contaré ese sucedido que fue un revulsivo en la ciudad hace muchos años, tanto como lo fue su desaparición misteriosa, según unos, fruto de una gamberrada, según otros de la mala leche…