POR MIGUEL ANGEL FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE NOREÑA (ASTURIAS).
Uno que conoció Valdevimbre hace casi cincuenta años, recuerda con agrado y cierta dosis de nostalgia, el sabor característico del aquel vino de aguja de la comarca que hoy en día es conocido por la variedad de Prieto Picudo de los Vinos Tierra de León. Recuerdo también las meriendas en las pequeñas bodegas de Claudio, de Miguelín y la de otros muchos agricultores del pueblo que elaboraban el vino para el consumo familiar, sin olvidar la de Heliodoro que suministraba la materia prima para su bodega en el alto Aller en las estribaciones del puerto de San Isidro y cuya marca destaca aún sobre el ocre del resto de las bodegas excavadas bajo montículos rodeando la población.
Desde entonces, mucho han cambiado las cosas en Valdevimbre. Ya no vemos trillar en la era, las calles ya no están polvorientas y el lúpulo que cuidaba mi amigo Ervigio ya no existe y Ervigio tampoco; se clausuró el viejo cuartel de la Benemérita y la fonda de Fidel que regentaba su viuda Sabina –nativa de El Berrón- y que acogía a decenas de asturianos dispuestos a “secar” en los meses de verano, continúa funcionando con clientela fiel, principalmente procedente de la cuenca minera del Nalón.
Las bodegas familiares están muy cuidadas y cotizadas, y desde hace unos 20 años la hostelería apostó fuerte por este pueblo leonés. Varios empresarios han puesto negocios del gremio en el interior de las cuevas subterráneas que hacía años no guardaban vino, mantenidas milagrosamente a lo largo de los tiempos, con las enormes prensas y pisones y demás utensilios de la época luciendo bajo la entereza de la tierra, señas de identidad y de distinción que forman parte del paisaje castellano, consiguiendo en su interior una temperatura y humedad ideal para el cuidado de los vinos. Ofrecen comida típica leonesa, como son las tortillas de patata guisada, las chuletillas al sarmiento, lechazo al horno, callos de cuchillo y tenedor o bacalao con tomate y, por supuesto, el exquisito vino rosado, tinto, verdejo o crianza a quien deben tanta fama los valdevimbreses o vimbreros, gentilicios de los nacidos en el pueblo.
Visitamos varias bodegas y nos quedamos con la denominada como La Cueva del Cura Acierto pleno. Cueva amplia, bien cuidada, con capacidad para más de doscientas personas que se pueden acomodar en varios comedores y pequeños vericuetos sencillamente decorados y bien atendidos por el equipo de colaboradores que capitanea Celso, su propietario.
Un feliz reencuentro con Valdevimbre después de tantos años, saludando amigos y descendientes de familias a quienes conocimos en aquellos años, y la satisfacción de pasear por el pueblo y recordar a los abuelos que puntualmente acudían a la cita veraniega disfrutando de la climatología y por supuesto del vino de la tierra. ¡Volveremos!
FUENTE: EL CRONISTA