POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Les cuento: Fue don Eugenio de Salazar (1530-1602) un magistrado, político y escritor español del siglo XVI; personaje de altos cargos y de fino sentido del humor. Estudió leyes en las Universidades de Alcalá y de Salamanca, fue juez y fiscal de Audiencia en Galicia, Gobernador en las islas canarias de Tenerife y de La Palma, fiscal de Audiencia en Guatemala y en México, Rector de la Universidad Pontificia de México… En fin, un «fuera de serie».
Les decía que como escritor, además de muy culto, tenía un singular sentido del humor. Que «era un coñón» porque mostraba «gran coña» en sus narraciones.
En cierta ocasión que vino a Asturias «recaló» por la comarca de Ibias y, más en concreto, por Tormaleo y lo que allí vio (o «mal vio») lo reflejó de este modo (que resumo) en sus CARTAS JOCOSAS, publicadas por primera vez en Madrid en 1866:
1.- «LAS CASTAÑAS tienen en alto sobre unas bimbres tejidas y pendientes de unas sogas, en las cuales miran y contemplan como los moros en el zancarrón de Mahoma, porque no hay SUSTENTO que les de más gusto ni que ellos tanto amen, excepto el vino, al cual tienen tanto amor, que siempre lo traen metido en lo íntimo de sus entrañas».
2.-«Y yo les pregunto que cómo pueden comer tanta sopa y nabo, que es ventoso?, y respondénme que por eso dio Dios respiraderos a la cuba, porque no reviente…Y pasa su «respirar» de tal manera que si tuviera cualquiera de ellas mil troneras, por todas tronara, y para ninguna faltaran municiones ni balas que soltar».
Aunque con gracia y chiste poco afortunados (para mi gusto), don Eugenio nos regala un testimonio importante sobre la comida «de a diario» de las gentes campesinas asturianas en aquellos tiempos en las que las patatas no tenían presencia en los fogones.
El POTE DE CASTAÑAS y EL POTE DE NABOS no eran tan «ostentorios» (palabreja inexistente que utilizaba mucho don Jesús Gil) eran, en aquellos días y aún en tiempos después, guisos muy humildes y sencillos y que muchos calificaban como «de viudas». «LES CASTAÑES VIUDES» (y también los nabos) se guisaban del mismo modo a como ahora lo hacemos con las patatas:
Las castañas, sin la piel exterior, daban un primer hervor en agua, sin llegar a cocer, y, templadas, se pelaban de su piel interior. Se llevaban a una cazuela con agua y sal y a fuego medio hervían lentamente hasta quedar bien cocidas, pero enteras. A media cocción se condimentaban con un sofrito de ajo, cebolla, pimentón al gusto (dulce o agridulce) y si «había posibles» con un poco de chorizo desmenuzado o cortado en lonchas más bien finas.
Esta fórmula de «castañas viudas» era (y es) aplicable a los «nabos viudos» y así la degusté yo por primera vez en Sahagún (León) elaborada por una profesora, licenciada en Historia, que era de Cabañaquinta (Aller).
Pasaron los años y con la mejoría de «los posibles» (es decir, de los dineros y de lo que «daba la casa y la huerta»), las castañas dejaron de ser ingrediente principal para ser ingrediente secundario en los ampulosos POTE DE BERZAS y POTE DE RABIZAS (a este en algunas localidades del suroccidente llaman «CALDO»).
Que ¿cómo se hace?
Pues no se compliquen mucho en su confección. Guisen un pode de berzas o de rabizas según su costumbre habitual (patatas, berzas o nabizas, compango a base de lacón, costilla (o botillo – butietsu), chorizo, morcilla) y a media cocción agreguen las castañas a las que previamente se les dio un hervor para pelarlas.
Una advertencia: esta receta es aplicable para las castañas «tiernas»; si ya están secas (las que llamamos «mayuques» o «pilongues») precisan de un remojo previo en agua durante unas 8-10 horas.
Y no olviden que las castañas, como los nabos, son «ventosas» y conviene «disimular las troneras para descargar la munición».