POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
El frío, la lluvia, la nieve y un leve «trancazu gripal» me impidieron estar en Morcín (Asturias) para participar en los actos del Capítulo Anual de la Cofradía de Amigos de los Nabos, de la que soy Cofrade de Honor.
Aquí en mi casina, calentín y medio en cama, rememoré historias de nabos y de su cocina, muchas de ellas y con sus recetas publiqué en series sucesiva en el porfolio que la Cofradía edita para esta fiesta morciniega. Me dicen que, si un Mecenas colabora, ese trabajo será ofrecido en formato libro para deleite de todo amante de nabos.
Y, en ese recuerdo de guisandería, reviví un riquísimo pote de nabos que me ofreció doña Carmen Caballero, allerana ella, que era la Subdirectora del Centro de Enseñanza Media de Sahagún, que yo dirígía. De postre -lo recuerdo con especial cariño- me ofreció unas GALLETAS DE HIERRO, típicas de esa ciudad que, por lo que me dijo, se las había regalado la esposa de Nicanor el de la Estación.
Una delicia y una sorpresa.
Les cuento.
Sahagún (por favor, nunca digan «Sahagún de Campos») fue durante siglos «tierra de dominio monacal». El Monasterio de San Benito tenía poder sobre tierras, haciendas y personas; si bien era centro de fe y de cultura.
Una de las prerrogativas del Monasterio era la prohibición al vecindario de elaborar pan y dulcerías en molinos y hornos ajenos al monacato. La inteligente picardía del «pueblo fiel» le llevó a inventar unos pequeños moldes de hierro, a modo de sanwidchera moderna, en los que se introducían pequeñas porciones de masa de harina, y calentados a la brasa del fuego de la cocina, cocían hasta dorar.
Si la masa era dulce, el producto eran unas deliciosas galletas que, por razón del molde, se las llamó y llaman DE HIERRO.
Estas galletas sahaguneras son de forma circular y, ya frías, son duras. Recién sacadas de los hierros están blandas y hay quienes les gusta darles formas diferentes. Todo es cuestión de imaginación y de evolución repostera.
Pueden Y hacerlas así:
En un cuenco grande batan muy bien 3 huevos enteros y una yema; añadan unos 300 g. de azúcar y un poco de azúcar vainillado; incorporen después 250 g. de mantequilla derretida y finalmente harina suficiente hasta lograr una masa fina, homogénea y ligera (unos 750 g. de harina).
Formen pequeñas bolitas con esta masa, lleven una a una a la sandwidchera (los moldes de hierro están ya en el olvido) y calienten hasta dorar.
Y como final, las casualidades de la vida. Aquí en Gijón, tengo como vecina a una antigua alumna sahagunera, hija de Nicanor el de la Estación, a la que quiero mucho y ella me quiere en recíproco cariño.
Se llama María José Castañeda y en estas fiestas navideñas me obsequió con unas galletas de hierro moldeadas en forma adecuada al caso.
Otra vez más los NABOS y las GALLETAS me ayudaron a contarles cosas.