POR GABRIEL SEGURA HERRERO, CRONISTA OFICIAL DE ELDA (ALICANTE)
Durante siglos la quema de libros fue un acto de fanatismo ideológico, promovido por autoridades políticas o religiosas para evitar la propagación de «ideas peligrosas».
La historia de la Humanidad está llena de episodios de quema de libros: la gran biblioteca de Alejandría, la persecución de los cátaros, la Alemania nazi, etc.; e incluso la quema de libros de don Alonso Quijano protagonizada por el cura y el barbero y relatada en el inmortal «Don Quijote de la Mancha».
Ya quisiera yo que se siguieran quemando libros. Eso supondría que alguien los considera peligrosos y por extensión importantes. Por desgracia, hoy pasa lo peor que le puede pasar a la cultura impresa. ¡Los libros son un problema!. Se acaban siendo objetos molestos en las baldas de las estanterías domésticas y, como consecuencia, son pasto fácil del contenedor del reciclaje; e incluso peor … son arrojados al suelo de la calle, ninguneados y despreciados.
Llámenme romántico, pero no puedo con imágenes como la que anoche me encontré. ¡Me duele el corazón cuando veo libros en la basura, en el suelo, abandonados con alevosía y nocturnidad! ¡Que profundo dolor!. Mil veces prefiero la hoguera… Es más digna que el desprecio y el abandono. Y encima convierte a unos (los libros y a sus autores) en mártires y a los otros en verdugos.
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