POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Agradecimiento a los presentadores Pablo Méndez y Alberto Infante.
Saludo a los asistentes: Cada uno de vosotros es el soneto más puro, maravilloso y vibrante.
Que las paredes de esta Biblioteca Pública Segoviana oigan, me oigan. Voy a entonar la canción de la naturaleza, madre paridora; voy a meter el campo entre estas cuatro paredes lucidas y enlucidas; voy a subirme a la copa de los árboles y me voy a bajar a sus raíces y a las raíces de las plantas y las flores. Las hojas de los libros son lo más parecido a las hojas de las plantas y las flores, lo sabéis, y lo gozáis. Yo soy un hombre de nuevas plantas y olientes flores, bien plantado en la tierra y sentado en el camino de la vida en ella. O andándola y pisándola y corriéndola y recorriéndola. (Volar todavía no sé; quizá algún día lo consiga).
“Campo de sonetos en rama” representa a la múltiple canción que es la vida haciéndose y deshaciéndose, enmadejándose, enredándose y desenredándose, al sol y al fresco de la sombra, entretejiéndola con alegrías y tristezas, que de todo hay en la viña extensísima del único Señor, que nos la enseña y muestra.
“Campo de sonetos en rama” me ha salido del polvo de la tierra, como a Dios le salió la figura del primer hombre, ¡oh alfarero eternal!, y le he insuflado el aire del espíritu, porque el poeta también es creador. Desde esta tarde andará solo por las bibliotecas y las librerías, esperando la mano de nieve que sepa tocarlo; subirá a los altos palacios de los mandamases y descenderá a las familiares casas de los que viven por sus manos y cuentan un cuento a sus donceles frutos de vientre; se paseará por el pecho de los letraheridos y ocupará las mentes de los desocupados.
Se trata de un libro im-presionante, ambulante, reptante, elegante, pimpante, cantante y sonante. Le tengo en las manos y vuela, me hace volver a volar y soñar. Ese es el misterio mágico de los buenos libros, como “La buena tierra”, de Pearl S. Buck, o “La tierra baldía” de Thomas S. Eliot, que de baldía, no fue nada. ¡Ay, abril, mes cruel! Pues tampoco, pues que en él nació y retoña, retoñó, la Primavera de Botticcelli, al canto de un pincel. Hay que verla en la galería de los Ufizzi en Florencia, donde florecen ante los turistas visionarios las flores pintadas del Renacimiento.
“Campo de sonetos en rama” es un libro fecundo y facundo; un libro energético y paripatético, lleno de amor y de esperanza; un libro irónico e icónico; un libro cómico y simpático, escriturado y roturado como un surco…, un libro cómico y asistente también al drama de la existencia. Y también ascendente, trascendente, superagente. Yo siempre me encuentro alternando la azada con la pluma, y voy del corazón de la coliflor a mis asuntos.
Cuando me preguntan: ¿“Y del compromiso del escritor con la sociedad, ¿qué?, ¿dónde lo aparcas o aporcas?”, respondo: En fabricar bien los versos como una obra de arte afiligranada, con fe en el varón y en la hembra, que son sus reproductores y actores en la asamblea general del universo, desde los helados polos del Norte y del Sur hasta el mediodía de los ecuadores trópicos, que arden como Henry Miller en sus obsesiones sexuales. ¿Queréis que le entregue, me entregue más? Que cada cual se inmole en la mole de la hermosura de la Lengua. No hay mayor ni mejor compromiso sustantivo y adjetivo.
“Campo de sonetos en rama” compendia las horas, días y trabajos de cinco años laborando, cincelando, ajustando, midiendo milímetro a milímetro… la forma estrófica más sublime de la lengua: el soneto.
Pero el/al soneto yo me lo tomo a guasa de gaseosa, que diseña mil burbujas arborescentes –oh árbol de la lengua generativa-, porque me lo puedo trasversar como yo quiera por encima de su métrica clásica, y así me he inventado inusuales formas de expresar su belleza literaria formal, imitando a Boscán, Garcilaso, Fray Luis, Fray San Juan de la Cruz, Lope de Vega, Góngora, Tirso, Quevedo, Calderón, Rojas, Herrera, Lorca, De Cuenca y Gimferrer.
Manuel Gahete, poeta cordobés, -nombrar Córdoba es pulsar poesía- Manuel Gahete, digo, tituló mi poética como la canción de “La vie en rose”, la vida en rosa dichosa y desdichada de Edith Piaf y de todos nosotros. Y dio en el clavo, de canela, ole (huele) por él y por ella.
Yo he sido un Adán en el Paraíso, he ido nombrando cada brazo de rama, cada mano de palma abierta y plana, cada torso de tronco liso y llano, cada pelo de raíz enmarañada, cada cabellera al sol del oro rosicler del alba, la que nos despierta y nos impulsa a la luchar por la solidaria globalidad.
Recibid “Campo de sonetos en rama” como una eucaristía de comunión, como una hostia de literatura blanca, como un vino regalado, como una ambrosía o manjar de dioses, como un pan caliente, coruscante, recién hecho. Estos son mis hechos verbales, en los que el verbo se ha hecho carne y sangre de poesía.
Este pan se me ha henchido en el cuerpo con la harina de las palabras justas y brillantes. Este vino se me ha salido de las cubas de la bodega del alma, como se les salían los poemas efervescentes a Machado o a Unamuno. Son la flor de la inteligencia madre, proclive a la transustanciación espiritual. Y en estas estamos. Ya no me echo más flores. Todas las flores evocadas y desbocadas en el libro están, y suenan, crecen y perfuman.
Mis poemas son una celebración cotidiana de la hermosura, una fiesta de la palabra, una exaltación de la naturaleza ambiente, una cadencia de la incandescencia, un brindis al sol y a la lluvia, y al sueño y al ensueño.
Y cada poema es un cuadro, un bodegón.
De la teoría a la experiencia de la ciencia, de la inducción a la deducción; del ensoñamiento a la realidad.
Vayamos por partes ahora, soneto a soneto (nada más que unos pocos diréis y me acomodo con vosotros) para dejaros con el ansia de degustar los demás a solas en el almario de vuestras querencias mentales y sentimentales.
Y no aplaudáis sino al final de la recitación, y si es que os place, o siempre y solo cuando la emoción os estalla en el pecho y se os desboque por los ojos, las manos y la boca. Gracias.
(Siguen mis lecturas comentadas)
Soneto I
Es la llamada de la tierra una llamada honda…
Soneto II
Si el agua con su ojo cristalino no diera…
Soneto III
Camino entre bancales de luz y pedrería…
Soneto IV
Se ha marchado mi amada con un cesto…
Soneto V
Con mi huerto pequeño me conformo…
Soneto VI
Hoy ha venido Dios a visitarme…
Soneto VII
El tiempo dio de sí lo que más pudo…
Soneto VIII
Tente tiesa, le ruego a la escarola…
Soneto IX
El sol descorre rudamente las nubes…
Soneto X
Atardeciendo en calma y goma en mano…
Soneto XI
Rimo un poema, cavo un surco…
Soneto XIII
Hoy he vuelto a trenzar y destrenzar…
Soneto XIV
No me falta qué hacer: la zarza, el muro…
Soneto XV
Limpiar de arriba abajo el huerto amado…
Soneto XVI
He cavado hasta el fondo y me he visto a mí mismo…
Soneto XVIII
Pepita de oro, la preñada espiga…
Soneto XIX
El hombre es la guadaña que aquilata las cosas…
Soneto XX
Cuando vuelan las aves, veo el nido…
Soneto XXII
Corto una rosa: ¡Qué placer más intenso…!
Soneto XXIV
La tierra también es esas aves voraces…
Soneto XXVI
Riego una planta como acuno a un niño…
Soneto XXIX
Morada de dulzura, la remolacha hiende…
Soneto XXX
Quieta la azada, el corazón tranquilo…
Soneto XXXI
Soy el escriba que sentado advierte…
Soneto XXXIV
Un respeto ante el roble, caballero…
Soneto XXXVI
La piedra late igual que un ser humano…
Soneto XXXVII
El olivo es la lámpara votiva de mi huerto…
Soneto XXXIX
La rosa en su quietud es el eje del ojo…
Soneto XLII
No sabes qués es otoño si a la hoja…
Soneto XLIV
Hay sitio para todos en mi huerta…
Soneto XLV
Miro, descuajo, destripo los terrones…
Soneto XLIX
Si por vasos no es, sea por cubas…
Soneto L
El vino está borracho de beberse…
Soneto LI
Ponedme ante los ojos los viñedos…
Soneto LVII
Ni se te ocurra, mi cegado topo…
Soneto LIX
Cuerpo a cuerpo tú y yo y a ver quién gana…
Soneto LX
¿Adónde van las aves cuando llueve?…
Estos sonetos no los he originado yo, vulgar copista. Los escribí al dictado de mis maestros Virgilio, Horacio, Calíamaco, Catulo, Propercio, Epicuro, Marcial, Juvenal, Petrarca, Shakespeare… y tantos y tantos otros sabios supradocentes que me dieron clases de ritmo, rima y armonía, amarrado yo al duro banco de la Historia de la Literatura, en las playas extensibles de la ensoñación adolescente, cuando todo era amor por la palabra encendida corrreveidila. Las musas atenienses endiosadas algo aportaron también, por su inspiración suprema, porque existir existieron como las meigas galegas. Y ya me planto.
Muchas gracias a todos, gracias especialmente al Director de la Biblioteca: Luis García Méndez, que ha tenido la gentileza de acogernos, y lo hizo sin ninguna duda desde el primer momento que se lo planteé, proponiéndome incluso fechas altenativas. Gracias, don Luis.
Vuestra paciencia ha sido infinita en escucharme pero hay que entrar al toro y matar, terminar, en este ruedo coloquial. Me quedo, pues, a disposición de vuestras inquisiciones y disquisiciones. ¿Quién es el primero en levantar la voz y preguntarme de cuerpo atlante presente? Diga, dígame. (Pablo Méndez, mi menda, márcame el ritmo del discurso consiguiente, que el mío se acabó).
(Se inicia el coloquio)