POR MANUEL PELÁEZ DEL ROSAL CRONISTA OFICIAL DE PRIEGO (CÓRDOBA) MIEMBRO DE HONOR DE R.A.E.C.O.
La verdad es que no sé en dónde puedo encasillar el libro que pretendo recensionar. ¿Es un libro geográfico? me pregunto al repasar el índice sistemático que el autor de este segundo volumen publicado recientemente, y continuación de uno primero aparecido con anterioridad (“1ª Parte: La cara Norte)”, Miguel Forcada Serrano, amigo y colega cronista, ha insertado al principio de su obra, con el objeto -creo yo- de no confundir al
lector, y posicionarlo con pies de plomo en su atrayente travesía por las otras caras más míticas, como él mismo tilda a la llamada Sierra Horconera (más bien Halconera), de Andalucía.
Leyendo su capitulado así lo da a entender: 11y 12 “La Cara Este: De Priego a Lagunillas” y “Subidas a la Tiñosa por la Cara Este”; 13 y 14: “La Cara Sur” y “Subidas a la Horconera por la Cara Sur”; 15: “El Cortijo de La Higuera y su entorno”; “La Cueva de los Cuarenta” y “La Cueva del Sello”, contenido del capítulo 16 “De nuevo con los espeleólogos”; y “En los Solanos”, capítulo 17; y “Los misterios de la Horconera” y “Muy cerca de la Horconera”, con apasionantes textos referidos a la Sierra Gallinera”, “La Ermita y la Nava de Cabra”, “El Navazuelo”, “La Cueva de los Murciélagos” y la “Sierra Alcaide y el Dolmen de la Lastra”, “Sierra Albayate” y “Otros paisajes”, comprendidos a modo de “no va más” y dimensionados en el capítulo
18, o “Epílogo”.
Pero cuando reparo en el título del libro, leo que se trata de una “Guía sentimental”, y este título y expresión me inducen a sustentar la tesis de ser el mismo un libro biográfico o/y autobiográfico. Y entonces me apresuro a dar lectura al “prólogo” en el que el autor que conoce la bibliografía de la comarca como ninguno, echa de menos en la abundante y autorizada producción bibliográfica el que denomina “factor humano”, imprescindible para conocer el territorio en profundidad, es decir a quienes la habitaron y la siguen habitando desde hace miles de años, por lo demás “gentes” a los que no se les ve, pero “que siguen estando allí”, y a quienes le dedica el tomo que reseño.
Y entonces me apresuro a meterme en sus entresijos, lo digo sin ambages, y a hacer su recorrido mental, como si fuera físico, y meterme en su interno, con la maestría que le caracteriza, quiero decir en los sustratos humanos, personas de carne y hueso, a quienes interroga con desparpajo en los propios cortijos y caserones que la habitan o habitaron. Y así, con este marchamo, acompaño al autor por La Almorzara (¿Almozara?), “Los Padres del Carmen”, “Los Ricardos”, “El Salado” (El Río), “La Salina”, “Los Calderones”, “La Casilla del Cuco”, “El Cortijo Severo”, “Budía y Juan Inés”, la aldea de “Las Lagunillas”, (la más poblada de todo Priego), “Cañatienda”, “El Llano”, “Los Petronilos”, “Las Perreras”, “La Presa”, “La Sima de Talillas”, la Sierra de “Alhucemas”, “El Puerto del Cerezo”, el “Cortijo la Higuera”, sin olvidar “Sierr Alcaide”, “Sierra Gallinera”, “Peñas Doblas” y sobre todo la “Sierra Albayate”, cuyo
monte “El Castellar” es “bueno de puerco en inverno”, que escribe el autor del “Libro de la Montería” de Alfonso XI, el rey que devolvió a Priego su alma cristiana en 1341, y que trajo a la villa a dos “infantitas” moras, una de ellas llamada con el bonito nombre de Zeyna, que le regaló el rey benimerín Alboacén, tras la batalla del Salado, en la que éste fue derrotado, y que residieron en la desde entonces llamada “Huerta de las Infantas”, hasta su devolución poco después.
Un libro con esta riqueza toponímica y humana -decenas de personajes interrogados- hace que me decante estar ante un soberbio ejemplar de generaciones, estirpes y cepas de individuos vinculados con las tierras que les vieron nacer o trasegar en sus oficios y
faenas camperas, carne de cultivo toponímica, por lo demás, para filólogos, sociólogos y antropólogos de rango y postín. En efecto, además del vademécum humano, el libro tiene un rico arsenal de nombres de plantas y árboles -no todo es olivar en la viña del Señor-, aves y ganados (¡ay, el casi desaparecido antiguo Priego ganadero!), apto para haber añadido un corpus de tantas variedades animales y vegetales, que son y están en sus llanos y en sus descarnados y vulnerables parajes.
Y no digamos menos del magnífico aparato gráfico que ilustra el texto, seleccionado con gusto y esmero, que permite al lector estar a presencia de una auténtica guía visual que lo enriquece y acompaña por los caminos y vericuetos que conducen no sin esfuerzo a lo alto del pico de la Tiñosa, a 1.570 metros, allí donde el cielo se topa con el suelo. Yo me quedo al resguardo de la toponimia hídrica del libro, a saber: Río Guadajoz, Río Salado, Fuente del Rey, Fuente de la Salud, Fuente María, Fuente de Zagrilla, Fuente del Poleo, Fuente del Marqués, Fuente del Macho, Fuente de la Madera, Fuente de los Calderones, Fuente Barea, Manantial del Arrimadizo, Fuentedura, Fuente del Espino, Fuente del Cañuelo, Alberca de Abajo, Fuente del Espartal, Cortijo de los Arroyos, Fuente de la Almozara, Fuente de Cobo, Fuente La Higuera, Pozuelo, Arroyo de los Arroyos, Arroyo de Cañonegro, Cortijo Anegao, Fuente Palomares, Fuente del Cura, Fuente Calonge, Fuente La Parrilla, Fuente Alhama, Pilón del Nervo, Arroyo de Cañatienda, Charcones, Arroyo del Murmullo, Cortijo la Presa, Venero de la Loma, Arroyo Priego, Cueva de los 7 Pozos, Fuente de las Perreras, Arroyo los Prados, Fuente del Soto, Arroyo de Morellana… Priego, “fábula de fuentes”, que escribió el lorquiano poeta de Fuente Vaqueros, y que con este equipaje, su autor Miguel Forcada, mete a nuestra ciudad, a sus gentes y a sus prójimos en la que podríamos denominar División de Honor de la Cultura Bibliográfica Local.
FUENTE: M.P.DEL R.