POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
El culto a la Hostia Consagrada, Sagrada Forma, Eucaristía o Santísimo, tiene larga historia en la Iglesia Católica cuyo origen data de los primeros años del cristianismo.
En 1230 -así se cuenta- la beata Juliana (1193-1255), priora del monasterio de Mont Cornillon, cercano a Lieja, creyó tener un mensaje divino que la impulsó a promover ante el Obispo de Lieja la celebración del Corpus Christi.
Ese Obispo, después Papa Urbano IV, instituyó «oficialmente» esa festividad mediante la Bula «Transiturus de hoc mundo»; festividad confirmada años después por los Papas Clemente V, en 1311, y Juan XII, en 1317.
Hasta hace relativamente pocos años la festividad del Corpus Christi se celebraba el jueves siguiente a la octava de Pentecostés (otros «jueves» de «alta devoción cristiana» eran el Jueves Santo y el de la Ascensión) y siempre con misa solemne, procesión con la Sagrada Hostia en su Custodia y Bendición con el Santísimo.
Lo decía el cantar:
Tres jueves hay el año
que relucen más que el sol:
Jueves Santo, Corpus Christi
y el día de la Ascensión.
La Custodia -en algunas localidades como Toledo, Sevilla, Sahagún…- la Custodia, de gran valor como joya y como arte, solamente podía ser llevada por sacerdotes; costumbre que también arraigó en muchos pueblos, villas y ciudades españolas. Es, por ejemplo, el caso de Colunga como demuestra la foto que publicamos aquí.
En la liturgia actual de la Iglesia Católica las festividades de la Ascensión y del Corpus se trasladan al domingo inmediato siguiente a «su jueves», manteniéndose este día únicamente en aquellas villas y ciudades de arraiga tradición en sus procesiones (ejemplo: Toledo, Sevilla…).
Hubo y hay instituciones y localidades españolas donde celebran el Corpus con «platos muy especiales» como son Granada (rabo de toro), Cuenca y Toledo (dormidos), Cabildo de la Catedral de Oviedo (fresas)… En algunos pueblos asturianos con arraigadas raíces en la emigración hispanoamericana (argentina, chilena, cubana, mexicana…) tenían a los NIÑOS ENVUELTOS como «plato de fiesta».
Nosotros, sustituyendo filetes de vacuno por carne de pollo, los preparamos así:
1.-Compramos 2 cuartos traseros (muslo y zanca) de pollo y, sin piel, los deshuesamos. Con esa carne, aplastada en fino a modo de filetes, conseguimos unas 8-10 «piezas» de tamaño mediano. Las salpimentamos al gusto.
2.-Sobre cada «filetín» colocamos una loncha fina de queso manchego semicurado y otra de jamón serrano. Aplastamos con la mano para que «unan» y enrollamos el conjunto a modo de «brazo de gitano». Cerramos con dos palillos.
3.- Se fríen esos rollitos hasta dorar en aceite de oliva y se llevan a una tartera.
4.- En el aceite de fritura pochan dos cebollas medianas, medio pimiento verde y medio pimiento rojo, todo picado en menudo. Ya en su punto se llevan a la cazuela de los rollitos.
5.- Se agregan un poco de caldo de ave y un chorro de güisqui o de brandy, y cuece todo a fuego medio durante una media hora. Se retiran los palillos de cierre.
6.- Se sirven emplatados en compañía de patatas fritas, baño de su propia salsa y adorno de perejil picado.
Evidentemente, esos rollitos de carne -que llaman NIÑOS ENVUELTOS- pueden prepararse con filetinos de ternera (asturiana, por supuesto), de pechuga de pollo o de pavo, hasta de avestruz (que es carne muy sabrosa).