POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
No hace mucho tiempo, el Domingo de Pascua de 2009, el entonces vicepresidente quinto de la Diputación de Alicante y concejal del PP en Torrevieja, Domingo Soler Torregrosa, acusó al alcalde, Pedro Hernández Mateo, de gritarle y zarandearle en la procesión, cuando se disponía a ocupar un lugar entre las autoridades. Hernández Mateo, «ante el Santísimo, empezó a gritarme que me tenía que ir a la otra punta», señaló Soler. Y añadió en declaraciones que «me cogió del brazo e intentó por dos veces consecutivas lanzarme a la punta izquierda de la fila». Afirmó sentir «pena» y «vergüenza ajena» por esa actuación: «Es una persona que no maneja la ira y en esos momentos perdió el fuero», apuntando que la situación fue muy desagradable. «Algunos podrían haber salido por la puerta grande y van a salir por la puerta de atrás», sentenció entonces, considerando el altercado como una «agresión democrática» y «protocolaria», afirmando que «me tiene pánico democrático».
No fue la primera vez, ni la segunda, que en una procesión se utilizaban modos “apasionados”. En el 27 de abril 1908, se enzarzaron seguidores de un mismo partido, el Liberal; por un lado, los seguidores de Trinitario Ruiz Valarino -trinistas- que ocupaban la alcaldía y mayoría municipal, y por el otro los partidarios de Joaquín Chapaprieta Torregrosa -chapistas-, que formaban la mayoría de la Junta Administrativa del Santo Hospital de Caridad.
El desplante político ocurrió en un acto religioso cargado de tradición y arraigo en el pueblo de Torrevieja como es la procesión de San Vicente Ferrer. Se produjeron altercados al oponerse los partidarios trinistas a que la procesión visitara el Santo Hospital para que los enfermos recibieran la comunión, negándose el alcalde trinista, Rafael Sala García, a que se realizase el desplazamiento del viático.
Habló el administrador del Hospital con el regidor a fin de ponerse de acuerdo acerca de la celebración del acto, que debía presidir; y éste, no sólo negó en absoluto su venia para ello, sino que ordenó la prohibición del acto.
El administrador, estimando interpretar debidamente el reglamento del Hospital y el deseo de la mayoría del pueblo, dio cuenta de lo que ocurría al gobernador civil, que acordó enviar a Torrevieja un delegado para que, en el caso de insistir el alcalde en su acuerdo, proceder a la celebración de la procesión, bajo la presidencia de este representante.
Puestos de acuerdo el párroco y el delegado gubernamental salió la procesión después de la misa de once a la que asistió casi todo el pueblo, no obstante haberse manifestado en contra de su celebración el médico, asegurando infundadamente que en el Hospital había enfermos con síntomas de viruela y que podían provocar un contagio, fundando la negativa del alcalde.
Pocos momentos después de estar en la calle la procesión, a corta distancia y sin respeto al acto que se celebraba, hombres armados hicieron más de cuarenta disparos de arma de fuego sobre el palio, no ocurriendo de puro milagro desgracia alguna entre la muchedumbre que invadía la carrera y las calles contiguas, pero sembrando el pánico y el desorden. Un gran tumulto impidió la continuación del desfile, teniéndose que suspender, volviendo el palio al templo en medio de la mayor confusión, además de producirse heridos por apaleamientos. Los disparos cesaron y los autores de los disparos desaparecieron, aunque reconocidos muchos de ellos.
Conocido el triste hecho por el gobernador civil, esa misma noche, en el tren correo, llegó a la población, acompañado del teniente coronel de la guardia civil, disponiendo todo lo necesario para que se celebrara al día siguiente la procesión religiosa bajo su presidencia y acompañado por el jefe militar y por el juez de instrucción de Orihuela, venido con motivo de lo ocurrido con fuerzas de la benemérita y para depurar responsabilidades.
Acudió casi todo el pueblo con respeto, con entusiasmo y con seriedad. Fue además una manifestación de protesta contra el hecho del lunes de San Vicente. Las medidas adoptadas por el gobernador las premió el pueblo con una salva de aplausos, vítores y aclamaciones a la salida del cortejo de la iglesia.
La política llevada a la violencia provocó la ira por atacar a una institución benéfica. Abriéndose un juicio para esclarecer las responsabilidades de las personas que intervinieron. Con las indagaciones practicadas se incrementó la indignación de los chapistas al sólo ser detenidos unos cuantos infelices entre los que figuraban dos que, por haber salido del Hospital a recibir al Santísimo sin otras armas que las velas con que alumbraban, fueron ultrajados, pisoteados y tiroteados.
Los graves sucesos terminaron con detenciones y con unas justificaciones, no admitidas por los partidarios chapistas. Fueron encarcelados cinco individuos y en la misma noche fueron puestos en libertad provisional, siendo protegidos los implicados que estaban en las filas de los trinistas, además de procesados dos miembros chapistas del Santo Hospital, por defenderse repartiendo golpes con las velas que portaban.