POR MANUEL PELÁEZ DEL ROSAL, CRONISTA OFICIAL DE PRIEGO DE CÓRDOBA
Prólogo
Lleva este Libro, con mayúscula, un título peculiar: “Puente Tablas”, y es su autor el prieguense Cayetano Peláez del Rosal, con cuya pauta geográfica abundamos en el lugar de su natura que decían los antiguos. El topónimo con el que el texto se encabeza no rotulaba ningún espacio público, desgraciadamente. Desapareció hace mucho tiempo del argot viario, si es que alguna vez tuvo su traza y baza en la pared de alguna de las casas aledañas, que lo dudo, habiendo sido sustituido en tal caso, en recientes tiempos, por el de República Argentina, en un tramo, y Doctor Pedrajas Suardíaz, en otro, ahora con este subtítulo, sí. ¡Menos mal! La elocuente expresión Puente Tablas, como otras tantas populares que se han conservado por fortuna, hoy casi nadie las sabe interpretar, porque no existen testimonios, vestigios o huellas que le den sentido que los comprendan. El asiento del puente, por tanto, junto al del vecino Altillo de la Cárcel, otra víctima del olvido, está solo en la memoria de pocas personas, como la Huerta de las Infantas o la Senda Golosa, cuyo número se puede contar con los dedos de las manos, y si lo hubiere referido Cervantes después de la más alta ocasión que vieron los siglos, no serían más de cinco los sabios que presumieran de conocer el exacto sentido de estas expresiones castizas que se conservan tersas como las cortezas de los árboles de la alameda de la Fuente del Rey. El autor lo ha desempolvado o exhumado del baúl de los recuerdos y ahora para la eternidad ha querido que sea como la portada por bajo de la cual se entre en un jugoso y evocador texto autobiográficoliterario, todo junto. Y como muchas de las vivencias son comunes, yo mismo podría haber escrito este libro, sin usurparle al autor su obra y mucho menos su ingenio, que después algún santón inmatriculista me lo reprocharía.
¿Por qué Puente Tablas? La imaginación de cualquier cristiano nos traslada a la vera de un río cuyas orillas debieron comunicarse a través del artesanal viaducto, que el tiempo y los hombres se llevaron por delante, y que ahora el autor del libro recupera del paraíso perdido que es la historia. El cauce que por bajo de la calle aún sigue discurriendo se llamó otrora el Río de las Moras, no sabemos si por las infieles musulmanas que habitaron el lugar antes de que los cristianos las ningunearan junto al Lavadero del mismo nombre, o por el fruto de los morales, cuyos árboles estaban plantados en la ribera, y cuyas hojas eran el alimento y sustento de los gusanos de seda, entretiempo y comercio de los habitantes barrocos del Priego de inilletempore. Al Puente Tablas abocaba la Ribera, nombre éste con el que también algunos pocos llaman a la calle que durante algún tiempo llevó el del general Queipo de Llano, consuegro del paisano Alcalá Zamora, y nunca mejor dicho esto de paisano, porque como Cayetano, el autor de este libro, también era originario del lugar.
Es por tanto Puente Tablas una expresión hídrica, como otras muchas, que además de la Ribera, se postulan hoy día como necesarias de criogenizarse en un pueblo que además de las denominadas Puente Llovía o Calle del Río, tiene otras con el nombre de Caño de los Frailes, Acequia, o Batanes, que se suman a los de sus Fuentes: del Rey, de la Salud, del Marqués, del Paseo, del Adarve, del Llano, de Carcabuey, de San Nicasio y del Palenque que también la tuvo, y a otras más enigmáticas y ocultas como la Panduerca (exactamente, Puerta del Agua de la Panduerca), término que alude al artificio de extracción, distribución o repartidor del agua por los cuatro puntos cardinales de la villa, y que el vulgo y los vulgares alcalinos llaman ignominiosa y grotescamente “Pandueca”, en el sentido de lacia o chocha, por desconocer su auténtico y prístino significado que uno de ellos pretende justificar en el revoltijo cansino de su repertorio o multiproducción inane a la violeta.
Cayetano Peláez ha recogido en este ramillete de relatos vivenciales con sonoridad cantarina como el agua los que le ha parecido más conveniente, y cuyo orden y lectura puede hacerse aleatoriamente, porque cada uno de ellos tiene sabor propio y nada de lo impreso le será extraño. Unos de estos relatos son familiares como “Mi tío Pepe”, peros otros rememoran a los vecinos“Capullo y Pedro”, “Casa Medina”, o “Casa de las Viejas”, y otros hablan del “Campo” o de los “Árboles”, o de las “Flores”, o de los oficios como el del “Regovero”, o de los productos como los del “Tejar del Esfaratao” o el “Turrolate Meri” o los de la popular “Flor de Mayo”. Dejémoslos estar y no los indicemos todos, porque algo hay que dejar abierto a la sorpresa para no marchitar la curiosidad del lector. Eso sí, si lo lees en voz alta o con el pensamiento no te olvides de separar el verso de la prosa, pues de todo hay en la viña literaria de Puente Tablas.
No se trata por ello éste de “Puente Tablas” de un seudo-libro, sino de un libro verdadero, que prolonga la memoria más allá de las entendederas, y para que no se confunda con los cedés, libros encapsulados, o con los casetes, libros hablados, tan en boga aquellos por mequetrefes de tres al cuarto, Cayetano provee que se palpe una y otra vez, sacándolo como el ventero quijotesco del rancio cajón con olor a naftalina para airearlo, abrirlo y cerrarlo cuanto le peta y seguirlo con los ojos o con la mirada hasta el ensimismamiento, e incluso hablarlo en voz alta para que otros puedan escucharlo y recitarlo, y cada vez de una forma distinta y con una cadencia diferente. Lo escrito por el artífice e impreso por el artesano, cobra vida aparte del autor y quien lo lea lo hará de forma diversa, porque el libro es un ser vivo, que vive dentro de nosotros, pero que nace y se inmortaliza porque tiene alma y espíritu, además de tangible cuerpo. Las células del libro son las palabras, dardos que se entrecruzan y combinan como las del cerebro, y conforman redes etéreas y sutiles neuronas, y Cayetano en este mester es un magister más que un maestro. A su gramática me remito.
El libro Puente Tablas, no conviene olvidar su título, vive dentro y fuera de nosotros, se transita de uno a otro lado, porque es cultura esencialmente, que diría el insigne académico Gregorio Salvador, el esposo de Rosa Carazo, prieguense ella hasta los tuétanos y escritora ella como ninguna a sus noventipico años. En suma, Cayetano ha vaciado su cosmos juvenil, como si se tratara de un vino añejo, en un odre nuevo, para conservarlo vivito y coleando alejado de la galaxia de lo cedevisual. Ha cuidado con mimo cada una de sus crónicas, aventurando la calidad a cada instante, alejándose de propincuos vecinos que alardean fotográficamente de que sus papeles superan su estatura, sin darse medio cuenta que la calidad no se mide por la altura sino por la anchura.
Habría que olvidarse por una vez de Roma, patria de pergaminos y badanas, y saludar con suma fruición a esta neófita criatura, con vestido de pulpa de madera, porque todo lo que dice es importante para el lector si es que quiere traspasar la otra orilla del puente de la existencia, y porque lo que dice no se puede decir de otra manera. Así de claro y así de sencillo, porque cada página es normal y corriente, es decir, clásica en su forma y clásica en su fondo.
Pasen las exiguas hojas de este prólogo, ojéenlas y hojéenlas, y déjense llevar por la corriente del río que a raudales circula bajo el recompuesto puente, pero cuídense mucho de llevarse una tabla para salvarse del naufragio cuando la impetuosa agua llegue a las Carnicerías (nunca Reales, por más que se alardee de ellas) o a los Molinos, antes de explayarse por la Vega. El Puente no echará de menos la traviesa porque no está descuajaringado. El puente como el autor tienen muchas tablas y todas buenas, sanas y lozanas, pese a su edad. Tiempo al tiempo, es la pócima que todo lo remedia, máxime cuando nos percatamos que este huidizo individuo que convive con el espacio (otra entelequia), se nos viene sin darles la venia, o se nos va sin despedirse. Y en este tránsito temporal que es la vida no permitamos que nos venza la nostalgia, sino la esperanza y la ilusión de saber que el puente no es frontera sino puerto, no es lejanía, sino encuentro, no es lucha sino abrazo. Con mi felicitación, Cayetano, recibe uno fuerte de tu hermano.
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