POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Contaba Saramago en una conferencia en el Club de Prensa, en Oviedo, en 1995, que en su juventud, con la complicidad del portero del Teatro San Carlos, de Lisboa, veía la ópera desde gallinero, un piso más arriba del palco real, de alto dosel y corona; dicha corona, contemplada desde el escenario y el patio de butacas, lucía dorada y resplandeciente, en cambio, quien la observara por detrás descubría que le faltaba medio aro y lo que parecía rubí y mirto eran pino y telaraña. Todas las cosas son dos cosas y todas tienen su cara B. Lo mismo que las personas. Algo así pasa con el Nora, cuyos meandros cautivan desde el aire, en vuelo de milano, pero en la orilla nos topamos con ratas, trapos sucios, maleza y hedores que justificarían un centro de interpretación de la basura, con dos o tres puestos de trabajo. Decía Bécquer, desde las faldas del Naranco, que los pueblos vistos de lejos parecen poesía y de cerca prosa.
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