POR JUAN ANTONIO ALONSO RESALT, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE LEGANÉS (MADRID)
Cuando el frenópata valenciano Luis Simarro Lacabra llega a Leganés como jefe facultativo de la Casa de Dementes de Santa Isabel entre octubre de 1877 y septiembre de 1878 , es apenas un joven médico de 26 años que, si bien había destacado ya en diversos ámbitos, está lejos todavía de ser el gran científico e intelectual que posteriormente llegó a ser.
Sus principales actividades en el Manicomio de Leganés son anteriores a su estancia en París, entre 1880 y 1885, donde estuvo junto a Louis Antoine Ranvier, que le orientó definitivamente hacia la neurohistológica; Mathias Duval, quien ayudó a confirmar su adherencia al darwinismo y Jean Martin Charcot y Valentin Magnan, que le inclinaron hacia una orientación neuropsiquiátrica.
En definitiva, una persona como el doctor Simarro Lacabra tan importante con los años en la rama de neurosiquiatria del periodo de entre siglos XIX y XX queda constatado a la vista de sus historias clínicas que existen en el Archivo Historico médico del Manicomio leganense, que todavía no ha llegado a ser «el riguroso introductor de los métodos de esa ciencia de la psicología experimenta. en España, ni le ha dado tiempo.
Desde hace unos años pienso al ver un cuadro famoso y ahora que tanto se habla de la figura de otro gran valenciano, esta vez es el pintor Joaquim Sorolla, y recuerdo que era muy amigo del Doctor Simarro, de Santiago Ramón y Cajal y hasta de Vicente Blasco Ibáñez. Y me sobresalta una duda. ¿Pudo haber estado Sorolla en el laboratorio de Simarro en el manicomio de Leganés y haber inspirado su cuadro en ese lugar?.
De esta manera, el más popular y genial pintor del impresionismo español, Joaquín Sorolla, que se dice pintó este cuadro en Madrid ( sin especificar lugar),
Es una escena del laboratorio del doctor Luis Simarro, valenciano como el artista, amigo y médico de su familia, además de uno de los más importantes estudiosos de la neurohistología y la psicología experimental.
En este lienzo (1,22 x 1,51, óleo), realizado en 1897, se aprecia al protagonista trabajando, precisamente, en una preparación histológica.
En primer término, un gran frasco de bicromato potásico, con su llamativo color, producto básico del método de tinción cromoargéntica que había enseñado el doctor a otro gran científico español, Ramón y Cajal.
El color del bicromato potásico, que era muy característico, dominaba en las micrografías de preparaciones con el método cromoargéntico y también en los correspondientes dibujos y pinturas.
Junto a la mesa, asimismo en primer plano, el pintor situó un microtomo Leitz, el mejor de la época, con el que trabajaban los alumnos de Simarro y, asimismo, Cajal. Rodeando a su maestro, los discípulos de su primera etapa docente, a los que seguirían, con el tiempo, otros más famosos como Nicolás Achúcarro y Gonzalo Rodríguez Lafora.
La principal fuente lumínica de la composición es la potente luz de una lámpara de mesa, que facilita la penumbra envolvente de los discípulos del doctor, vestidos de oscuro, todo lo cual facilita el realce de la figura de Simarro, enfundado en una bata blanca. Al fondo, una estantería de frascos y botes, objetos que también aparecen sobre la mesa, los cuales confirman al espectador que se encuentra ante una escena de laboratorio.
Como en el resto de cuadros de finales de siglo, Sorolla logró romper con energía con los colores apagados y sucios para dar paso a la luz, acompañada de una serenidad clásica en los rostros de sus personajes.
En la escena, el espectador se transforma en uno más de los discípulos del científico, desea observar más cerca al maestro y mantiene el mismo respetuoso silencio que los demás componentes del cuadro, esperando escuchar la lección magistral.
Joaquin Sorolla, como Madrazo, pintó a la mayor parte de las figuras representativas de la intelectualidad del momento en la vida española: como Benito Pérez Galdós, José Echegaray, Pio Baroja, Benavente, Ricardo León, Menéndez y Pelayo, Azorín, la Pardo Bazán, Torres Quevedo… y, naturalmente, a médicos como Marañón, Cajal y Simarro.
Este lienzo, que pudo estar ambientado en el laboratorio que Simarro tuvo en Leganés, fue seleccionado para ser exhibido en la Exposición Nacional de Bellas Artes, celebrada en Madrid en 1897, y en las Internacionales de Múnich en 1906, Berlín, Colonia y Düsseldorf en 1907, Londres en 1908 y Roma en 1911, donde Sorolla demostró que, nuevamente y desde el siglo XVI, la pintura española se encontraba entre las mejores del mundo.
En las obras de este vigoroso artista, que encierra con su nombre y su obra una lenta crisis ascensional del arte hispánico del siglo XIX, reconocemos, junto a otras cualidades precisas y concretas de pintor de raza, el don que sólo es otorgado a los que llegan a expresar en sus creaciones algo más que una mera potencia de ejecución.
Ese don y ese mensaje sólo trasmitido por los grandes artistas y que desciframos en las obras de Sorolla, es la concreción plástica de una singular visión del mundo y del hombre.
FUENTE: J.A.A.R.