POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Mateo, Marcos, Lucas y Juan, al dictado de Dios, contaron el día de Ramos, cuando Jesús de Nazaret al llegar al monte de los Olivos, en Betania, pidió un pollino para entrar en Jerusalén al trote modesto; entró por la puerta más antigua, la Puerta Dorada, o Sha’ar Hazaháv, o Bab El-Rahmeh, o Puerta Oriental, o de la Misericordia, o de la Eternidad, o Puerta Hermosa; está tapiada desde 1541, también lo estuvo antes de Cristo, para que no se cumplieran las profecías, y ahora disuade la llegada de otro iluminado; sea como fuere, Jesús pasó a lomos del pollino, las multitudes recibieron al Maestro, tendieron sus capas para allanarle el camino y batieron ramas de palmeras, aclamándolo y cantando: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Luego (no destripo el final, aunque lo parezca), salió medio muerto por la Puerta de Efraín, o quizá la de Damasco, y las palmas se volvieron lanzas…
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