POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
¡Purísima Concepción! es la exclamación con la que los torrevejenses nos referimos a algo grande, extraordinario, maravilloso, pasmoso, descomunal y milagroso, refiriéndose a nuestra Patrona, cuyas fiestas celebramos en estos días.
Remontándonos a los comienzos del siglo XX, en los primeros días del mes de diciembre, la plaza de la Constitución y la calle Concepción se adornaban con arcos de ramaje, se colgaban muchas ramas, se empinaban muchos palos donde tenderlas. Estos regocijos populares entusiasmaban a las gentes como si fuera algo nuevo, aunque no tenían apenas variedad de un año a otro. Lo extraordinario estaba en si llovía o no llovía, en si hacía frío o no hacía frío.
Tanto se repetían que había quien se conformaba con el dictamen popular: “cuando tanto se repetían era porque así debía ser”. Lo cierto es que gustaba ver las calles cubiertas con ramas de leña verde, los balcones con colgaduras azules y oír el monótono cantar de la dulzaina, la cigarra de invierno, como aquí se le llamaba.
El día de la Purísima rompía la monotonía de la vida lenta y apacible aquellas gentes. Las calles se interrumpían con arcos de follaje, de entre cuyos verdores destacaban las banderas blancas y encarnadas. Las rejas se recubrían con caprichosas colgaduras de la más heterogénea mezcolanza. La bandera de un barco, desflecada por los vientos de todos los mares, empalidecidas por los soles de todos los climas, allá la cubierta de cama de dudoso descanso, con las dobleces adquiridas en el fondo del arca. Más allá el mantón de Manila de bordadas punteras, que no volverían a lucirse hasta Carnaval. La percalina roja y gualda con leones estampados. La muselina alba con ribetes azules que encuadraban la hermosa inicial del nombre de la Virgen…
Y en la noche, millares de farolillos colgados en los arcos, pendiendo de los árboles, atados a las rejas; mirando la fiesta, contemplando a la gente con sus ojos de colores fantásticos y brillantes; meciéndose al compás de la música y de la brisa marina.
Para los torrevejenses, esa música es fantástica, deleitable y hasta hechicera, como el ver subir por los aires un cohete estallando en las alturas con ruido seco y amenazador, con el consiguiente temor a pudiera suceder como al escritor de aquella época, Luis Taboada, al que una caña de un volador le vació el ojo derecho.
Fiesta de pólvora con castillos de luz que se evaporaban después de brillar un momento en una nubecilla blanca, y del que sólo quedaba el esqueleto negro y destruido del artificio clavado en un palo.
En el año 1904, en el recién estrenado altar mayor del nuevo templo, destacaban la luz amarillenta de los cirios, las rosadas superficies de los mármoles y las laberínticas tallas de los dorados, rezándose la Novena, acudiendo muchas madres agradecidas que abrazaron al fin a sus hijos salvados de un naufragio.
En 1906, el párroco de la Inmaculada, don Benito López Gil, fue el encargado de pronunciar el sermón de despedida del novenario a la Purísima. La Novena tenía en Torrevieja más importancia otros lugares. Muchos marineros cumplían de rodillas la ofrenda hecha a la Virgen en medio del mar, en la noche fragorosa y negra, cuando sólo la Purísima les podía salvar de la montaña de agua que amenazaba aplastarles.
En el año 1907, durante tres días se celebraron las fiestas patronales de la Purísima, teniendo lugar los días 6, 7 y 8 de diciembre. La dos o tres veces laureada Banda de Música de Muchamiel amenizó las verbenas que se celebraron en la plaza de la Constitución, disparándose al terminar, cada una de las noches, un castillo de fuegos artificiales.
Además esta banda estuvo encargada de ejecutar la solemne misa del día 8, en la que ocupó la sagrada cátedra el querido párroco don Benito López.
Hubo el día 8 procesión con la imagen de la Purísima y salve cantada por distinguidas jóvenes de la localidad, volviéndose a oír sus voces en los rezos de la Novena, a la que acudió al templo todo el pueblo para ofrecer su corazón a la Reina de los Cielos, y darle las gracias por todos los beneficios que de Ella recibían. El panegírico pronunciado por el párroco don Benito, en le tarde del domingo 15, fue una improvisación que mereció el nombre de magistral discurso, mezclando una hermosa fraseología con palabras de afecto dulce y tierno, sintiendo el auditorio grandiosidad y pureza.
El tema lo eligió en el acto; constituyendo el siguiente verso, hecho expresamente por el malogrado párroco de Torrevieja, don Antonio Gómez Cánovas, que entregado al inspirado maestro Manuel Capellín, acertó a ponerle una música tan dulce y singular que encantó a todos. Dice así:
“Tú la mente de Dios alegrabas,
tú en las obras de Dios existías,
y en el tiempo llegaron tus días
de pureza llenando el Edén.
Ser la Madre de Dios mereciste,
Con poderes que el cielo te diera,
Es muy junto que el hombre te quiera
Y su madre te llame también.”
Si en el templo se hubiera podido aplaudir en aquella época, como en cualquier otra parte, sin ofender a la Virgen, se le hubiera dado un aplauso prolongadísimo a la poesía. Fue cantada por la joven y gran artista Ascensión Parodi. Su entonación, el timbre de su potente y extensa voz, su vocalización fácil, el paso en las diferentes modulaciones de la obra y su hermosa expresión para dar los toques necesarios, fueron un cúmulo de condiciones.
El dúo “Son tus Mejillas”, obra también de Capellín, fue cantado por Ascensión Parodi y Soledad Mínguez, de manera admirable, arrebatador, fue una filigrana que creció en belleza y hermosura por lo magistralmente que lo cantaron.
Y en el coro destacaron las jóvenes Isabel Mínguez, Josefa Mateo, Soledad Barceló, María Ibáñez, Teresa Balaguer, Carolina Casciaro y las hermanas del doctor en Teología y profesor del seminario de Orihuela, encargado de leer el sermón de despedida del novenario, don Vicente Blanco: Rufina, Lola y Asunción.
¡Felices Fiestas Patronales!
Fuente: http://www.laverdad.es/