POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
¿Puede un museo considerado por los expertos como único en el mundo desaparecer de la faz de la tierra de la noche a la mañana? Puede, desde luego. Pero quizá debe cumplir una condición: estar en Murcia. Y eso fue precisamente lo que sucedió con el Museo Internacional del Traje Folklórico, que atesoraba una colección formada por casi 300 piezas que representaban a todas las comunidades autónomas y a gran número de los países del mundo. Ante la evidencia de que ya no existe, otra pregunta es obligada: ¿Dónde están esos valiosos fondos?
Comencemos por el principio. El 22 de junio de 1970, el semanario ‘Hoja del Lunes’ recogía la constitución como asociación del Festival Internacional de Folklore en el Mediterráneo, lo que dotaba a la cita de capacidad jurídica y autonomía para su organización. El entonces gobernador civil, Enrique Oltra Moltó, propuso a Manuel Fernández-Delgado como director del Festival, cargo que desempeñaría de forma notable durante años. Fernández-Delgado destacó la «feliz iniciativa […], con la creación del museo del traje típico». Durante los días siguientes comenzaron a llegar a Murcia parejas de atuendos de todas las comunidades. Ya aquel mismo mes se recibieron cuatro de Baleares, Lugo, Castellón y Vizcaya. En octubre de 1970, los vendedores del mercado de Verónicas propusieron varias medidas para el futuro de sus puestos. Una de ellas era derribar el antiguo Palacio de Justicia, que esa función tenía el Palacio del Almudí, para levantar sobre el solar resultante un nuevo centro.
Aquella idea, a todas luces hoy descabellada pero un tanto menos en la década de los setenta, encontró la oposición de muchos murcianos. Entre ellos, la del periodista Nicolás Ortega, quien aconsejó instalar en el inmueble el «Museo del Traje Regional».
En abril de 1971, tras la muerte de Fernández-Delgado, se nombró director del museo al redactor-jefe de ‘Hoja del Lunes’, Carlos Valcárcel, quien después se convertiría en cronista de la ciudad. Al mismo tiempo se encomendó al director del Museo Provincial, Manuel Jorge Aragoneses, el montaje del nuevo espacio «en los locales municipales de la plaza de Santa Isabel», según la ‘Hoja del Lunes’.
Más tarde, el día 13 de septiembre de 1971, la Diputación, bajo la presidencia de Gaspar de la Peña, aprobó que la exposición se realizara, de forma permanente, en la Casa José Antonio, hoy conocida como Palacio de San Esteban y entonces como Casa de la Compañía.
Las obras de adaptación del edificio estaban en marcha en marzo de 1972, cuando se anunció que a los trajes regionales españoles se sumarían otros de «cada uno de los grupos extranjeros» que habían participado en todas las ediciones del Festival de Folklore.
Fue entonces cuando los trajes hoy olvidados salvaron el Palacio de San Esteban. El proyecto incluyó la restauración de la escalera principal y el acondicionamiento de salas que alcanzaban los 700 metros cuadrados. Allí se ubicarían los vestidos, donados por las diputaciones o encargados a los talleres de la Sección Femenina. Los periódicos cifraban la cantidad de atuendos que se expondrían en medio centenar. O, como fue el caso de los trajes femeninos de Alemania y Grecia, por tener que reponerlos tras «su misteriosa desaparición del lugar donde estaban depositados».
El Museo Internacional del Traje Folklórico fue inaugurado el 10 de septiembre de 1972. El espacio, compuesto por 30 vitrinas, fue distribuido según las indicaciones de Aragoneses y del arquitecto Alfonso Ayuso. Un año después se propuso ampliar los fondos con una exposición de belenes murcianos y cerámicas. En septiembre de 1974, tras la cesión de dos trajes de esquimales donados por la embajada canadiense, el total de piezas se elevaba a 195. Y aún creció más.
Diez años después, en marzo de 1984, Francisco Alemán explicaba que la cifra era de «cerca de trescientos» en su obra ‘Diccionario incompleto de la Región de Murcia’. Los fondos se exponían en seis salas, una de ellas dedicada a trajes de los cinco continentes.
Era el único museo en el mundo que atesora tan espléndida colección. Fue aquel año cuando se decidió que San Esteban se convirtiera en sede de la Presidencia de la recién nacida Comunidad Autónoma, lo que sentenciaría el museo.
El principio del fin
Pero antes, en 1982, se decidió levantar otro edificio junto a San Esteban para trasladar allí el museo, la Banda de Música y la Biblioteca. Entretanto, el antiguo palacio, ya restaurado, se dedicaría a «tareas burocráticas». Valcárcel, con acierto, aconsejó que el edificio histórico -que, además, son dos- siguiera siendo de acceso público para el disfrute de los murcianos.
En diciembre de 1986, el Ayuntamiento de Murcia anunció la creación del llamado Museo Etnográfico, que estaría ubicado en El Malecón sobre una parcela de 15.000 metros cuadrados sobre la que se podrían construir hasta 3.000 metros de obra. El proyecto costaba 63 millones de las antiguas pesetas. Pero, claro, nunca se hizo. Ni ese ni la retahíla de propuestas que después se han anunciado.
Desmantelado el museo, que en 1983 ya había sido cerrado, los murcianos comenzamos a hacer lo que, a veces, mejor sabemos: destrozar nuestro patrimonio. Así que aquellos fondos se guardaron en unas lóbregas naves del Hospital Psiquiátrico. Más tarde se entregaron a la Federación de Peñas Huertanas, que los almacenó en Puente Tocinos. Pero cuando la Comunidad Autónoma dejó de pagar el alquiler del lugar fue necesario depositarlos en un altillo de la iglesia de Verónicas. Y de allí, por último, fueron a parar a una nave ubicada en la pedanía de Beniaján, donde se encuentran. Las vitrinas se donaron a Caravaca, para su museo.
Desde entonces todos los gobiernos locales y autonómicos han asegurado que levantarían un nuevo Museo de la Huerta para albergar esos fondos. De hecho, era el proyecto estrella del anterior presidente de la Federación, Antonio Avilés. Y hasta tenía pagado -y existe- el proyecto de arquitectura. Solo se necesitan para comenzar las obras en la sede de la institución unos 200.000 euros. Y claro, mucha voluntad política.
Sin embargo, antes de todo eso, habría que comprobar dos cosas. Primera, en qué estado están unos trajes que necesitan periódicas limpiezas para no estropearse. Y segundo, determinar cuántos atuendos quedan después de tantas idas y venidas.
Fuente: http://www.laverdad.es/