QUE NO CUNDA EL PÁNICO
Abr 04 2014

POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

Una de las últimas restauraciones del claustro catedralicio. / Foto A. L. Galiano
Una de las últimas restauraciones del claustro catedralicio. / Foto A. L. Galiano

En muchas ocasiones, la desidia de los hombres hace que aquello que nos legaron nuestros mayores se vaya adulterando, perdiendo o deteriorando hasta llegar al colapso. Me refiero a gran parte de nuestro patrimonio material e inmaterial. Si bien en este último, son nuevas modas con clara influencia procedentes de otras tierras, en referencia al primero suele ser por dejadez y, a veces, por la dificultad de su mantenimiento.

Hay claros ejemplos respecto al patrimonio inmaterial, encontrando esto que decimos en la música de nuestra Semana Santa o en la manera de portar nuestros ‘pasos’. En ambos, los aires andaluces han invadido las procesiones, a pesar de disponer, como tenemos, nuestras formas tradicionales de acompañamiento musical a las imágenes de la Pasión, o la manera de sacarlas en procesión a base de carros con sus ruedas, conductores y ‘empujaores’. He de reconocer que me gusta la música andaluza para la Semana Santa, me hace vibrar y me invita a presenciar con mayor devoción lo que significan las imágenes. Sin embargo, pienso que cada cosa en su sitio, y que en poblaciones que carecen de tradición en su Semana Santa, que plagien de otras tierras si lo desean. Pero, en nuestro caso, sin necesidad de llegar a ello, el copiar cae dentro de una imitación innecesaria.

Que no cunda el pánico, y retomemos los sistemas de traslado de las imágenes. ¿Hemos calibrado el incremento de ‘pasos’ llevados a hombros en la Procesión General del Viernes Santo, y lo que incide en la duración del desfile? ¿Puede ocurrir que cunda dicho pánico en aquellos que vienen por primera vez a presenciarlos, y no vuelvan más?

Ahí queda esto para la reflexión, pues otra cosa es el miedo que nos puede ocasionar el deterioro de ese otro patrimonio, bien llamado como material, concretamente arquitectónico. Aunque, han sucedido algunas, o tal vez muchas pérdidas patrimoniales, incluso catalogadas, por el contrario, desde el inicio del siglo que vivimos hemos presenciado la recuperación, rehabilitación y restauración de edificios singulares civiles o eclesiásticos, de los que tenemos contabilizados gran número de ellos, y en los que periódicamente es necesario llevar a cabo costosas intervenciones de mantenimiento.

Hay dos ejemplos que he utilizado en muchas ocasiones al referirme a la preservación del patrimonio artístico, y que no me importa volver a citarlos: En primer lugar, el derribo presuntamente innecesario de la capilla del bautismo (siglo XVI) de la Catedral, poniendo como excusa que vencía su torre. El segundo, el acierto del traslado en los años 1942-43, piedra a piedra, del claustro mercedario (siglo XVI) desde su ubicación original a los aledaños de la primera iglesia de la Diócesis, haciendo desaparecer el ámbito triste del ‘fosar’ y generando un conjunto, me atrevo a decir con una estética perfecta. Porque de esa decisión de trasladar dicho claustro, que como la iglesia y convento de los mercedarios se vieron sumidas en la vorágine desamortizadora, que si por un lado pudo tener consecuencias favorables, por el contrario, en muchos casos en España, al pasar sus inmuebles a manos privadas, se produjo el deterioro paulatino de los edificios con grandes pérdidas patrimoniales, e incluso, con ventas para el extranjero, para ser montadas allí y expuestas a la veneración pública o disfrute de sus nuevos propietarios.

Hace unos meses, Francesc Peirón recordaba en su artículo ‘Gótico en California’ la adquisición por el magnate americano William Randolph Hearts de la sala capitular (siglo XII) del monasterio cisterciense de Santa María de Óvila ubicado en Trillo (Guadalajara) construido por iniciativa del Rey Alfonso VIII. La enajenación se produjo en 1930, teniendo como intermediario al marchante Arthur Byne. Con anterioridad, en 1928, había sido adquirido por 30.000 pesetas, más o menos 180 euros de hoy, por el banquero Fernando Veloso. Una vez comprado por Hearts, que pretendía utilizarlo en la construcción de una gran mansión, fue desmontado y trasladado hacia en Nuevo Mundo en once barcos desde el puerto de Valencia. Pero, el destino de las centenarias piedras cistercienses fue bien distinto, pues debido a la situación económica del magnate, éste decidió donarlas a la ciudad de San Francisco, quedando materialmente almacenadas en el parque del Golden Gate, hasta que, en 1994, les fueron cedidas por el municipio a unos monjes cistercienses californianos para ser restauradas y reconstruir la citada sala capitular.

Son muchos los edificios históricos los que fueron enajenados y que viajaron a otros países, tal como ocurrió con las piezas decorativas y artísticas del castillo de los Fajardo en Vélez Blanco, y del que hablaremos en otra ocasión. Sin embargo, al recordar todo ello, que nos sirva de agradecimiento a aquellos oriolanos que en la década de los cuarenta del pasado siglo, no se dejaron impresionar por el pánico y rescataron las piedras renacentistas del claustro mercedario. Las cuales, si hubiera surgido la ocasión, podrían haber tenido el mismo destino allende nuestras fronteras. Por el contrario, nuestros paisanos decidieron preservarlas para disfrute de Orihuela y de quien nos visita, sirviéndonos también su actitud como espejo donde mirarnos, para hacer lo mismo con nuestro patrimonio inmaterial, olvidando otras influencias y procurando mantener lo nuestro como oro en paño, aunque nos veamos acechados por el pánico’.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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