POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Hemos oído, leído e investigado mucho sobre las graves agresiones con que la naturaleza a través del agua, de manera recurrente, se ha cebado con la ciudad, la huerta y el campo de Orihuela, así como con otros pueblos de la Vega Baja. Pero, de todo lo que conocemos por la historia pretérita y más reciente, en esta ocasión dicha naturaleza se ha salido de madre y se ha hartado de sembrar el pánico de las gentes de esta tierra, dando lugar a muertes, ruina, daños materiales e incomunicación. En sí, ha provocado, tal vez, la mayor situación catastrófica de nuestra historia, solo comparable con la mítica riada de Santa Teresa de 1879, la de San Andrés de 1916, la acaecida en 1946, las de los años ochenta de este siglo, sobre todo la de 1987.
Pero, desde el primer momento, la actuación de coordinación de nuestras autoridades locales, con el alcalde y los concejales al frente, con todas aquellas instituciones como Policía Local, Autonómica y Nacional, Guardia Civil, Protección Civil, Cruz Roja, voluntarios (espero no dejar a nadie en el olvido) y la rápida oportuna solicitud de auxilio al Mando de Operaciones Especiales (UME) y al Ejército con su Mando de Operaciones Especiales (MOE), que han demostrado que son absolutamente necesarios para la ciudadanía con su trabajo solidario.
Después han sido otras autoridades provinciales, autonómicas y nacionales las que han tomado el pulso a la situación y, hasta el máximo representante del Gobierno en funciones giró una fulgurante visita a Orihuela, sin ninguna palabra de ánimo y esperanza, que sepamos.
A partir de aquí: solidaridad, desechos en las calles, muebles y productos inservibles en las puertas de los domicilios, comercios e industrias. Y, por si era poco, los aprovechados de siempre, los desaprensivos del pillaje y amigos de lo ajeno. A partir de aquí: la declaración de zona catastrófica que hizo muy bien rápidamente nuestra Corporación Municipal acordar por unanimidad solicitar su declaración.
Y ahora qué, la historia se repite: retirar el barro, achicar el agua, comprobar los daños en domicilios, comercios e industrias. Y lo que siempre han sabido hacer las gentes de esta tierra, intentar levantar cabeza y resurgir como si del ave fénix se tratara. Luchar con los seguros, aquellos que podían disponer de ellos, y los que no, intentar buscar ayudas económicas para poder salir adelante.
A la hora de prometer, todos, absolutamente todos, lo hacen. Son buenas palabras. Son esperanzadoras palabras de los que se han atrevido a hablar. Pero, ¿cuándo llegarán los fondos económicos que trae consigo la declaración de zona catastrófica?, pues sabemos que alguna población que fue declarada como tal hace un año, todavía no ha recibido nada. Así, que no sólo sean palabras y que pronto se pase a los hechos.
Creo que esta «ría» se sale de mi estilo, aunque estimo que el momento lo merece. Mas, retomando la línea de nuestros artículos vamos a recordar cómo se resolvió la compensación de daños de dos comercios oriolanos con motivo de la riada de Santa Teresa, concretamente en el de Benjamín López Marco en la calle Mayor nº 28 y en el de Francisco Maymón Puchol, en el números 24 de dicha calle. El primero de ellos reclamó 1.740 reales de vellón por los siguientes conceptos: un cajón conteniendo géneros del establecimiento por un importe de mil reales, más 540 reales por la pérdida de otros géneros, y 200 por la rotura del mostrador, tarimas y cajones. De estas cantidades, la comisión establecida al efecto consideró que sólo se le debía abonar mil reales vellón. El segundo, tasó los daños en su establecimiento, en 4.020 reales y se consideró que la mayor parte de los objetos eran aprovechable en diferentes tantos por ciento, por un importe de 641 reales, con lo cual se estimó el líquido de pérdidas en 3.379. Las únicas partidas estimadas en todo su valor, fueron ocho fanales de cristal rotos, cinco tulipas y bombas de cristal rotas y varios juguetes de pasta y cartón. Sin embargo los desperfectos sufridos en estanterías, lejas y tarimas que el comerciante había tasado en 500 reales se determinó que eran aprovechables un 10%.
Así que, de lo que los comerciantes esperaban recibir, a lo que percibieron, llegó mermado. Esperemos que, en esta última catástrofe, «el tío Paco con la rebaja» no deje con la boca abierta a los damnificados, siempre y cuando que no todo quede en palabras y que las ayudas vengan lo antes posible, pues son y van a ser necesarias, ya que lo acaecido ha sido un desastre como nunca se había vivido en nuestra tierra.