POR FERNANDO JIMÉNEZ BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CÁCERES
Vivir en la ciudad que tiene el mayor término municipal de España tiene sus inconvenientes y también sus privilegios. El alfoz cacereño tiene su origen en la Edad Media. El Fuero de la ciudad, desde el siglo XIII, le concede una extensión de más de 200.000 Has. para fomentar su colonización. Un amplio territorio que abarcaba desde el Tajo por el Norte hasta la Sierra de San Pedro por el Sur, conocido con el nombre genérico de Tierras de Cáceres. Unterritorio que se convertirá en lugar para el desarrollo de grandes propiedades y pequeñas aldeas, puestas al servicio de la explotación agro ganadera de unas tierras que terminarán por configurar el paisaje genuino del llano cacereño. En este espacio heterogéneo y diverso encontramos ancestrales vías pecuarias que soportaron, durante siglos, el paso lento de rebaños trashumantes. Viejos caminos de herradura custodiados por charcas, riscos y arroyos que nos invitan a realizar todo tipo de rutas, tanto históricas como ecológicas, para descubrir los horizontes más cercanos. Testigos silenciosos de ese pasado y de ese paisaje podemos encontrar una serie de referentes que nos guían por la memoria de una tierra que no lo tuvo fácil a lo largo de su historia. Atalayas donde la construcción de torres defensivas servía para controlar el territorio de intrusiones externas o aldeas convertidas en espacio para la vida de un amplio sector de población pechera al servicio de extensos latifundios.
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