rofesora jubilada de la Universidad de Oviedo, Carmen Ruiz-Tilve (Oviedo, 1941) es cronista oficial y, desde este pasado lunes, hija predilecta de Oviedo. La escritora estuvo a punto de no poder acudir al acto tras sufrir, esa misma mañana, un accidente doméstico que se saldó con un hombro roto y la obligó a acudir al HUCA, aunque finalmente pudo incorporarse a la celebración para recoger de manos del alcalde, Alfredo Canteli, el pergamino que la distingue como hija predilecta de su amada ciudad. Ruiz-Tilve recibió a LA NUEVA ESPAÑA en su casa, donde se recupera del accidente.
–¿Que supone para usted este reconocimiento como hija predilecta de Oviedo?
–Jamás en mi vida perseguí condecoraciones ni nada porque mi trabajo es otro, pero cuando llegan se agradece. Ser hija predilecta es la condecoración más alta que da Oviedo, lo más alto que hay. Y me agradó mucho recibir esta condecoración junto a Emilio Sagi, al que con tantas cosas como pasaron no pude ni saludar tras el acto, y dos personas ya fallecidas pero muy queridas como eran Jaime Álvarez-Buylla y Conchita Quirós.
–Gente, como usted, de Oviedo de toda la vida.
–Sí, sí. Parece ser que Conchita había nacido en Pillarno, porque los padres eran maestros y estaban allí. Pero es de Oviedo de siempre, vivió en esta misma casa, en el piso de arriba. Teníamos amistad, fueron muchos años. Era un tiempo en que había un sentimiento de vecindad que ahora no tenemos. Ahora en las casas no conoces a los vecinos.
–Sufrió usted su percance en el día más inoportuno.
–Sí. Me levanté muy temprano y, a los dos metros de levantarme, caí. No sé si resbalé o qué, pero es que me quedé en el suelo como un sapo, no me podía mover. Mi hija, que vive en Madrid, había venido al acto y estaba aquí. Se levantó y le dije: “No me puedo mover”. Vino una ambulancia y me llevó al hospital, donde me atendieron de maravilla. Me dijeron que tengo roto el hombro y me pusieron un cabestrillo.
–Ya es hija predilecta y cronista oficial de Oviedo, donde además tiene una calle y se ha dado su nombre a un colegio. ¿Se siente recompensada por la ciudad?
–Sí. La gente me conoce, creo que hay gente que me aprecia y habrá gente que no me pueda ver. Eso es inevitable, aunque yo jamás en la vida me metí con nadie, ni por cuestiones políticas ni por nada.
–Se reivindican mucho sus “Pliegos de cordel”, que se publicaban en LA NUEVA ESPAÑA.
–Sí, fueron muchos años. Era algo que nunca se había hecho, yo trabajaba de una forma distinta. Era la historia de Oviedo en pequeñas dosis, pero la historia cotidiana. Eran todo cosinas muy menores, pero que estaban sin decir.
–Aquella “intrahistoria” de la que hablaba Unamuno.
–Exactamente.
–¿Percibe que hay un relevo en la cronística en torno a Oviedo?
–Sí, es algo que se ve. Hay personas, sobre todo desde que yo empecé a escribir esos “Pliegos de cordel”, que descubrieron que eso se podía hacer y que esa intrahistoria le interesa a la gente.
–¿Queda algo por contar de la historia de Oviedo?
–Yo no lo puedo asegurar, pero creo que sí. Durante mucho tiempo parecía que Oviedo era mucho más pequeño de lo que era. Solo se hablaba de La Escandalera, el Paseo de los Álamos y poco más. Y, efectivamente, la gente de Oviedo vivimos en sitios muy variados y todos merecemos atención. Creo, por cierto, que este alcalde está pateando mucho la ciudad.
–Canteli se mostró muy cariñoso con usted, con todos los distinguidos en realidad, durante el acto del Auditorio.
–Me gustó mucho el acto, estuvo muy bien. Llegué tarde por lo que me pasó, pero fui del hospital al Auditorio, sin intermediarios. Y él se portó muy bien, sí. Bien creí que lo iban a hacer en la sala pequeña, pero no: fue a “tou prau”.
–Cuando llegó usted, el público la ovacionó. ¿Se emocionó?
–Sí, fue algo muy guapo. No me lo quería perder y fui de frente desde el hospital. Ayudó que no me pusieran nada, solo un cabestrillo de tela. Tengo dolores, pero cada día estoy un poco mejor. El brazo, eso sí, no lo puedo mover nada: en cuanto lo hago, es un dolor terrible. Nunca tuve una rotura, y tengo ochenta años. Pero me fui a estrenar el día más inoportuno. Tenía preparado un pequeño discurso, pero cuando llegué ya estaba todo en marcha. Pero estoy muy satisfecha de cómo salió: habló mi hijo Luis en mi lugar y lo hizo muy bien.
–¿Cómo ve ahora la ciudad?
–Oviedo es una ciudad muy antigua y muy constante. Es cierto que cambió mucho, cambia continuamente. Cada alcalde cambia lo que le parece, y este alcalde se ve que quiere cambiar muchas cosas. Si es para bien o para mal, ya lo veremos. En cualquier caso, el Oviedo de los alcaldes no es el Oviedo real.
–Hablando de cambios, ahora estamos inmersos de nuevo en el de las calles.
–Yo estuve en aquella comisión para aplicar la Ley de Memoria histórica y me parece que ahora están cambiando demasiado. Es un lío. Aquella comisión fue bastante llevadera, pero hacer muchos cambios no es bueno. La gente se acaba identificando con sus calles, y ahora tienen que volver a cambiar el carnet y todo. No sé, pero creo que lo mejor es no dar nunca calles a políticos, porque otro querrá quitarlas.
–¿Pasa mucho por la calle a la que le pusieron su nombre?
–Es más bien un proyecto de calle, no tiene ni una sola casa. Pero La Florida crece y mi calle acabará teniendo casas. En La Corredoria, uno de los colegios lleva mi nombre. Lo de allí es algo espectacular, un auténtico fenómeno. Hasta hace pocos días era un núcleo con muy pocas casas, y ahora no hay más que verlo. Crece a toda velocidad.
–La ciudad está inmersa en otro debate, que es el del nuevo trazado de la Ronda Norte. ¿Qué opina usted sobre las propuestas que se barajan?
–Lo que yo creo es que el Naranco es una cosa muy guapa de Oviedo. Para llenarlo de rondas y cosas parecidas, pues no lo veo. Quiero que Oviedo siga siendo una ciudad distinta, que lo es. Ahora parece que en el Antiguo van también a cambiar muchas cosas y a restaurar muchas casas. Que lo necesitan, pero a ver cómo lo hacen. No quiero que Oviedo pierda la personalidad que tiene.
–Más allá de mantener esa esencia de la ciudad, ¿qué otro deseo tendría para Oviedo?
–Que siga pudiendo ir la gente a pie, que haya calles que permitan recorrerla