POR CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTA OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA).
Cuando los calurosos meses de julio y agosto de cada año se aproximan, todos pensamos en el mismo objetivo: irnos a la playa. En ella buscamos, comúnmente, disfrutar del agua, un lugar donde curtir nuestra piel al sol y liberarnos una temporadita del estrés.
Una estampa muy popular, en esa época, es la de un cuerpo tendido en la arena en estado supino, con bañador y gafas oscuras, mirando al cielo, para contemplar el perezoso desplazamiento de las nubes sin inmutar su color azul celeste, o los algodonosos bloques grises algodonosos que agitados se trasladan de lugar, o una puesta de sol, etc.
En Córdoba, para mitigar el calor, los jóvenes estudiantes convierten en duchas públicas las fuentes de las Tendillas y transitoriamente, su estanque en piscina. Y el Ayuntamiento de París cuando llega el verano, extiende arena en los paseos próximos al río Sena, convirtiéndolos en atractivas playas ambulantes para relax de sus pobladores, donde no faltan las sombrillas y las papeleras.
En Villa del Río, pueblo bendito y sin descubrir aún por el turismo, se pueden crear unas especiales condiciones para combatir, en parte, el calor: al oeste frente a las Aceñas Marquesas, hay en el río Guadalquivir una península, cubierta de tarajes y virgen vegetación, tapizada de arena fina, a la que yo pasé muchas veces en mi juventud, para revolcarme y correr por ella junto con dos perros que teníamos en casa: un galgo al que llamábamos “Volante”, y otro casero más pequeño “Roqui”, que me acompañaban al baño, y cruzaban conmigo a nado la escasa distancia desde el borde de las Aceñas a la entonces isla.
Y recuerdo que lo pasaba muy bien, cuando la península era una isla, -la Isla del Tesoro-, la llamábamos, porque en los juegos, los muchachos escondíamos prendas compartiendo en armonía la arena y las aguas, bañistas nudistas y alguno con calzón, en la considerada entonces como playa tercermundista. A ella cruzaban también los arrieros a cargar arena, los cazadores a bañar sus galgos, y algunas lavanderas a secar las ropas.
En verano, cuando el astro sol brilla desde lo alto con todo su poderío y esplendor, cuando las aceras arden de calor, entonces, la isla anillada por dos brazos de río, con arena fina y el sol terciado por los tarajes, era una buena oferta al bañista para combatir el calor, relajarse unas horas del estrés y tostarse a la sombra de los arbustos.
Estoy pensando que, con el progreso y el bienestar que existe hoy, si se estudiara el lugar y se protegiera, seguro que en verano, entre los tarajes: las sombrillas y las hamacas, las duchas y las papeleras, se apropiarían de la mañana a la noche, de amplias zonas de la arena para regocijo de bañistas.
Si se acometiera la idea, acondicionando y creando en la península una playa fluvial, proporcionaría un gran beneficio al pueblo, pues la distancia entre lo que anhelamos y soñamos, y lo que tenemos es minúscula, ya que contamos con la materia prima: península, agua, arena, sol y crecidos tarajes.
Con la promoción, los terrenos altos lindantes a ambos lados del camino de las Aceñas, que han sido conquistados a la ribera del río, equipados apropiadamente, se verían en verano ocupados por colonias de jóvenes en acampadas y albergues juveniles; las plazas hoteleras aumentarían considerablemente por la visita de turistas y mayores jubilados, y el pueblo en sí daría un salto muy significativo entre los promocionados al desarrollo, pues cuenta además en su oferta con suficientes atractivos para los amantes de ocio, del deporte, de la cultura, etc.
Cuando la obra estuviera terminada y los paseos por la arena fueran una realidad, comprobaríamos; que el paisaje y el ecosistema de la ribera del río han afianzado una bella ruta que, en suma será la huella y motor vanguardista para gozar de su ribera a pie, y del tranquilo y hermoso río en veleros, sorprendiendo que esta paradisíaca península, una burbuja de quietud tan cercana a la civilización no haya sido aún objeto de interés local, a pesar del enriquecimiento que proporcionaría al valor patrimonial de la localidad.
En Villa del Río, que en nada se aprovecha la pesca natural ni en piscifactorías; ni el deporte acuático (barquichuelas con embarcadero); ni existe instalación alguna de chiringuito a lo largo de ese perfecto entorno rústico por descubrir y explotar, en que se debiera transformar la ribera del río, pienso que las ilusiones idílicas pueden hacerse realidades, teniendo en cuenta que en esta bendita tierra nada es imposible, pues ¿quién iba a pensar hace un lustro, que La Vega, un campo magnánimo en productos agrícolas, se iba a convertir en el corazón industrial de la villa?
Hasta hoy, Villa del Río ha tenido el río a su espalda, sin darse cuenta de que con esta operación puede convertir la península pluvial en el promotor turístico y descubrir un tesoro con alfombra de arena, bordeada de agua del río Guadalquivir, donde priman sus vistas a las Aceñas árabes llenas de embrujo y de historia, en las que al Este, Jordán, huertano y pescador atracaba su barca; las últimas estribaciones de Sierra Morena al Norte; un atractivo pueblo al Sur, y al Oeste, una pujante industria y un río que se aleja para ser engullido por maravillosas puestas de Sol.
Cuando pienso en la antigua muralla y su baranda; en los baños en las Aceñas y en la velocidad del aire que hace silbar los álamos que protegen y acunan al río; en la limpieza y ornato que se puede imprimir en toda la ribera del Guadalquivir; en que todas las calles del pueblo se conviertan en ventanas por las que mirar el dilatado río que nos besa, entregándonos, cual madre generosa, parte de su vitalidad y se aleja, llevando sus aguas por un descendente y largo camino a un destino marinero, siempre escoltado por dos hileras de verdes árboles poblados de suaves melodías de pájaros cantores, y nos deja un escenario sin explotar, yo quedo adormecido. Villa del Río, el “Aladino de la lámpara maravillosa” no puede quedarse dormido, debe despertar el primero, como el Ave Fénix, y con su lujoso vuelo y hechizo, atraer al fecundo nido de ilusiones a moradores y admiradores de su entorno y de todo el planeta.
En mi memoria, con ardorosa fantasía invadida por un velo de sombras, ya no sé qué es realidad o ficción. No obstante, los niños de mi infancia sabemos todos, que, el Sol mañana volverá a salir por Oriente.
FUENTE: CRONISTAS