POR ANTONIO SÁNCHEZ MOLLEDO, CRONISTA OFICIAL DE MALANQUILLA (ZARAGOZA)
Mariano y Nicomedes continúan en animada conversación hasta que el anciano de Malanquilla coge del suelo una madera de considerable grosos que le sirve de apoyo en sus largos paseos.
-Mire, este madero es un palo partido de las aspas del molino.
-Ah sí?, no me diga? Interviene sorprendido Mariano.
-Sí, con el tiempo se parten las aspas y hay que cambiarlas. No ve como están ahora?, le pregunta.
-Sí, ya veo que está desmochado… habrá sido el aire y la lluvia, contesta.
Las aspas habría que moverlas buscando el viento más favorable, pero como no hay molinero… se queja Nicomedes.
-Pues ahí están, fijas y claro, cuando el viento sopla fuerte las troncha, prosigue.
-Vamos si quiere, don Mariano, al pueblo que aquí empieza a dar ya el sol –le dice el malanquillano. –Le acompaño si lo tiene a bien…
-Claro que sí, encantado, le responde el viajero, que escucha con agrado las viejas historias y las sabias puntualizaciones de Nicomedes, curtido en mil batallas.
Mientras caminan por la carretera, a paso lento, -las piernas de Nicomedes ya no son las que fueron y debe apoyarse ligeramente en la madera que, a modo de bastón, sostiene en su mano derecha-, el viajero recrea su vista en el horizonte. Más cerca, la Cucuta, detrás, el Montalvo y rayando la línea que separa el cielo de la tierra, el Moncayo con sus imponentes crestas.
Bajando la cuesta de Santa María y antes de llegar al puente bajo el que discurre un hilillo de agua, cuya presencia se advierte por las matas verdes que crecen en paralelo, parte, a la izquierda, el camino que lleva a Torrelapaja.
-Venga, vamos a ir por aquí, le dice Nicomedes a Mariano, que le quiero enseñar la antigua cisterna donde se recoge el agua que va a la fuente de los tres caños que está ahí, un poco más abajo.
-Dicen que es de los romanos, yo de eso no entiendo, continúa Nicomedes, pero escucho a los que saben. Aquí hemos tenido siempre gentes muy entendidas y algunas veces les hemos hecho caso y otras no, pero ahí están año tras año sacando cosas nuevas para el pueblo. Mi buen amigo Pedro, que ha sido alcalde de Torrelapaja muchos años, me decía que habíamos tenido mucha suerte en Malanquilla de tener un grupo tan preocupado por las cosas del pueblo. Que ya le gustaría a él algo así para su pueblo… remarca el anciano, mientras se aproximan a la cisterna.
-Es aquello la cisterna?, pregunta Mariano, al observar un muro frontal de piedra, de buena factura, que aparece a más de un metro de profundidad, en la falda de una pequeña colina.
-Sí esa es, vamos a acercarnos más, le dice y continúa. –Yo esto lo he conocido destapado. Luego se cegó la entrada para que no se cayeran animales ni nada y ahora, hace unos días, Los del ayuntamiento la han vuelto a sacar porque dicen que por aquí va a ir un camino que unirá las cosas importantes que tenemos y que merece la pena conocer. Estos ediles de ahora no paran, siempre les ves con unos y con otros arreglando cosas… el otro día les pillé poniendo un letrero de hierro junto al molino que pone el nombre del pueblo. Se ha fijado antes? Le pregunta a Mariano.
-Pues claro, como para no verlo -le responde-, es muy vistoso con ese molino dentro del corazón. Se ve que aquí es todo un símbolo que llevan los malanquillanos con orgullo. Del sendero que me decía -prosigue- se tratará de un sendero de esos turísticos que ahora hacen en muchos pueblos? Le pregunta Mariano.
-Sí eso es y resulta que pasa por aquí. Baja desde el molino y va por esta ladera por la que ahora no se puede pasar, hacia la fuente.
Se asoman los dos a la pequeña cavidad abovedada, ya cubierta por una puerta acristalada. Allí se recoge el agua del manantial que surte a la fuente. Es una obra romana, del siglo I y está incluida en el Sendero que se trata de crear para unir, como bien decía Nicomedes, los monumentos que se encuentran fuera del núcleo urbano, a excepción de la iglesia parroquial que sí se encuentra en el mismo centro.
Este proyecto, presentado en noviembre, en un congreso, en Calatayud, forma parte del nuevo amanecer de Malanquilla, lo mismo que el último que se ha presentado, Malanquilla Rechita, que viene a significar en castellano “rebrota”. Ambos tratan de la potenciación turística de la localidad como base de la revitalización del pueblo que pasa, en su fase más ambiciosa, por la acomodación de nuevas familias para llevar las infraestructuras que pudieran ser necesarias.
Nicomedes lo explica muy bien, a su modo…
-Mire usted, como le decía en Santa María, este pueblo tiene mucho atractivo turístico, viene la gente a ver el molino atraída por su fama, lo ven y se van. Ahora lo que quieren estos que entienden y el ayuntamiento, es que se queden a comer, que compren recuerdos e incluso que se queden a dormir… de nada sirve si se van igual que vienen. Lo mucho y bueno que tenemos, desaparecerá cuando desaparezca el pueblo.
-Le entiendo perfectamente –interviene Mariano- Se trata de atraer riqueza que pueda salvar al pueblo de su desaparición.
-Es que es el porvenir lo que se juega… apunta el anciano.
-Hasta ahora se han hecho muchas cosas que no dejaban riqueza en el pueblo. Han ayudado y mucho a que el pueblo fuera conocido pero ahora hay que sacarle un rendimiento económico. Se imagina el cambio cuando se instalen dos, tres o cuatro familias con sus hijos y se reabra la escuela que lleva tanto cerrada por falta de niños? Y eso sólo pasará si esas familias tienen lo suficiente para vivir ya sea llevando una casa de esas para turistas, un restaurante…
Mariano –que es un hombre de mundo- que conoce perfectamente el desarrollo del turismo y de la industria que genera alrededor, sabe bien de lo que le habla Nicomedes.
Este viajero incansable, escritor, que en su día, siendo muy joven, ganó un premio de la Junta de Extremadura sobre el turismo en la comarca del Jerte, cuando esos pueblos que la conforman no eran para nada lo que son hoy gracias al potencial de sus cerezos y a su floración que cada año mueve a miles y miles de personas que llenan casas rurales y hoteles, parajes naturales y restaurantes, adquieren cerezos que luego intentan plantar en sus casas y jardines y consumen todo tipo de objetos y productos.
Mariano, en su juventud, fue uno de los impulsores del desarrollo turístico del Valle del Jerte. No es de la zona, aunque su familia, por vía paterna, sí desciende de un pequeño pueblecito cerca de Plasencia, hoy integrado en esa ruta mágica de los cerezos y que hace 50 años, como Malanquilla, luchaba por su supervivencia. Entonces tan sólo contaba con 90 habitantes y un bar. No había tienda para comprar lo más elemental pero sí un extenso y variado patrimonio histórico y natural que, pasados los años, han sabido rentabilizar. Hoy cuenta con varias tiendas de productos regionales, tres restaurantes y dos casas rurales y su población permanente ronda los 160 habitantes.
Reside en Madrid y desde los 15 años, Mariano, se propuso iniciar el despegue de esta comarca sabedor de lo mucho que tenía para ofrecer. Supo ir ganando el favor de otros jóvenes y de las autoridades locales y de la diputación provincial y juntos abanderaron un movimiento asociativo de amplia repercusión, que medio siglo después ha posibilitado el gran milagro económico de toda la comarca.
Muchos, entonces, les tildaban de locos, de ingenuos e incluso alguno aventuraba ocultas pretensiones de lucro… Con la perspectiva que da el tiempo, todos se equivocaron. El milagro se obró a fuerza de constancia, entrega e ilusión. Todos remaron en la misma dirección, pero como ocurre tantas veces, necesitaban alguien que empujara y creyera en el proyecto, alguien que, como Mariano y su proverbial don de gentes, ilusionara a propios y extraños.
Mientras recorrían juntos los poco más de 150 metros que separan la cisterna de la fuente, Nicomedes le contaba a Mariano cuanto sabía de esa misteriosa fuente: “que si antes se creía de más nueva construcción, que si fueron los chicos del grupo de Misión Rescate los que descubrieron que era romana… que si está perdiendo la inscripción latina de su frontal….”
Mariano escuchaba con atención y le hacía preguntas para no perder detalle alguno.
-Que interesante –le decía- cuente, cuente…
Y el tío Nicomedes, en su salsa, se crecía.
Nicomedes es un hombre lleno de esa sabiduría popular que no se recoge en los libros pero que aflora por cada poro de su piel cuando se le oye hablar. Lo mismo te recita de corrido los nombres de los distintos parajes del término, nombres rudos, por cierto, como suelen ser los heredados de la presencia celtíbera de estas tierras, que te sorprende con anécdotas. En su juventud fue agricultor. Entonces el campo no ofrecía el “confort” del que ahora se disfruta. En las eras del Santo Cristo se le veía cada mañana y cada tarde trillando ayudado por su mujer, toda vestida de negro.
Nicomedes conoce a todos, se lleva bien con todos, sabe de los dichos y coplas del lugar y posee una privilegiada memoria, lo que le ha llevado a escribir numerosos cuadernos con notas de recuerdos y vivencias que sin él se habrían perdido para siempre.
-Pues sí, le dice a Mariano, aquí hubo un grupo de Misión Rescate allá por los 70. Decían que la fuente era del tiempo de Carlos III, pero luego descubrieron en el ayuntamiento un documento, copia de otro anterior, en el que se decía que la fuente era romana mandada levantar por el procónsul Vitelio Fabio.
-Vaya… y han llegado a saber quien es ese procónsul?, le interroga el viajero.
-No, dedicaron mucho tiempo pero nada se sabe de él. Pero debe ser cierto su origen antiguo porque se han encontrado algunos trozos de la canalización primera.
-Ve ahí, en el frente? Todavía se pueden ver unas letras. Es lástima que se estén perdiendo. Yo cuando era joven las podía leer al completo. Ahora sólo se destaca alguna letra. Al parecer indicaba que se trata de una fuente de agua.
Después de echar un trago del agua que cae con fuerza del caño romano, el único original de los tres que conserva y que representa una cabeza de animal y tras refrescarse un poco el pelo y la nuca, ambos, en animada conversación, caminan, carretera adelante hacia la plaza del pueblo.
-Ya le digo que aquí se han hecho muchas cosas. Aquéllos muchachos de Misión Rescate ganaron el Trofeo de Oro y eso tuvo mucha repercusión, le cuenta a Mariano.
– Eran unos críos de no más de 15 años pero vaya si se movieron… Ahora lo que quieren los del nuevo proyecto ese que le decía antes es continuar aquella labor –añade Nicomedes.
-Eso está muy bien, -zanja Mariano-. Los tiempos han cambiado mucho pero siempre es bueno desde el reconocimiento de algo positivo, seguir abriendo caminos.
-Claro, por eso le han puesto ese nombre aragonés, “rechita” que según he oído significa rebrotar, que yo aragonés no se ni papa. Eso por estas tierras no se ha hablado nunca, es más bien del pirineo, de las zonas de Huesca y por ahí. Allí sí lo han utilizado siempre pero aquí, lindando con Castilla, nunca lo he oído. Pero verdad que está bien escogido? –le pregunta al viajero-
-A mi me parece perfecto. –le dice Mariano- Cuando algo rebrota es porque hay vida. No se trata de plantar un nuevo árbol, sino de nutrirse de la sabia que aún recorre su corteza para continuar creciendo. Puede que el árbol esté viejo y languideciendo, pero es el Arbol, con mayúscula, donde hay que recalar, al que hay que escuchar y valorar y dotar de nueva vida. Es muy oportuno el nombre y hasta bonito. Queda bien ese Malanquilla Rechita. Ojalá consigan su objetivo y este pueblo se llene de gentes que posibiliten su futuro. –concluye-
-Sabe usted de esto eh? Le contesta Nicomedes.
-Bueno algo he aprendido después de tanto viajar y de conocer tantos lugares –contesta Mariano, sin querer profundizar en su azarosa andadura.