POR FRANCISCO RIVERO, CRONISTA OFICIAL DE LAS BROZAS (CÁCERES)
Viajar a la Sierra de Gata es conocer una partecita de España que tiene una particularidad que pocos saben. Tiene un idioma propio: A fala, que está considerado como un Bien de Interés Cultural inmaterial por el Gobierno de Extremadura.
Tras el viaje, la propietaria del restaurante “Los Cazadores” de San Martín de Trevejo, Silvia Cano Martín, tuvo a bien ponerme un texto en su lengua. Es fácil de entender porque es una mezcla de castellano viejo y galaico portugués. Aquí lo que me dice por escrito: “Tamen falas da nosa lengua materna, o mañegu, permitimi que te poña a dispia en Fala, mutas gracias i un beixu pa tos i toas, abrazus calusosus desde Sa Martín de Trevellu. boas tardis i hasta cuandu queirais”.
Y el viaje comenzó en Coria, la ciudad episcopal, visitando la preciosa catedral de una sola planta, donde en su museo se halla el manto de la Sagrada Cena, que se guarda como oro en paño y nunca mejor dicho, pues la arqueta que lo reserva fue un regalo de los plateros de Taxco (México). Antes se visitó el precioso convento de la Madre de Dios, donde una simpática monja cacereña enseñó a los visitantes el precioso claustro. Finalmente casi todos compraron dulces monásticos. ¡Buenísimos!, especialmente la yemas de huevo y las boyuelas.
Y de aquí al Museo de la Cárcel Real, todo ello muy enseñado por la guía Ana Clemente, toda una profesional con la que disfrutamos por las calles de Coria. La Cárcel Real es, en sí misma, un bello edificio que sirvió como calabozo municipal y regional hasta 1982. Hoy, convertido en museo, se enseña como un verdadero monumento.
Por dos pueblos serranos
El grupo salió hacia San Martín de Trevejo, “Sa Marti de Trevellu”, uno de los tres pueblos que hablan A fala, “manhegu” es la modalidad local. Junto a Eljas (“lagarteiru”) y Valverde del Feresno (“valverdeiru”). Las calles están rotuladas en las dos lenguas. El alojamiento, magnífico en la Hospedería de la Sierra de Gata.
Subir por sus empinadas calles hace que uno se encuentre con unas casas singulares de adobe y piedra, propias del valle del Jálama, la cercana montaña que alcanza casi los 1.500 metros de altitud. Son curiosas las trancas con que cierran las puertas, como señala Julián un lugareño que tiene una bodega en la que vende productos de la región, a destacar el vino de pitarra blanco de Gata y un magnífico queso de cabra, sin olvidarse de las hogazas de pan o el excelente orujo casero. Hay que visitar su interesante plaza mayor, con la Casa del Comendador de la Orden de San Juan de Jerusalén y la torre de la iglesia, que tiene solo una media puerta.
Hoyos, un pueblo episcopal
Y aquí, en Hoyos, descansaban los obispos de Coria. Incluso el asesinado Juan Álvarez de Castro, al que las tropas francesas fusilaron en 1809 en su cama, ya muy anciano, por oponerse a la invasión.
En Hoyos hay que ver su templo parroquial, Nuestra Señora del Buen Varón, con ciertos aspectos románicos, algo difícil de ver en Extremadura, así como las callejuelas estrechas y con ventanas geminadas. Muy singular la que hace esquina, en la calle del Chorro, que es el logo del pueblo. Muy buenas las explicaciones de la guía, la gallega aposentada en Hoyos, Beatriz Róo.
Fuente: APETEX CARTA MENSUAL. Febrero 2014. Año XI. Número 122