POR JOSÉ MANUEL LÓPEZ FERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE VILLANUEVA DEL ARZOBISPO (JAÉN).
En los años sesenta del siglo pasado leer la columna de Tico Medina, en “Diario Pueblo” era una brisa fresca para mí, que se reforzó con la presencia de Tico, con la publicación de un libro dedicado a Jaén y con la asistencia a las dos primeras Fiestas del Aceite, celebradas en Villanueva del Arzobispo en 1961 y 1962.
Acabo de entregar en la secretaría del Ayuntamiento local, mi trabajo para el libro de Fiestas de 2022, que se está trabajando para editarlo en agosto.
Lógicamente varias fotos, recogen momentos estelares del periodista, y vuelvo a recordar el amor y entrega que supuso a toda la provincia de Jaén su publicación “La tierra redimida”, en la que hace un recorrido por todos los lugares y personajes destacados, inmortalizados por el gran fotógrafo César: las mariposas de Benavente, Cuétara, Canalejas de Puerto Real, cuatro generaciones de carpinteros, Segura de la Sierra, el guarda mayor Justo Cuadros, el tío Lobera, Paco Baños, el picador “El Gordo”, Quesada de Zabaleta…
Me impactó la historia de un casco de guerra, que ya había publicado en Pueblo, y que considero uno de los mejores artículos, dedicados a la Virgen de la Fuensanta; “la ermita de la Virgen de la Fuensanta, Señora del Olivar, está plantada en un cruce de caminos. Es blanca y antigua, y la dan larga y fresca sombra unos cuantos árboles gigantescos, a cuya vera tienden sus manteles y tocan sus guitarras los romeros que vienen a estas tierras por septiembre, cuando el olivo tiene el color de la plata, y cuando el campo ya está listo para la siembra del año que viene.
La ermita es hermosa y da gusto verla. Limpia, con zócalos azules, alto campanil y una torre alta, en la que escribió sus más encendidos versos San Juan de la Cruz. Frailes trinitarios, pasean bajo los parrales del huerto. El antiguo Carmelo tiene un cenador románico, con una vieja piedra y unas altas palomas en el cielo. Aquí se remansa la vida, se endereza la vena de la alegría y aprende uno otra vez a sonreír. Tiene la ermita gentes de Villanueva del Arzobispo a todas las horas del día, y una fuente mana un agua milagrosa. Un agua fresca, nacida en la penumbra de un hondo manantial y en la luz de uno de los más bonitos milagros de tiempos de moros.
… La Virgen es patrona de las Cuatro Villas y guardas su camarín una quincena de frailes trinitarios, de los que llevan sobre el hábito blanco la cruz de azul y rojo de su congregación.
Huele en la ermita a flores pequeñas. El incienso tiembla entre las velas. Mosaicos mudéjares tras el manto blanco de la Virgen. Sobre los restos de una primitiva capilla que levantó San Fernando edificó otra posterior más pequeña, más recoleta, el rey Alfonso X El Sabio. Pasa un trinitario con la bandeja. Un grupo de gentes devotas escuchan misa. Luces. El órgano en el coro. Unas voces masculinas.
Patrona de Iznatoraf, Villanueva del Arzobispo, Villacarrillo y Sorihuela. La Virgen tiene muy grandes los ojos y es la copia exacta de una talla bizantina con el Niño en brazos, que se perdió en la guerra civil. La quemaron en un lugar llamado La Moratilla, y no ha crecido la hierba desde entonces en ese rincón .Ni piedras da el campo donde se llevó a cabo la fogata. Suena una campanilla de plata. Las gentes se acercan a comulgar.
En el pecho de la Virgen reluce la herida sangrienta de la Legión de Honor francesa. Bajo su pie y el de su Hijo, un casco dramático cierra la historia de un soldado devoto. Al periodista le tiembla el pulso de la noticia. Flores en el altar. Mis ojos están fijos en esos tres agujeros tremendos, que casi horadan la piel de hierro verde. Cuelga el barbuquejo sobre el sagrario. Un rumor de cañonazos hay en mi pensamiento.
Cuando termina la misa, el prior nos lleva al camarín. Una luz alta entra por la claraboya. Los pájaros alborotan el jardín trinitario, que antes perteneció a la Orden del carmelo. Por alguna de estas galerías, tal vez camino del refectorio, donde acabamos de pasar, cruzarían las sandalias de San Juan de la Cruz, con su lejano perfume a las violetas de la sierra de Jaén.
Tengo el casco en mis manos, Es pesado, grande, bruñido. Su propietario, el hombre que le llevó en la guerra mundial, en Indochina, en Argel… es un comandante del Ejército francés, actualmente destinado en el Berlín occidental, y que el día 6 de agosto pasado vino hasta esta ermita, hincó su rodilla bajo el manto protector de la Fuensanta y le hizo entrega de su más hermosa condecoración: la Legión de Honor. Y le puso a los pies (bendita Virgen de ojos negros, Señora y Reina del Olivar) el casco con los tres disparos, que ella- estoy seguro- detuvo a flor de la piel del soldado con su mano pequeñita, blanca y calentita de Virgen de pan candeal.
El comandante nació en Orán, hijo de padres villanovenses. Le pusieron en la pila un nombre católico, Francisco. Y dos apellidos españoles: Nieto y Rodríguez. A lo largo de su infancia vio sobre la ancha cama matrimonial de sus padres, una estampa grande de la Virgen de la Fuensanta, y siempre sintió correr por sus venas la honda devoción a esa ermita que habría de visitar cuarenta años después.
Cuando fue a Indochina, ya de soldado, junto a su fusil y su casco guardó en la cartera una tierna y romántica estampita de la Fuensanta de Villanueva del Arzobispo. Allí cercaron su compañía y llenaron su trinchera de muertos y de explosiones. La muerte anduvo entre los mosquetones como por su casa, El soldado Francisco Nieto salió indemne de aquella tragedia. Fue un héroe. En el desfile triunfal tenía lágrimas en los ojos. “Siempre pensaba en esta ermita y en este día, en que debía venir a los pies de la Virgen para hacerle mi tributo y conocerla”,
Después viene el mapa caliente de Argel. Llueven las bombas. El oficial francés Francisco Nieto Rodríguez no tiene miedo a la muerte. Otra vez su nombre es citado en los partes diarios de la tropa al momento de anochecer.
Clarines. Sobre el pecho emocionado, el pasador de la condecoración más preciada de Francia: La Legión de Honor. Temblor de tambores. Su nombre se apunta en la lista grande de los héroes de la nación. Bajo la ardiente luminaria de su medalla está seca,
como el ala de una mariposa disecada; pero palpita como el pequeño corazón de un pájaro, la estampa de la Virgen de la Fuensanta.
Destino a Berlín. Honores. Comandante. Su casco tiene tres heridas de metralla, de bala. La muerte estufo junto a su cráneo un día inolvidable para el soldado. También bajos su camisa, sobre el esqueleto sudoroso , la medalla de plomo de la Virgen Antigua, aquella que quemaron en Moratilla, donde no crece el trigo, ni el olivo por especial designio de Dios.
– Siempre que iba a entrar en combate decía:” Madre mía de la Fuensanta, en ti confío”. Su amor y su cuidado han venido conmigo en todos los combates.
Y una mañana, rodeado de sus hijos, todavía lleno de polvo el coche que lo acababa de traer a través de una larga semana desde Alemania, se acercó a la ermita. Le temblaban las piernas. Fuera cantaban los pájaros de agosto. Tiritaban las chicharras. Un hombre alto, fuerte pálido, hincó la rodilla a los pies del altar mayor. Incienso en el casco. La flor de luz de la lamparilla irisaba los agujeros del hierro de guerra.
Pocas personas. Los trinitarios, Música en el coro. El comandante francés Francisco Nieto subía hasta la altura del manto de la Virgen. Sus manos estaban frías de emoción. Tenía húmedos los ojos. Escalofrío. El comandante prendía en el pecho de la Fuensanta, Señora del Olivar, la Legión de Honor francesa.
Los ángeles presentaban armas tras los fanales de cristal. Santos, mártires y arcángeles en perfecta formación. “Lloraba como un niño chico”.
El Niño Dios volvió la cabeza para ver la mancha roja de la nueva condecoración sobre el pecho cuajado de joyas de su Madre.
Y entre los olivos se escuchaban crecer las aceituna. Por eso este año ya huelen a orujo las almazaras de aceite de Villanueva del Arzobispo”.
Fuente. José Manuel L. F.