POR HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA
Argusino, como cada año, recuerda a los suyos la memoria que con ellos descansa bajo el agua serena y tranquila del Tormes, detenida en ese gigantesco embalse de Almendra. Formado detrás de un muro de hormigón que supera los doscientos metros y a pesar de la distancia en el tiempo, nos recuerda los años treinta del pasado siglo, cuando la Pueblica y San Pedro de la Nave fueron borrados de sus lugares también por el mismo acontecimiento, en este caso por el Esla, como primeras ofrendas de la historia de ese mundo rural tan silencioso y obediente a los designios y destinos del poder. Esta ofrenda de Argusino nos hace sentir esa emoción viva a todos los que vimos nacer y crecer la gigantesca obra, como lanza del progreso, que a la vez no duda en cubrir de silencio y de olvido lo que anegó. Afortunadamente, y gracias a Dios, esas gentes de noble y sana condición cada año recuerdan en esa ermita testimonio de la fe más firme con esta fiesta evocadora.
Por eso es incalculable el valor significado de estas dignísimas celebraciones que son el mudo testimonio de un pasado cargado con la peripecia humana.
Argusino, Cibanal, encinas y robles, barcos sobre el Tormes que eran vía y camino de los lugares de ambas orillas. Un paisaje lleno de atractivos y de esos silencios de los encinares. Hasta el barro despertó en ese Cibanal de ensueño alejándose más tarde hasta Fornillos, hoy esos recuerdos constituyen y llenan la cuenta vacía del espíritu ante la desbandada de aquellos tiempos ya lejanos pero que escribieron una historia muy rica con sus sacrificios, su tenacidad y con ese estilo inconfundible que marca siempre la geografía de ese Sayago eterno, inmutable pero firme y seguro.
Fuente: http://www.laopiniondezamora.es/