RECUERDOS EN TIEMPOS CORONAVIRUS (9). EL CAPITÁN TRUENO
May 10 2020

POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)

Hubo un tiempo que aquella plaza tuvo un nombre cercano, íntimo y familiar: ¡Doña Juana! Luego otros. Cuando llegó la dictadura tiñeron su nombre de azul oscuro, color de Falange Española. Después los aires democráticos, progresistas y liberales le trajeron un nuevo nombre, un nombre hermoso: “Plaza de la Constitución”. ¿La Pepa? ¡No! ¡La Nicolasa!, la de ahora, la que ya es treintañera y regula y ordena para cumplir y hacer cumplir, como casi siempre más derechos que deberes y obligaciones. Doña Juana, la Falange, la Nicolasa, la Constitución y “La Consolación”, que así bautizó Genaro Franco Galán, aquel hombre alto, apuesto, elegante y de trato agradable, el negocio de su comercio. Allí, durante años, Genaro y sus dependientes ejercieron el oficio de comerciar y vender tejidos, confecciones y mantas, asegurando a la clientela un extenso surtido. Genaro tuvo una máxima, una técnica de venta que repetía en su marketing comercial: “Esta casa cada año se supera con surtidos y precios”. Fueron años difíciles y complicados que Genaro supo sortear con imaginación. Cuando aún no se habían inventado las tarjetas de crédito buscó como recurso para apoyar sus ventas, antes de perder una operación, la financiación al cliente a través de una firma aseguradora de prestigio: “El Ocaso”. Después, Genaro, abrió en la calle Cánovas “El Barato”.

“La Consolación” Nombre femenino para un negocio, porque la mujer en aquellos años miraba y apuntaba buscando y revindicando igualdad y conquistas sociales. En aquella época ya hubo otros negocios con nombres femeninos: La Marquesina, La Alicantina, La Parra del Piquete, La Valenciana, La Bejarana, La Industrial Enológica, La Portuguesa y La Carmela. ¡Ah!, y las “chicas del Pimentón”, donde tantas y tantas hicieron por medio de los jornales acopio con sus ahorros para llevar un ajuar digno, porque a muchas ya les había salido un novio serio y formal.

Y allí, en el medio de la plaza, tres quioscos desafiando la dureza de los días y los quehaceres que a veces negaba la voz del ordeno y mando. Prensa, novelas, cuentos, chucherías, pipas, garbanzos tostados, chicles, y hasta “bisontes sueltos” que debían ser atados ante el susto que producían los mixtos que estallaban sin piedad. Vázquez en el medio, y en los costeros María de la O y Candidito. Aquella trilogía fue gloria bendita, pura estética, arte y temple de cómo había, debía y tenía que pararse el tiempo.

Ahora cuando ya están apuntalados los palos de la Feria, a punto de que aparezca el primer fogonazo, en el preludio del gozo que viene, estos quioscos me han traído el olor a las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín, Hazañas Bélicas, El Jabato con Taurus, Claudia y Fideo de Mileto, Pulgarcito, Mortadelo y Filemón, y Josechu, un fortachón vasco que salía en las páginas del TBO. Aunque ninguno de ellos igualó al entusiasmo que me producía las aventuras de El Capitán Trueno, junto a Crispín, Goliat y Sigrid, su novia y Reina de Thule, quienes en sus aventuras luchaban por el débil, defendiendo la justicia y liberando a los oprimidos que ahora bullen y borbotean en el puchero de mis nostalgias.

NOTA. Este artículo está publicado en mi libro “Los quehaceres y los días. Montijo en la memoria”, páginas 65-66.

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