POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES- ARRIONDAS (ASTURIAS)
Observando hace unos días el reloj de la sala de espera de nuestra estación de ferrocarril, en Arriondas, me preguntaba cuántos se habrán parado a pensar en los años que llevan sus agujas girando dentro de su anciana esfera.
Como decía don Antonio Machado: “Hoy es siempre, todavía…”
Fue el día 23 de mayo de 1903 cuando llegó a Arriondas el primer tren de la Compañía Económicos de Asturias; y fue el 1.º de enero de 1908 cuando la Sociedad Tranvía de Arriondas a Covadonga puso en marcha el primer convoy desde nuestra villa hasta la estación de Repelao.
Detengámonos hoy en este reloj del hall de la estación parraguesa por el que se le abonaron 575 pesetas a su fabricante. Lleva su DNI identificativo, tatuado sobre lo que fue su blanca esfera, y dice: “Ismael Miyar, Corao”.
Tempus fugit, sí; el tiempo huye, escapa, va más veloz de lo que nos gustaría.
Sabido es que los hermanos Ismael y Roberto Miyar Álvarez vivieron entre 1857 y 1937.
Eran primos y herederos de Basilio Sobrecueva Miyar (1834-1890), el cual había fundado una fábrica de relojería en Corao (Cangas de Onís) sobre 1870. Basilio se formó en Madrid junto al relojero alemán Gauter y, más tarde, en Suiza.
Establecido en Corao, tuvo una selecta clientela para sus relojes de pie, incluida la Casa Real, y -desde Corao- salieron muchísimos relojes, al recibir encargos para las estaciones de Ferrocarriles del Norte, de Langreo, Económicos de Asturias y de la Sociedad Tranvía de Arriondas a Covadonga. Además, recibió encargos de la Diputación Provincial, de muchas parroquias, ayuntamientos, bancos, etc.
Su primo Ismael entró a trabajar con Basilio en la empresa desde joven, a los que se unió su hermano Roberto. Dos años después de fallecer Basilio, sus primos trasladaron la fábrica a Covadonga (un proyecto que había iniciado su tío), pero ésta no tuvo éxito, lo mismo que les ocurrió en Gijón. De hecho, Ismael se independizó a partir de 1895.
En Corao siguieron los dos hermanos con sus respectivos negocios hasta la Guerra Civil Española.
Roberto falleció en 1935 y su hermano Ismael, dos años después.
Un hijo de Ismael -llamado igual que su padre (1904-1970)- siguió la tradición familiar y fue director de la Escuela de Relojería y Mecánica de Precisión aneja al Instituto Laboral Rey Pelayo, en Cangas de Onís.
…Y así pasan el tiempo y se suceden las generaciones.
En uno de los magníficos relojes -en caja de nogal- que se conserva en Covadonga (con una esfera que contiene tres agujas con sus tres círculos), hecho por los hermanos Ismael y Roberto en 1892 para el obispo Ramón Martínez Vigil, figuran los grabados de un reloj de arena con alas, un espejo y una guadaña. Todo un simbolismo para el observador, pues los tres elementos citados simbolizan el tiempo, la vanidad y la muerte.
Cada vez que el dios Cronos -en forma de gigante- cruzó la estación de Arriondas con su enorme reloj y su guadaña para desfilar el día de Las Piraguas durante tantos años ¿le habrá sonreído al reloj de la sala de espera de nuestra estación?, como quien dice “aquí estoy otra vez a recordarles a los romeros que se diviertan lo más y mejor posible, porque su vida es breve”.
Pero un agosto, el viejo “hijo” de Ismael Miyar dejó de verlo salir y entrar por la sala de espera, y así llevaba ya demasiados veranos…hasta que este año alguien le comentó que una reencarnación de aquel anciano Cronos se paseaba de nuevo por las calles de la villa.
Realmente, el anciano reloj de Corao lleva ciento quince años viviendo de espaldas al otro reloj situado en el andén de la misma estación, “hijo” de una burgalesa (fábrica Viuda de Ángel Perea), pero pocos saben que los dos funcionan con un solo corazón, el cual -mediante una especie de “bypass”- mueve las agujas de ambos desde la caja del más anciano.
El de Corao presume de no pasar frío en invierno cuando se cierran las puertas de su sala, mientras el de Miranda de Ebro ya no se altera ni en los efusivos encuentros ni en las emotivas despedidas, porque son ya demasiados los años en los que ha visto de todo desde sus dos esferas, aunque ambos coinciden en que cada vez observan menos vida, menos usuarios, menos trenes e, incluso, temen por su incierto futuro.
Mientras tanto, su memoria se va limitando y tan solo va guardando aquellos recuerdos más relevantes, conscientes de su provecta ancianidad, porque nadie queda en todo el concejo que los haya visto nacer hace ciento quince años.
El jefe de estación sabe que cada cuatro días debe darle cuerda al oriundo de Corao, para que tanto él como su hermano, puedan seguir dando fe de lo rápido que pasa el tiempo, y lamentan que ya casi nadie les mira, si acaso algún mendigo que ni siquiera tiene un modesto reloj que llevarse a su muñeca.
“Carpe Diem”, como nos recordaba el poeta romano Horacio hace más de dos mil años, un tópico literario recurrente, en el sentido de que no debes dejar para mañana lo que puedas hacer hoy…