POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ORRIONDAS (ASTURIAS)
Lleva este cronista año y medio revisando con detenimiento las más de 6.000 actas en las que se recogieron los acuerdos de los plenos de nuestro Ayuntamiento de Parres desde 1835.
Son 183 años de la vida del concejo donde nada (o casi nada) queda sin mencionar.
Ahí están bajo varias llaves ocultos los libros de casi dos siglos de miserias y grandezas.
De modo que cada casa, fuente, lavadero, finca, monte, puente, camino, escuela, calle, iglesia, cementerio, barrio, feria, celebración, deporte, inundación, desgracia, etc. tiene su “asiento” correspondiente.
Miles de acuerdos, discusiones, denuncias, trabajos, intereses creados, obras, omisiones y sacrificios quedaron ahí reflejados para siempre.
He publicado hasta el capítulo XVIII de las «Memorias de Parres» desde el citado 1835, quedan aún no menos de cuarenta capítulos más.
Y le quedan a este cronista por leer otras aproximadamente 5.000 actas de los acuerdos de las reuniones de las comisiones permanentes que -después- elevaban al pleno municipal.
A razón de unas cuatro horas diarias me suelo sumergir en la vida de tantas generaciones que nos precedieron y que -sin duda alguna- vivieron tiempos muy malos (demasiadas veces terribles) con carencia de todo, en una penuria, incultura y miseria como la que ahora sufren los pueblos del tercer mundo.
Estoy ahora mismo revisando los libros correspondientes a los años 50 del siglo pasado, lo cual quiere decir que -en recientes semanas- pasaron por delante de mis ojos los horrores de la Guerra Civil en nuestro concejo.
Ahí aparecen decenas de cadáveres del “bando republicano” por los montes o en las cunetas; lo mismo que aparecen decenas de cadáveres de soldados (y de otros) del “bando nacional” en los caminos, o apilados en nuestro cementerio de San Martín esperando durante varios días a que alguien los identificase.
Aparecen -por ejemplo- con su nombre y apellidos quienes -durante el legítimo gobierno municipal parragués salido de las urnas en la Segunda República- injuriaron en público a las autoridades cuando la Corporación fue cesada por orden del Gobierno Civil, debido a su «silencio y tibieza» durante la Revolución de octubre de 1934 y -cuando esta Corporación fue repuesta por orden del Ministerio de la Gobernación- un grupo de vecinos se manifestó ante el ayuntamiento el día 20 de marzo de 1936 para que se tomasen medidas contra ellos…y el alcalde republicano les abrió expediente disciplinario, apartándolos provisionalmente de su cargo de funcionarios para estudiar el caso, por tener éstos una plaza fija -no interina- en su trabajo. La razón del alcalde fue que lo hacía para evitar consecuencias «por la actitud del pueblo», dado que deseaba evitar «alteraciones muy graves de orden público de las que pudieran derivarse hechos sangrientos».
A éstos mismos funcionarios los encontraremos de nuevo tres años después -con sus nombres y apellidos- fusilados el día 6 septiembre de 1939.
Lo mismo que tantos otros, sobre todo maestros y maestras de nuestros pueblos que perdieron su trabajo y fueron depurados después de la guerra por causa de las denuncias de quienes les acusaban de no llevar los niños a misa, de no rezar en la escuela, de no ser lo suficientemente católicos o de haber sido -sencillamente- simpatizantes de la causa republicana, (…esa carpeta concreta sobre el magisterio, con los nombres y “razones” de los denunciantes y de los maestros y maestras acusados es estremecedora, a la que se sumaron después quienes -incluso sin los estudios específicos para impartir clases en las diversas escuelas del concejo- se ofrecieron gratis a hacerlo y fueron aceptados, alegando que en sus aulas sí se rezaría y serían leales al Movimiento Nacional, mientras presentaban en el ayuntamiento el imprescindible aval del jefe local de Falange).
Las sorpresas de todo tipo no son infrecuentes a lo largo de tantos años: desde algún alcalde, secretario o interventor detenidos por corrupción, hasta otros -la inmensa mayoría- que, con sus concejales, trabajaron sin descanso y sin sueldo por el bien de los vecinos.
A veces se recogen momentos emotivos, veamos uno:
El barrendero municipal Domingo Fresnedo Gómez presentó una instancia en el Ayuntamiento -ya en su ancianidad- alegando que desde 1910 había desempeñado sus funciones con toda dedicación y que -tras casi cuarenta años de servicios- solicitaba a la Corporación municipal de 1955 se le concediese algún tipo de jubilación para poder vivir dignamente el resto de sus días en Ozanes, pues se había visto obligado a abandonar su trabajo de limpieza por las calles de Arriondas al haberse quedado ciego.
Por supuesto que fueron generosos económicamente con él y hasta una calle de la villa lleva su nombre desde hace más de cuarenta años.
En resumen: un mundo concentrado en los límites de un concejo, como tantas decenas de miles en esta España nuestra.
Es una suerte que esos libros se conserven en su mayoría, pues en muchos concejos asturianos desaparecieron durante la pasada guerra, hace ocho décadas.
Seguiremos contando lo que pasó, con la prudencia infinita que supone el no mencionar nombres de personas cuyas actuaciones en el pasado fueron desafortunadas o -sencillamente- execrables, pues su memoria sigue entre nosotros y -en no pocos casos- en sus actuales descendientes, hijos, nietos y bisnietos.
Demasiadas décadas de oscuridad, y mudar los odres viejos a veces no es tarea fácil.
De cualquier forma, hay una ejemplar línea común que recorre estos casi dos siglos de municipalidad parraguesa, sin distinción de ideas ni sensibilidades políticas:
La SOLIDARIDAD con los más necesitados del concejo.
Es ésa la “seña de identidad” más destacada de TODAS las corporaciones municipales durante casi dos siglos, cada una según sus posibilidades.
En una gran mayoría de las miles de actas conservadas hay un capítulo para la beneficencia pública que se especifica con el nombre de cada necesitado en forma de pago de medicamentos, asistencia, médicos gratis, ayudas en efectivo, envíos al Hospital Provincial de Oviedo (incluso a Madrid), a balnearios cercanos, a centros psiquiátricos, socorros para quienes lo habían perdido todo y se habían quedado en la calle, para niños abandonados, para ancianos que vivían en la miseria…
Entre el derrotismo de algunos y el triunfalismo de otros hay siempre un ten con ten.
Diría yo: la ecuanimidad con buena puntería.
Y es que los seres humanos somos así de simétricos, vamos desde la euforia al abatimiento, desde la admiración al desprecio, desde la parusía al apocalipsis.
En fin, que no todo es blanco o negro, ya que en el muestrario o carta de colores que la vida nos pone delante, los matices del gris disponen de un amplio abanico.
Es la vida misma, y algunas veces conviene recordar para valorar lo que tenemos y… para no repetir.