POR PEPE MONTESERÍN CORRALES, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS).
Tengo una navaja de dos siglos, me la regaló mi abuelo; periódicamente la reviso y voy reponiendo remaches y resortes, el escudo, el latón, el pomo, la espiga, las cachas, si se cuartean, e incluso la hoja de acero, mellada. ¿Qué queda de la navaja original? Queda el espíritu. ¿Acaso cambia uno de identidad porque las células del cuerpo humano se regeneren cada siete años? ¿Cambia un río de nombre aunque el agua nunca sea la misma? Le pregunté a un cirujano si algún día podremos trasplantar el cerebro, y me respondió que, en tal caso, trasplantaríamos el cuerpo. Insisto: lo sustantivo de la persona es el espíritu y yo tengo alma de Cromagnon; Pepe o cuervo, quiero saber qué hay detrás del horizonte.
Aquí estoy en el Roque Nublo; en mi mano derecha se recorta el Roque Bentayga, montañas míticas y mágicas para la gente canaria. Frente a mí el humo de La Palma y más allá San Borondón, una isla que sólo existe en el espíritu de las personas soñadoras.