POR JUAN FRANCISCO RIVERO, CRONISTA DE LAS BROZAS (CÁCERES)
Donde se cuentan mil zarandajas tan impertinentes como necesarias al verdadero entendimiento desta grande historia.
Capítulo XXIV de la II Parte del Quijote
Antes de nada he de confesar públicamente mi terror a enfrentarme con estas hojas en blanco, pues es un grave atrevimiento hablar y escribir de la obra maestra del genio de las letras españolas, don Miguel de Cervantes Saavedra. Pero como uno es disciplinado y además osado intenta, desde su ignorancia, escribir unas líneas.
Mi primera intención es tratar, como ya hice en tierras manchegas, la relación de don Miguel con mis tierras extremeñas, no en balde, como es de todos conocido, este ilustre escritor vino en peregrinación a las Villuercas para postrarse ante la Virgen de Guadalupe por haber sido liberado del yugo sarraceno después de su largo cautiverio en Argel, de donde fue liberado por las ayudas y limosnas conseguidas por los Padres Trinitarios fray Juan Gil y fray Antón de la Bella cuando el 19 de septiembre de 1580 logran pagar su rescate.
Y a veci me preguntu que sería de esi pobri hombri mancu y adima ehcritó en aquelluh tiempuh de Mari Castaña. He buhcau en mi memoria el parla de mi tierruca ehtremeña, la de aquelluh versuh que loh mah nuevuh sabían de un poeta cahtellano llamau Gabriel y Galán cuando recitaba en ehtremeño, en sus poesías extremeñas, o bien ese mah mozu que era Luis Chamizo, el inventor del término castúo. Bien eh verdá que nusotru noh comemu la metá de lah letrah. Qué le vamu a hacel.
Pese a este “parlá extremeño”, sin olvidarse de la “fala”, que es un lenguaje arcaico que sólo se habla en tres pueblos de la Sierra de Gata, (Valverde del Fresno, Eljas y San Martín de Trevejo, donde se habla respectivamente el valverdeiro, el lagarteiro y el mañegu), los tres pueblos son limítrofes con Portugal y Salamanca y cuyas particularidades has sido estudiadas recientemente en un congreso, llegándose a la conclusión de que se trata de una reminiscencia medieval gallega del siglo XIII.
Pues bien, en Las Brozas vivió Elio Antonio de Nebrija, al amparo de su hijo Marcelo, por aquellas fechas comendador mayor de la Orden Militar de Alcántara, y residente en el castillo de la población. Por entonces al hacerse mayores las personas, iban al cuidado de su hijo y si éste era poderoso aún más. Nebrija llegó a escribir parte de su “Gramática española” en Las Brozas, texto que supuso una revolución en las letras en 1492, cuando aún se escribía el latín. En Las Brozas se cuenta de padres a hijos, que Nebrija deliraba enfermo en la cama porque creía que no iba a poder terminar su Gramática, documentado en el libro “La Minerva” de El Brocense cuando en su prólogo éste escribe lo siguiente:
“…Estaban, pues, postradas las buenas letras, cuando hace ahora cien años nuestro Antonio de Nebrija intentó castigar a estos rebeldes. Pero el mal había echado raíces tan profundas que, aun destruidos innumerables monstruos, quedaban todavía muchos por destruir. Y si él volviera otra o muchas veces, no dudo de que lo hubiese recompuesto todo con facilidad: tal era su talento. Y es que todo arte, como dice brillantemente Santo Tomás, debe cambiar, siempre que el entendimiento encuentra algo mejor. Así pues, lo que él no pudo terminar, quizás me lo dejó a mí para que lo acabara. ¿Me
preguntas cómo puede ser eso? Pues porque mientras él, en mi pueblo de Brozas, donde terminaba el Diccionario y la Gramática, yacía con fiebre en casa de su hijo Marcelo, caballero de la Orden de Alcántara, se quejaba, suspirando constantemente, como le oí decir muchas veces a mi padre, de que dejaba la Gramática y el Diccionario sin acabar. Y, ¿qué me dirías si sabes que cantaba aquel mal presagio virgiliano?: «Quizás algún día salga de mis cenizas algún vengador que persiga con fuego e hierro a los ignorantes Perotos«…
Es bueno dar a conocer esto, por la importancia que tiene para el conocimiento de la literatura de nuestro país. Bien es verdad, que su gran obra la concluyó en Zalamea de la Serena, donde se encontraba la corte del último maestre de la Orden, don Juan de Zúñiga.
Sin embargo, Nebrija ha dejado en Las Brozas parte de sus estudios del nuevo idioma, lengua en la que Cervantes escribió su obra universal. Se trata de unos textos transcritos en piedra granítica en la ermita del Buen Jesús. Son pensamientos como “Por Cristo se a de poner la honrra y vida y por honrra la vida” “Conoce el tiempo y a ti mesmo”.
Francisco Sánchez de las Brozas, “El Brocense”, un humanista, profesor, catedrático de prima de Retórica y profesor de griego en la Universidad de Salamanca.
Nació en mi pueblo – del que me honro en ser cronista oficial- en 1523, la villa cacereña de Las Brozas, y murió en Valladolid en 1600. Fue el autor de la Minerva, una gramática, cuyas teorías gramaticales aún siguen vigentes hoy en día, como lo demuestran los estudios de la gramática generativa del norteamericano Noam Chomsky, un gramático universal que ha sabido crear escuela. Desde 1955 es profesor de lenguas modernas y de lingüística general en el instituto de tecnología de Massachussets.
Chomsky nos recuerda que un lenguaje es un conjunto de frases, todas de longitud finita y construidas con repertorio finito de elementos. Aquí se muestra el carácter generativo de la gramática, la cual, a partir de unos componentes y de sus reglas de composición, genera todas las frases de la lengua que explica.
El autor de la primera Historia de la Literatura Española, aparecida en 1849, G. Ticknor, dijo que el Brocense era el escritor más erudito de su tiempo y el inglés Aubrey F.G. Bell, autor de una sucinta biografía de Francisco Sánchez escribió en 1925 que el Brocense “encontró tiempo para ocuparse de teología, música, drama, poesía, arqueología, arquitectura, cosmografía, astronomía, medicina, leyes, ciencia y filosofía”.
Pero Cervantes fue un hombre que conoció a mi paisano Francisco Sánchez de Las Brozas(1523-1600), hombre estudioso de la lengua castellana en su obra “Minerva”, quien “elevó el castellano a categoría universal”, en palabras del que fuera director de la Real Academia Española de la Lengua, Manuel Alvar, profesor de este servidor en su carrera de Periodismo. Hoy los expertos de las lenguas, como el suizo Ferdinand de Saussure o el norteamericano Noam Chomsky siguen sus teorías gramaticales. Pues bien, don Miguel le dedica el siguiente elogio a “El Brocense” en su obra Galatea:
“Aunque el ingenio y la elocuencia vuestra,
Francisco Sánchez , se me concediera,
Por torpe me juzgara, y poco diestra,
Si a querer alabaros me pusiera,
<Lengua del cielo, única y maestra,
Tiene de ser la que para la carrera
De vuestras alabanzas se dilate;
Que hacerlo humana lengua es disparate”.
Pero la verdad es que se me va el santo al cielo y dejo en el tintero lo mucho que tiene que ver don Miguel con relación a mi tierra que es lo que pretendo hablar y decir en esta ponencia sobre “esta grande historia”, donde Don Quijote reflexiona en alta voz con el joven que va a la guerra con un hatillo cargado a la espalda, concretamente en el capítulo XXIV de la segunda parte.
Cuando hablan Don Quijote y Sancho de la ermita donde piensan pasar la noche me he imaginado, mientras escribía este texto, una de las muchas ermitas que hay en Las Brozas, pero especialmente la de la Soledad, cercana a la del Buen Jesús, que fue aquella donde Nebrija dejó su impronta. Mientras mi hijo Francisco Javier toma al natural el dibujo con su carboncillo para preparar la ilustración que acompaña este texto, leo el capítulo en esta zona del campo extremeño rememorando lo que sentiría nuestro héroe en su recorrido por los campos manchegos.
Un obispo de Coria bautizó a Cervantes
Y hablando de temas religiosos, me viene también a la memoria la apertura de mi conferencia en el Congreso Nacional de Cronistas Oficiales, celebrando del 11 al 15 de octubre de 1995 y organizado por mi buen amigo Joaquín Muñoz Coronel, hombre amante de todo lo quijotesco y quijote él mismo.
La autocita dice lo siguiente: “El más insigne escritor de la lengua española, don Miguel de Cervantes y Saavedra, tuvo a lo largo de su vida y de su obra numerosos contactos con Extremadura. La primera relación de Cervantes con mi tierra fue en su bautismo, cuando don Pedro Serrano Téllez, sacerdote que le bautizaría en Alcalá de Henares, llegó a ser obispo de la diócesis de Coria (Cáceres) en agosto de 1577 y donde murió al año siguiente con fama de santo. Don Pedro está enterrado frente al altar mayor de la catedral de Coria”.
No sé si por esta circunstancia o por otra, Cervantes cuidó mucho su relación con Extremadura, incluida en sus obras. En sus escritos recoge la leyenda en “El bálsamo de Fierabrás”. Si uno viaja por la carretera nacional 630, a la altura de Garrovillas de Alconétar se cruza el río Tajo. En sus aguas remansadas por el pantano de Alcántara se halla sumergida la torre de Floripes, un castillo de origen árabe y reminiscencias templarias. En él se cuenta la leyenda de Fierabrás, el Caid árabe de la zona. Su hermana, que llevaba por nombre Floripes, se enamoró de un hermoso cristiano, Guido de Borgoña, caballero de las huestes de Carlomagno. Fue herido y sometido a prisión en el castillo. Una noche oscura, se oye un galopar de caballos. El alcaide de la fortaleza, Brutamante, recibe una cuchillada en el corazón que le asesta Floripes que iba en busca de su amado y lo libera junto al resto de los cristianos. El general musulmán echa en falta la presencia de su hermana y corre a las puertas del castillo, al que cerca. Como era difícil salir de allí, se echa en suerte quien debería escapar para avisar a Carlomagno. La suerte recae en Guido, quien a lomos de un brioso corcel escapa de las huestes enemigas, avisa a su emperador, que vence y mata a Fierabrás. Desde entonces, el alma en pena del sarraceno vaga por esos campos por la pérdida del castillo y de su hermana Floripes.
En la ciudad de los conquistadores
Miguel Cervantes venía de Portugal hacia Madrid, pasando por Badajoz, Guadalupe y Trujillo, además de Talavera. Algunos fechan el año de llegada del escritor en 1582. Lo cuenta en el capítulo sexto del tercer libro de “los trabajos de Persiles y Segismundo”: Cuatro días se estuvieron los peregrinos en Guadalupe, en los cuales comenzaron a ver las grandezas de aquel santo monasterio. Digo comenzaron, porque de acabarlas de ver es imposible. Desde allí se fueron a Trujillo, adonde asimismo fueron agasajados de los dos nobles caballeros don Francisco Pizarro y don Juan de Orellana”
Cervantes pasó a Trujillo a ver a su gran amigo don Juan Pizarro Orellana, y se alojó en su casa-palacio. El visitante puede conocer hoy el palacio de este trujillano ilustre, primo del conquistador de Perú y él mismo corregidor de la ciudad peruana de Cuzco. A su regreso de América, Juan Pizarro Orellana compró la casa fuerte que poseían los Vargas y la convirtió en un palacio renacentista.
Para llegar hasta el edificio se ha de cruzar un pasadizo que sale desde la Plaza Mayor, que algunos quieren ver como la Plaza Mayor de la Hispanidad, muy cerca del Palacio de la Conquista y atravesar los juzgados, antiguas casas consistoriales. Al llegar a su fachada nos sorprende su enorme escalera, que antes decían que era una rampa por donde subían hasta el porche de entrada los caballos. La portada se halla flanqueada por dos torres, es adintelada y da cobijo al pórtico que marca un gran arco de medio punto. En su interior hay un magnífico patio, con arcos de medio punto sobre columnas con capiteles de volutas en el primer piso y con capiteles de elegantes zapatas en el segundo. En la balaustrada se disponen escudos con las armas de los Pizarro (dos osos y un pino) y Orellana (diez monedas o roeles). Por desgracia, los franceses arruinaron el edificio durante la Guerra de la Independencia. Su propietario don Jacinto Orellana, marqués de la Conquista, determinó venderlo a don Secundino Fernández de la Pelilla, pero desde los años 50 es la Casa Madre del Colegio del Sagrado Corazón y convertido en colegio femenino. La hermana Josefina, una entusiasta trujillana, lo enseña a todo visitante que pulse el timbre de la puerta de entrada.
Ya se ha dicho que esta casona de los Vargas fue transformada en palacio por Juan Pizarro de Orellana, trasladándose allí a vivir con su esposa Estefanía Pizarro de Tapia, señora de Magasquilla. Aquí les nació su hijo, el primer Marqués de la Conquista, don Fernando de Orellana, quien se casó en el castillo de la Mota (Valladolid) con Francisca Pizarro Mercado, hija a su vez de Hernando Pizarro, quien se encontraba preso en el castillo por la muerte de Diego de Almagro.
Un hijo de la nueva pareja fue Fernando Pizarro de Orellana, quien escribió el libro «Varones Ilustres de Indias» y fue nombrado comendador de Betera, de la Orden Militar de Calatrava. De esta casa paterna salieron numerosos trujillanos a la conquista de Indias, una vez que los Pizarro y los Orellana habían descubierto para España grandes extensiones de tierras.
Según todos los indicios, Cervantes llegó a escribir aquí los capítulos IV, V y VI del libro tercero de su novela póstuma «Los trabajos de Persiles y Segismunda», ya que fue muy bien acogido en la ciudad, así como muy aplaudida alguna representación, como un
auto cómico, que mandó realizar en la Plaza Mayor de Trujillo. Es por todo esto por lo que precisamente se viene solicitando para Trujillo ser declarada Ciudad Patrimonio de la Humanidad junto a Cáceres, Mérida y Guadalupe.
Con la Morenita de las Villuercas
En su obra póstuma «Los trabajos de Persiles y Segismunda» habla por boca de sus inventados personajes, a lo largo del capítulo V del libro Tercero, el amor que sentía por la Patrona de la Hispanidad.
Miguel de Cervantes se había comprometido a peregrinar hasta Guadalupe por haber sido liberado en octubre de 1580 de las mazmorras de Orán (Argelia) por los Padres Trinitarios, tras ser apresado por corsarios turcos, como se deduce al leer el texto en el Persiles sobre la Virgen guadalupana cuando escribe: «libertad de los cautivos, lima de sus hierros, alivio de sus prisiones; la Santísima Virgen que es salud de las enfermedades, consuelo de los afligidos, madre de los huérfanos y reparo de las desgracias«.
Asimismo hace una magnífica descripción del paisaje de las Villuercas cuando se apercibe el monasterio en el medio de la puebla: «en una de las dos entradas que guían al valle que forman y cierran las altísimas sierras de Guadalupe, cuando con cada paso que daban nacían en sus corazones nuevas ocasiones de admirarse; pero allí llegó la admiración a su punto cuando vieron el grande y suntuoso monasterio, cuyas murallas encierran la santísima imagen de la Emperadora de los cielos» y entrando en la basílica «donde pensaron hallar, por sus paredes pendientes por adorno, las púrpuras de Tiro, los damascos de Siria, los brocados de Milán, (los peregrinos de su novela autobiográfica) hallaron en lugar suyo muletas que dejaron los cojos, ojos de cera que dejaron los ciegos, brazos que colgaron los mancos, mortajas de que se desnudaron los muertos… Les parecía venir por el aire volando los cautivos envueltos en sus cadenas a colgarlas en las santas murallas y a los enfermos arrastrar las muletas, y a los muertos las mortajas, buscando lugar donde ponerlas porque ya en el sacro templo no cabían; tan grande es la suma que las paredes ocupan«.
Cervantes estuvo en Guadalupe cuatro días «en los cuales (los caminantes) comenzaron a ver las grandezas de aquel santo monasterio; digo comenzaron porque acabarlas es imposible«.
Precisamente en el monasterio se hallaba desde 1571 el fanal que perteneció a la nave capitana en la Batalla de Lepanto, en la que don Miguel perdió su brazo. Esta batalla tuvo lugar el 7 de octubre de 1571 y tras tres horas de lucha naval, los ejércitos cristianos, al mando de don Juan de Austria, «Jeromín», ganaron el combate a los turcos a cuyo frente se encontraba Alí-Bajá. Don Juan consiguió liberar a más de 12.000 presos cristianos y arrebató las lámparas de las naves musulmanas para que dieran luz en los monasterios de Guadalupe y Monserrat. Con motivo de la restauración que en 1743 hizo al monasterio extremeño Lara Churriguera, el fanal turco pasó al cupulín de la capilla de San Jerónimo, en la grandiosa sacristía guadalupense, conocida en todo el mundo por los magníficos cuadros del pintor Francisco de Zurbarán.
Pero Extremadura tiene más relación con Cervantes, a través de la figura de don Juan de Austria. No hay que olvidar que su padre, el emperador Carlos I vino a retirarse y morir al monasterio jerónimo de Yuste. Como quería ver a su hijo cerca de él, mandó que estuviera en el cercano pueblo de Cuacos, donde aún se conserva la Casa de Jeromín.
La casa más bien era del mayordomo del emperador, don Luis de Quijada, al que le encomendaron que hiciera de padre del niño bastardo. Se trata de una casa noble, pero con rasgos populares. Las casas que dan a la plazuela, hoy de don Juan de Austria, son porticadas, con sus segundos pisos en voladizo.
Antes de dejar el convento de Guadalupe a través de los personajes de «Los trabajos de Persiles y Segismunda», el escritor plasmó en doce octavas reales sus recuerdos de la estancia. He aquí una de ellas:
«Adornan este alcázar soberano
profundos pozos, perenales fuentes,
huertos cerrados, cuyo fruto sano
es bendición y gloria de las gentes.
Están a la siniestra y diestra mano
cipreses altos, palmas eminentes,
altos cedros, clarísimos espejos
que dan lumbre de gracia cerca y lejos«.
Según el escritor Valbuena Prat, Cervantes ya tenía interés en la Virgen de Guadalupe en 1605, ya que fue este año cuando salió publicada en Sevilla una obra suya titulada «Comedia de la Soberana Virgen de Guadalupe y sus milagros y grandezas de España», obra que se reeditaría en los años 1607 y 1617. Según este estudioso, al parecer la obra fue escrita cuando Cervantes estaba preso en Orán y donde se esperaba que pudiera ser representada. Se cree que fue su compañero de cautiverio Jerónimo Ramírez quien trajo el original a España y el escritor la presentó en 1594 a un concurso literario del Ayuntamiento hispalense, certamen que no ganó y por eso la dejó en el anonimato como si tuviera vergüenza de que llevara el nombre de Miguel de Cervantes. De todas formas, los estudiosos de la obra cervantina consideran que este trabajo le pertenece.
El celoso extremeño
Quiero notar la importancia de la región extremeña en el mundo cervantino como se ve en esta novela ejemplar que trata de los amores desventurados de un viejo extremeño de 68 años -Felipe de Carrizales-, celosísimo en el trato con su niña esposa, Leonora, hasta tal punto que la encierra en vida en su lujosa casa. Pero la jovencita se deja engatusar por las buenas palabras de su ama ante las atenciones de un joven aventurero y músico, Loaysa, que buscaba su amor.
Indudablemente, que Cervantes haya elegido a un extremeño para ser el papel de hombre celoso de su esposa y ponga el apellido Loaysa, que es el mismo de uno de los más importantes conquistadores españoles, al amante de la joven, indica que don Miguel conocía perfectamente el importante papel de los extremeños en América, no en balde Carrizales llegó desde allí con dinero y al final de la obra, envía al amante a las Indias, para evitar males mayores con la joven.
El Quijote
Hay que dejar para el final la relación del Quijote con Extremadura. Precisamente en el capítulo XXXII de la primera parte de la obra más famosa de la literatura universal, en el que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de Don Quijote, Cervantes habla por boca del cura sobre el libro de aventuras de la vida de Diego de Paredes que éste «fue un caballero natural de la ciudad de Trujillo, en Extremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y puesto con un montante en la entrada de un puente, detuvo a todo un innumerable ejército que no pasase por ella«.
Diego García de Paredes nació en Trujillo en 1466 y, debido a su extraordinaria fuerza, fue conocido con el sobrenombre de “El Sansón extremeño”. Llegó a ser compañero de batallas del Gran Capitán. Murió en Bolonia en 1530. Se cuenta una histórica leyenda que al salir su madre de Santa María la Mayor, la joya más artística de este pueblo extremeño, cuyo altar mayor tiene magníficas tallas de Gallego, García de Paredes arrancó de un cuajo la enorme pila de agua bendita para ofrecérsela a su madre.
Esta pila aún se conserva a los pies del templo y asombra por su gran tamaño a todos los visitantes.
En homenaje a esta labor de promoción de esta localidad en la literatura universal, en el Ayuntamiento de Trujillo hay una lápida que textualmente dice: «A la memoria del Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes, que ensalzando en su Quijote las hazañas del trujillano Diego García de Paredes inmortalizó esta histórica y heroica ciudad de Trujillo».
Cuatro Quijotes extranjeros
No quiero dejar de reflejar en estas líneas mi amor por la obra cervantina. Recuerdo que durante mi estancia en Bulgaria la televisión búlgara me entrevistó en castellano a la salida del Museo del Humor de aquel país, museo que abría una estatua ecuestre de nuestro héroe Don Quijote, y a cuya vera se hizo el trabajo periodístico. Fruto de aquella entrevista fue la petición a mi buen amigo Emilio Alexandrov, periodista y amante como su esposa, de la cultura española, donde vivieron seis años, de un Quijote en idioma búlgaro, libro que regalé a la Casa de Cervantes en Esquivias.
Otro de mis singulares “Don Quijote” está escrito en polaco y un cuarto en esloveno, la primera edición en este idioma, publicado en Liubjliana en 1935 y traído desde allí por mi buen amigo Rok Klocnick, jefe de prensa de la Organización Mundial del Turismo y gran amante de nuestra tierra extremeña.
Años más tarde, realicé una labor similar con mi amigo Liu Wuxiong, delegado del Turismo de China en España, y nos desplazamos hasta Esquivias para conmemorar en una cena la boda de don Miguel de Cervantes con doña Catalina de Palacios y hacer entrega también de un Don Quijote en chino. Mi amigo se atrevió, por sugerencia de uno, a decir en su lengua aquello de “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” ¡Claro que a la gente le supo en chino!
Muchas gracias.