POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Cuando llegabas al salón del baile, pasabas primero por la señora Luisa, quien tenía para la recaudación, por caja de caudales, una hermosa y esbelta lata de dulce de membrillo de Puente Genil. Luego te esperaba Tani, el portero. Al fondo, a la derecha, estaba el escenario, y encima de él, “Los Rebeldes”. Los músicos, con agrado y simpatía, recibían las peticiones de las parejas. Rescato, en esta hora cierta de melancolía colectiva, el aroma y la música que daba entrada a la voz de Alfonso Romero, con su bolero sentimental “Reloj, no marques las horas”.
Todos, absolutamente todos, queríamos que el reloj detuviese el tiempo, haciendo aquello perpetuo, para que nunca ella, con la que estábamos saliendo, a la que abrazábamos bailando, se fuera, ni tampoco amaneciera. El baile, luego, se reconvirtió en Esmay 3, porque llegaron las discotecas. Hoy, tras los años, la vieja memoria sentimental, me ha traído los recuerdos y los tiempos de cuando las jóvenes, subidas en unos tacones, gustaban de mirarse y retocarse los labios, en los espejos del baile de Miguel Cuellar, esperando que les llegase un novio. Mientras en el salón se escuchaba “Amapola, lindísima amapola, cómo puedes tú vivir tan sola”.