REQUIESCAT IN PACE
Oct 23 2015

POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

Detalle mausoleo del cardenal Josepho Renato. Basílica San Agustín, Roma. Foto A. L. Galiano.
Detalle mausoleo del cardenal Josepho Renato. Basílica San Agustín, Roma. Foto A. L. Galiano.

Dentro del ceremonial funerario católico dedicado a los difuntos se utiliza estas palabras latinas que, traducidas al castellano vienen a decir: «descanse en paz» y que abreviadamente las encontramos en los epitafios sepulcrales con las siglas R.I.P.

En cuántas ocasiones ese descanse o descanso en paz lo encontramos y expresamos en la vida cotidiana al margen del ambiente mortuorio, cuando nos hemos liberado de algo o de alguna persona tras hinchar los pulmones y respirar profundamente. Sin embargo en el primero de los casos, en épocas pasadas y, tal vez, aún ahora al tener próximo el momento de cruzar hacia el más allá, se intenta dejarlo todo atado y bien atado, a fin de lograr ese descanso eterno en paz. Antes, todo quedaba reflejado en el acto notarial, elevando públicamente los últimos deseos mediante la redacción del testamento, dando cumplida cuenta de las propiedades, deudas, mandas, recomendaciones e, incluso, intentando asegurarse una eternidad placentera.

Son muchos los ejemplos que podíamos dar de todo ello, pero vamos a ceñirnos a las últimas voluntades del presbítero Salvador Timor, del que ya tratamos y que testó el 4 de agostó de 1733. Éste ordenaba que el mismo día de su fallecimiento o al siguiente se celebrase una misa cantada de cuerpo presente, en la capilla en la que se acostumbraba oficiar la de los miembros de la Cofradía de San Pedro y San Pablo de la catedral. A fin allanarse la eternidad, como era costumbre, y según las posibilidades económicas del testador, las mandas comenzaban por la celebración de misas por la salvación de alma. En nuestro caso, ordenaba a sus albaceas que se dijeran mil misas rezadas de a tres sueldos, de las que 334 se deberían oficiar en los altares privilegiados de la catedral, y las 666 restantes en aquellas iglesias que decidieran los citados albaceas. Era frecuente en los eclesiásticos seculares, dejar un legado simbólico al ordinario diocesano por los derechos que pudiera tener sobre sus bienes. Así Salvador Timor donaba un «divino» suyo de los grandes. Otras veces, como en el caso de Matías Navarro, maestro de capilla de la catedral, en 1727, mandaba que se entregase al obispo uno de sus bonetes. En ocasiones se le dejaba una pequeña cantidad, tal como tenía ordenado en un primer testamento el historiador Francisco Martínez Paterna, que le dejaba como herencia al obispo cinco sueldos, y que después en un segundo, fue cambiado por su breviario.

Continuaba el testamento de Timor relacionando aquellas cantidades que debían entregarse. Así, por una sola vez donaba cuatro reales de plata, por mitad, para la Casa de Jerusalén y el Hospital General de Valencia. De igual forma y por una sola vez, legaba cinco libras a su Cofradía, y para la ayuda a la ermita de San Miguel «que está en la Peña», diez libras. Esta ermita, según Ernesto Gisbert y Ballesteros, se encontraba a «84 metros de elevación sobre la calle Mayor y a 464 pasos geométricos de la catedral».

Salvador Timor da cuenta que en su poder tenía varias cantidades de limosnas que le habían sido entregadas en depósito. Concretamente, 49 libras de algunos devotos con destino a la construcción de una ermita o capilla para entronizar una imagen de San Isidro Labrador. Asimismo, «por vía de depósito» tenía 62 libras con destino a un pleito que seguían los herederos y regante de las acequias y molinos contra el marqués de Beniel, procediendo dicha cantidad de una derrama impuesta a los mismos. También y por el mismo conducto, atesoraba 29 libras 12 sueldos que le habían entregado los herederos regantes de la Acequia de los Huertos, para el pleito que tenían establecido contra los propietarios de cenias y norias desde la Barrera de Almoradí hasta los ‘Cabalgadores’. Por otro lado, en su casa tenía 17 cahíces de trigo que eran propiedad del mercader Juan Bautista Gorgas, y pedía que se le devolvieran.

También aparecían los deudores de préstamos que él había efectuado. Tal como era el torcedor de seda Joseph Casanova, que le debía 192 libras. Así como el dinero que le restaba por pagar el «ortelano» Agustín López, que le tenía arrendado un bancal de tierra blanca, estercolado y sembrado de alfalfa. Pero, él también reconocía que debía a otras personas, como a su labrador Christóval Penalva por las «menudansias» y por la «aniaga» del mes de agosto, y que por su enfermedad no las había satisfecho.

Timor declaraba que su amigo Juan Bautista Gorgas tenía en su poder diversas cargas de vino de su propiedad y que tenía que cobrar a diversas personas por habérselas entregado, e indicaba que el citado Gorgas había cobrado 21 libras, del labrador Joseph Marco del arrendamiento de unas tierras de su propiedad. Por último, se declaraba deudor de 8 sueldos a Joseph Vergel, aladrero de la Corredera.

En referencia a los herederos, instituía como legítimos a sus hermanas doncellas Mariana y Antonia Timor Gaín, con la condición de que si alguna de ellas falleciera sin contraer matrimonio, pasase lo que le correspondiera a la otra. Por el contrario, si cualquiera de éstas tomase dicho estado y tuviera descendencia legítima, y falleciera, pasaría a sus hijos la herencia. Si por el contrario ingresase en un convento gozaría de la herencia durante su vida, porque después de su fallecimiento en el caso de no dejar hijos legítimos habiendo tomando el estado de casada con anterioridad, los bienes y herencia serían distribuidos en aniversarios, doblas y obras pías en la catedral.

Así, quedaba todo atado y bien atado y Bautista Timor se aseguraba el descanso en paz, o lo que es lo mismo el R.I.P.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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