POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (AVILA)
Cuando se celebraba el centenario del nacimiento de Emilio Romero manifesté en varias columnas una visión muy personal sobre este ilustre arevalense, hombre del periodismo y de las letras. Algunas anécdotas, las más personales que yo viví con este “Hijo Predilecto” de mi ciudad. Los temas no se agotaron, pero los interrumpí con las vacaciones de verano y… ya ven, como que me faltaba algo para rematar un tema que, si bien es local, por la dimensión del personaje trascendía todo límite. Pasado el verano me pareció que el tema ya tendría algo de extemporáneo, pues las efemérides también tienen fecha de caducidad… Y sin embargo la figura de D. Emilio me pedía el remate. Pero el tiempo fue pasando al mismo ritmo que las distracciones y la acumulación de actividades me apartaban de aquel propósito. Cosas de las fechas que se superponen y hoy más que nunca hacen viejos algunos temas que no han llegado a su madurez.
El sino, o la casualidad, o que el agua tendía a su cauce, lo cierto es que hace unos días, casi de forma sincrónica me aparecieron unas elocuentes fotos, como comenté en la columna anterior, que me dieron el impulso para continuar un poco más mis vivencias con Emilio Romero; también un fascículo de la publicación “Los Españoles”, el nº 19 que tiene fecha de 1973 con un semblante del escritor; y dos periódicos del Diario de Ávila con la noticia del último homenaje que le rindió su ciudad y una entrevista del periodista Juan Carlos Huerta, entonces responsable de la delegación del Diario en Arévalo y hoy redactor jefe del mismo, que están fechados el 16 y 21 de julio de 1998, como él mismo recordará. Con todo este material, decido compartir con los lectores del Diario algún episodio más de este tema que, desde luego, no está agotado.
La desaparición de la estatua de Emilio Romero instalada en la Plaza del Real fue un verdadero revulsivo en la ciudad que indignada no dejaba de comentar lo sucedido aún sin conocer a ciencia cierta la naturaleza de la desaparición. Comentarios y habladurías, muchas, pero rodeadas todas de poca consistencia. Poco a poco ante lo infructuoso de su localización, el tema fue bajando de tono ante el apaciguamiento de la indignación popular. Así debieron de pasar varios meses, desde Navidad o Año Nuevo. Y llegó la casualidad, el estar siempre observante y porque el escenario de los acontecimientos estaba muy cercano a mi casa. Una mañana veraniega llena de agradable brisa estaba yo asomado a mi ventana hacia saliente, encima del mirador, en lo alto del barranco del río Adaja observando un paisaje, siempre repetido, pero siempre distinto, observé unos pescadores bajo el mirador, era Segundo Cuadrado con los chicos… ¡Qué! ¿de pesca? Y al momento me contesta a voces: Siiiii, ¡y menudo pez que he pescado! ¿Qué es? Pero antes de recibir respuesta, con las lentes pronto pude advertir que entre zarzas y vergueras aparecía un bulto de metal verdoso… Es la estatua de Emilio Romero!!!! Rápido llamé a los municipales y no tardando mucho se personaron en el lecho del río varias personas, Rodolfo Gallego, teniente de alcalde con un vehículo todo-terreno, Santiago Vegas, Damián el policía municipal, el propio Segundo y yo mismo que hice las fotos… Eso fue el 29 de junio de 1980, día de San Pedro Apóstol, como consta en la reseña que apareció aquel día en este diario y que firmé yo mismo. Así fue el rescate de la movidita estatua que pronto fue repuesta en su pedestal. Al final no recuerdo si le pasé las fotos a Emilio, que lógicamente indignado se despachó a gusto con los derribadores de estatuas en un artículo que publicó poco después en Interviu. Parece que fuera de muchos pronósticos, fue una gamberrada no exenta de unas copas de más… no recuerdo a aquellos individuos, o nunca los quise recordar.
Cada vez que paso junto a esta estatua de Emilio Romero no puedo por menos de fijarme en el abollón producido en la caída por el barranco del Adaja, una esquina que hubo de anclarse mejor al pedestal. Recuerdos…