POR RAFAEL SÁNCHEZ VALERÓN, CRONISTA OFICIAL DE INGENIO (ISLA DE GRAN CANARIA-LAS PALMAS)
Mi afición por el séptimo arte comenzó cuando mi padre me llevó a ver, por primera vez, una película que se proyectaba en el viejo cine de Maximinito Díaz, que tenía el pomposo nombre de Universal, conocido popularmente por cine de Atrás, ubicado a la entrada de Ingenio en el barrio del Ejido. Mi padre, con el humor que lo caracterizaba, me comentó que los actores salían a actuar desde un hueco que había junto al telón, por lo que mi vista se dirigía más a aquel hueco que a la pantalla, sin poder comprender por qué salía un foco luminoso desde la trasera de la sala a oscuras. Se trataba de “una del oeste” de la que recuerdo algunas escenas. A partir de entonces deseaba a lo largo de toda la semana la llegada del domingo, para en la sesión infantil de las 3,30, poder gozar aquellas ingenuas cintas del número 1 (niños hasta los 14 años) y en escasas ocasiones del 2 (hasta los 21), según la categoría que la Iglesia asignaba a las películas en función de la calificación moral de espectáculos de la época, después de aguantar las peroratas del cura en la misa de la mañana sobre que los niños tuviéramos cuidado de ver ciertas películas, bajo el peligro de cometer pecado mortal. Viejas cintas de “machanguitos”, documentales, aventuras y religiosas, con especial preferencia por las de “tres jornadas” se proyectaban a lo largo de varios domingos seguidos, deseando que llegara el siguiente para despejar la incógnita del suspense al final de cada jornada y bajo el suplicio de las continuas interrupciones al partirse la cinta con frecuencia o irse la luz durante horas. El film que recuerdo con especial agrado más atrás en el tiempo fue Capitanes Intrépidos en el cine Moderno, popularmente conocido como el de Alante o de Valerón, recién inaugurado, a principios de la década de 1950, con aquel marinero portugués bonachón y un niño repelente; tremendo disgusto me causó la muerte de Spencer Tracy.
De la peseta que asignaba mi madre para los gastos del domingo, la mitad correspondía a la entrada del cine. La preferencia se establecía por la temática: “de bandidos”, “de piratas”, “de espadeo”, “del oeste”…y también por la categoría de los actores como “Rol Flyn”, “Gary Cuper” o Bur Lancaster”, quedando nuestra admiración hacia aquellos héroes plasmada a través de las “estampas” que coleccionábamos, extraídas de las cajas de cigarrillos Cumbre que fumaban nuestros padres, intercambiadas durante los “descansos”, al igual que los programas publicitarios de las películas a estrenar de los que el cronista que suscribe conserva buena parte entre sus recuerdos, si bien, la gran ilusión la representaba el poder ver de cerca a nuestros admirados actores. Ocasión que se presentó el verano de 1954 cuando en una excursión programada por el Frente de Juventudes nos desplazamos a Maspalomas, ocupando la carrocería de una desvencijada camioneta, con el sueño de poder ver a la deslumbrante Silvana Pampanini, a nuestro galán Gustavo Rojo o al ya famoso Marcello Mastroianni en el rodaje de Tirma. No se cumplió nuestro objetivo, pero si pudimos contemplar en las dunas bajo un sol implacable a un grupo de “soldados castellanos”, junto a un castillo de cartón piedra, que, con sus pesadas armaduras, repetían una y otra vez un desfile, bajo las órdenes de un malhumorado director.
Participaban en aquella película como extras varios jóvenes de Ingenio con sus caballos, entre ellos, José Hernández Caballero, el de “Pepe el de Segundo” y Pedro Artiles Santana. Con el primero tuve ocasión de comentar varias veces la aventura de su
participación en el rodaje con anécdotas muy curiosas. Tengo que reconocer mi frustración cuando al año siguiente pude ver la película en el cine Moderno.
La proyección del lacrimógeno drama El derecho de nacer o El milagro de Fátima hacía cubrir la totalidad de las butacas, además de bancos supletorios en los pasillos y mucha gente de pie. La feroz censura hacia alguna cinta “peligrosa” por parte del cura desde el púlpito era la mejor propaganda para que los cines rebosaran, pongamos como ejemplo Arroz Amargo con el protagonismo de la escultural Silvana Mangano de la cual oí hablar a los mayores durante mucho tiempo.
Ya entrada la segunda década de 1950, en el despertar de la pubertad, los gustos fueron cambiando y la asistencia se hizo más asidua en los “estrenos” de los jueves, la sesión de la seis de la tarde los domingos y algún que otro programa doble los lunes; al mismo tiempo, daba paso a los directores a la hora de establecer nuestras preferencias. De vez en cuando teníamos acceso a las calificadas con el 3 (mayores de 21 años) y ocasionalmente, gracias al despiste de los porteros a las del 3R (altamente peligrosas). Las escasas que llegaban con el número 4 se consideraban escandalosas y eran motivo de conversación en los corrillos de los jóvenes a pesar de venir mutiladas por la censura en la mayoría de los casos, sobre todo las escenas amorosas y no digamos aquellas que ni siquiera se pudieron llegar a estrenar por su “tendencioso contenido” y por las cuales tuvimos que esperar muchos años para poder disfrutar de su visión. Asustados por el temor al “fuego eterno”, siempre nos quedaba el consuelo de que el cura nos perdonara el pecado mortal en las obligadas confesiones a costa del rezo de muchos “padrenuestros” y “avemarías”. Seguíamos los rodajes de películas extranjeras y coproducciones en la Isla con la esperanza de poder ver de cerca a personajes que admirábamos detrás de la pantalla como fue el caso de Gregory Peck y su Moby Dick.
Pasada la triste época de la posguerra, con la entrada de la década de 1960, soplan aires de transformación en la sociedad al liberalizarse las costumbres y crearse nuevas tendencias en las artes y las letras. La casualidad hace que caiga en nuestras manos revistas como Film Ideal y Nuestro Cine para poder enterarnos de los movimientos cinematográficas y gozar del cine más allá de la visión inmediata de la película. Movimientos como el Neorrealismo, Nouvelle Vague, Free Cinema o el simbolismo de Igmar Bergman despertaron nuestra curiosidad, pero continuábamos asistiendo a aquellas intragables cintas mejicanas y españolas que las distribuidoras ofrecían a los modestos cines de pueblo, colándose de vez en cuando algún título de prestigio. Fue en esa época, allá por el año 1964, cuando en nuestro deseo de ver a los ídolos del momento nos desplazamos al Parque de Santa Catalina para poder disfrutar del rodaje de la película Días maravillosos, cuyos protagonistas Cliff Richard y los Shadows nos habían hecho pasar agradables y divertidos momentos a través de sus pegadizas piezas instrumentales que repetíamos una y mil veces en el pickut las tardes de los domingos en los guateques con aquellos bailes sueltos que venían a sustituir a los tradicionales pasodobles y boleros de los discos dedicados en la radio y las orquestas en las sociedades de recreo. Es la etapa que al disponer de algún durillo y de haber leído la cartelera en el periódico, nos desplazábamos a los pueblos vecinos o a Las Palmas para ver las películas de nuestra preferencia que nos ofrecían en el Pabellón Recreativo en sesión continua ya que nuestro exiguo presupuesto no daba para los cines de estreno, sin abandonar el cotilleo y la contemplación de las magníficas fotos de artistas en la revista Fotogramas.
Cualquier cosa relacionada con el cine llamaba nuestra atención, pero no pudimos enterarnos en su momento del rodaje de algunas fugaces escenas de una película de aventuras japonesa titulada Doto Ichiman Kairi (10.000 millas de borrasca) que en el año
1966 se llevó a cabo en el popular e histórico barrio de la Bagacera de Ingenio, protagonizada por el actor Toshiro Mifume que se había ganado reconocimiento universal por sus papeles bajo la dirección de uno de los grandes directores de todas los tiempos, Akira Kurosawa, en filmes de indiscutible belleza como Los siete samuráis y Barbaroja. No menos famoso el director Jun Fukuda conocido por sus películas sobre el monstruo Gotzilla.
La aparición de esta noticia en medios digitales me ha dado pie para elaborar un artículo periodístico a modo de crónica histórica, pero me ha salido una mezcla entre relato, sentimiento, estampas biográficas y anécdotas, que espero sean del agrado de los lectores y responda a acontecimientos y situaciones de la localidad a la que represento como cronista oficial a través de la dimensión universal del séptimo arte, localizado cronológicamente en el tercer cuarto del siglo XX.
Recordando los fugaces momentos de felicidad que me ha proporcionado el cine a lo largo de mi vida, asumo las palabras de Terency Moix sobre la realidad de la fantasía, vivida en una sala de cine, que se apagaba cuando terminaba la sesión para entrar de nuevo en un mundo irreal. La vorágine del tiempo ha terminado con las tradicionales salas de cine, pero nos queda el grato recuerdo de la magia de la fábrica de los sueños.
FUENTE: periódico «La Provincia» de Las Palmas, edición papel y digital cuyo enlace es:
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