POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Cristo vence a la muerte, resucita, se aparece a la Virgen (“Rabbuní”, “Maestro”, dice su madre), se presenta a los discípulos (“Paz a vosotros”, les muestra el agujero de los pies), visita a Tomás (“Mete tu mano en mi costado”) y cuarenta días después de pasear por Asia Menor, con sus sangre recuperada y sus lágrimas, sangre del alma, asciende al Cielo desde el Cabo Cañaveral de los cristianos: el Monte de los Olivos, lugar donde se construyó la basílica Eleona, mil veces destruida y mil levantada. Treinta y tres años duró Dios en la Tierra en el cuerpo de Jesús con la intención, no sé si lograda, de redimirnos, de salvarnos sin quitarnos del todo la libertad. ¿Cómo resucitaremos nosotros? Vestidos de luz, creo yo, en mi modesta fe de conveniencia, inspirada por lo que dijo Pablo a los Corintios: “Se siembra en corrupción y se resucita en gloria; se siembra en debilidad y se resucita en fortaleza”.
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