POR EL CRONISTA OFICIAL DE TELDE, ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN (CANARIAS)
¡Por Dios, no asustes al niño con mi padre! No era un ogro, ni mucho menos Quien así se expresaba, era mi tía Dominga (Mima para todos, no sólo los de dentro de la familia sino también para los foráneos a ella).
En una de las paredes de la sala llamada de respeto, colgaba una fotografía-retrato de nuestro bisabuelo, Francisco Pérez Cabral (Las Palmas de Gran Canaria, 1845 – Telde, 1928). La penumbra del espacio y la solemnidad del mobiliario hacía del lugar algo propicio para temer a aquel, que llamábamos don Paco El Viejo, sobrenombre éste que no le dimos sus herederos, sino la extensa clientela que visitaba su comercio en la antigua calle de San José, hoy Tomás Morales. Los más viejos podrán recordar que existió otro don Paco, en este caso apodado El Nuevo, hijo del primero y como aquel, comerciante de en La Plaza de Los Llanos de San Gregorio.
Volvamos a la imagen fija que, a manera de retrato, poseíamos los González Padrón en nuestra casa familiar: Su tamaño era de aproximadamente 30×20 cm., al que añadiríamos un paspartú de color blanco anacarado y un marco de pan de oro, formando una superficie ondulada, en donde destacaban las flores de acanto. Este fue, sin duda alguna, el primer retrato que me impactó, cuando aún era un párvulo. Más tarde y, en otras casas de amigos y conocidos, vi numerosos retratos de antepasados, la mayor parte de ellos de mayores dimensiones contenidos en marcos rectangulares u ovalados, todos ellos reproducciones fotográficas; las que más naturales, aunque las había retocadas y hasta sobrepintadas. La verdad es que el primer retrato, obra de un artista plástico, lo vi en el recibidor de la casa de mis tíos Blas Guedes Santos y Dominga Pérez de Azofra. Éste, representaba a una dama de gran porte y mayor belleza y, al preguntar de quién se trataba, mi tío me contestó que de doña Nena, la famosa cubanita, señora habanera que se había casado con el prestigioso doctor en medicina teldense don Tomás López Brito. En el margen bajo derecho, una firma nos daba señas inequívocas de quien, usando el dibujo a carboncillo/lápiz y ceras-pastel, había conseguido esa verdadera obra maestra: José Arencibia Gil. Hoy en día, después de ser custodiada por las manos de mi primo Antonio Lorenzo Guedes y Pérez de Azofra, ha vuelto a la familia originaria, es decir a los López-Rodríguez, en la persona del hijo de la retratada.
Pidiendo disculpas, por haber traído hasta aquí recuerdos muy personales, avancemos en el tema en cuestión. Desde que el ser humano se dio cuenta de su categoría, dentro de la Naturaleza, quiso dejar constancia de su paso por este mundo. Así, en todos los continentes y también en tierras insulares se han encontrado numerosas manifestaciones artísticas, en donde la simple huella de una mano refleja inequívocamente que allí estuvo una mujer o un hombre. No digamos las más que posibles reproducciones faciales del Neolítico y la Protohistoria… Pero, sin duda alguna, debemos esperar al nacimiento de las grandes civilizaciones del Medio Oriente (Éso de Medio Oriente es una versión norteamericana. Para la Europa Occidental siempre ha sido el Cercano Oriente) para constatar la presencia del retrato como expresión individualizada de los rasgos faciales de los protagonistas de la Historia. Caldeos y sumerios en Mesopotamia, asirios al sur de Anatolia, egipcios, fenicios y cretenses; en mayor o menos grado, representaban a sus líderes políticos-religiosos-militares como queriendo dejar para la posteridad una imagen inequívoca de ellos. Idealizados o no, representaron a los más diversos dioses y humanos, en las más variadas materias (desde el simple barro/arcilla, pasando por la madera, piedras de toda clase y condición (desde las más dúctiles a las más duras). Trabajando también con minerales de la categoría del cobre, hierro, aleaciones de estos dos -como es el bronce- así como la plata y el oro. Las llamadas piedras semipreciosas y preciosas, fueron trabajadas con esmero y así surgieron retratos notabilísimos del jade, el lapislázuli, el ágata, etc. Además, las conchas de ciertos moluscos, el nácar, permitió esos trabajos y así surgen infinidad de altos y bajorrelieves, en donde el retrato está presente. Recordemos aquí y ahora la extrema y coqueta belleza de los camafeos, que han dejado, hasta el día de hoy, una industria artesanal de primer orden en la región napolitana.
Sin duda alguna, fueron las culturas clásicas, griegas y romanas las grandes difusoras del retrato, tanto en pintura como en escultura. La fragilidad de los continentes pictóricos, en su mayor parte maderas; pero también papiros, pieles de animales, cerámicas, etc., hicieron que éstas no soportaran el paso del tiempo con las mismas garantías de pervivencia que la escultura, aunque tanto en cerámica, como en paredes (Técnica de frescos), nos han permitido admirar tal disciplina artística (Cerámicas de todos los tamaños y usos de las épocas preclásicas, fenicias, grecorromanas, etc. Así como las magníficas pinturas, que revisten las paredes de no pocos edificios públicos y privados, entre los restos arqueológicos de Herculano y Pompeya).
El retrato no sólo es hijo del Arte, tanto en cuanto, reproducir el rostro de una persona es harto complejo. Según los especialistas en el tema, el buen retratista no sólo debe reproducir con exactitud los rasgos físicos del personaje en cuestión, sino que debe ahondar en su personalidad, dejando constancia fehaciente de un más que certero juicio psicológico y sociológico del personaje. En el ánimo del artista plástico (pintor, escultor, grabador…) debe existir, así al menos lo proponen los grandes retratistas mundiales, la intuición como componente inmaterial de la Obra de Arte resultante.
El retrato individualiza a la mujer y al hombre ante el común del género humano. Valora, por lo tanto, al ser único ante la comunidad, a sabiendas que no es un misterio por descubrir, pues quien se retrata o se deja retratar, no siempre lo hace con fines meramente altruistas. Algo de ego habrá en querer dejar parte de sí y, no cualquier parte, sino el rostro para la posteridad. Al fin y al cabo, se ha dicho que la cara es el espejo del alma. Y permítanme esta frase con cierta sorna: ¡Qué bien retrató Goya a la Reina doña María Luisa! ¡Ja ja ja!
Pero volviendo a los valores inherentes al retrato. Debemos manifestar que éste, principalmente, ha sido concebido como suprema valoradora del status social de la persona, que ha sido objeto del mismo. Las llamadas clases pudientes, marcaban sus privilegios, a través de pinturas y esculturas que reproducían su faz. Pero tras el invento de la fotografía, el retrato se socializó, en el sentido original de tal término. Es decir, fueron muchos más las personas que pudieron retratarse, bien por su propio interés (alta y baja nobleza, burgueses, etc.), o por el interés que otros tenían por ellos (recomiendo echar un vistazo a la extraordinaria colección de retratos de la FEDAC, (Fundación Para El Estudio y Desarrollo de la Artesanía Canaria), institución ésta del Cabildo de Gran Canaria, cuya labor en el campo de la recuperación de la memoria fotográfica es de lo más plausible).
En escultura son miles los ejemplos que tenemos en plazas, parques, jardines y calles; de aquí y de allá. Los museos de todo tamaño y condición muestran esculturas que van desde los reyes mesopotámicos, asirios y persas, hasta los tachados como retratos imposibles del cubismo y demás ismos.
La moneda ha sido un fiel depósito de la retratística, pues los gobernantes veían en ella una forma de inmortalizarse, a la vez que hacían una buena propaganda política de su creciente poder. Un viejo dicho señala: La moneda se hizo redonda para que rodara. Y parece ser que ese rodar había sido previsto por emperadores, reyes, príncipes, grandes duques, presidentes de repúblicas, etc., pues todos ellos aplaudieron hasta con las orejas al verse representados en ellas.
Grandes retratos, en los más diversos materiales y formas artísticas, se han visto relegados con el paso del tiempo a depósitos con más o menos medios de conservación. Entre los museólogos, siempre está la sospecha de que todo lo que se quita de la vista, alguien termina hurtándolo. Y no pocos habrá que nos quieran vender sus malas artes como actos altruistas, en nombre de Leyes de Memoria y, en algunos casos desmemoria Histórica.
Contaba los descendientes del I Marques del Muni, el archiconocido político y diplomático español, nacido en estas tierras insulares, don Fernando León y Castillo la siguiente conversación que éste tuvo, nada más y nada menos que con el pequeño de los Madrazo, Raimundo Madrazo y Garreta, (Roma 1841- Versalles 1920).
Un día, los dos personajes se encuentran, en el despacho del primero, en la Embajada del Reino de España en París. Don Fernando, con su prosapia y saber estar se levanta del sillón, y bordea su mesa escritorio. Son instantes para palabras de mutua admiración. Ya están cerca el uno del otro. Después de darse la mano, se funden en un apretado abrazo, cargado de mutuo agradecimiento. No podía ser menos, el Embajador había logrado que al pintor español afincado en París le llovieran encargos de la más alta burguesía, así como de la nobleza de la capital francesa y sus alrededores. Se puso de moda ser retratado por aquel mago de los pinceles, perteneciente a una saga de pintores de gran renombre tanto en España como fuera de ella. Las técnicas avanzadas y harto precisas del progenitor, Federico Madrazo y Kuntz (Roma, 1815- Madrid 1894), las había transmitido a varios de sus hijos y nadie discutía los grandes aciertos de la retratística y el trabajo exquisito al tratar la reproducción exacta de las telas, los encajes y las joyas. Desde doña Isabel II a marquesas, condesas y primeros ministros, don Federico no tenía igual como retratista, con mucho fue el verdadero rey del retrato español de su época.
Don Raimundo Madrazo, al presentarle sus respetos al embajador le da las gracias por la santa paciencia con que ha posado para su retrato. Y don Fernando le devuelve las gracias acrecentándoselas. Al mismo tiempo que le dice: Querido Raimundo, soy de la convicción que si te decides a que te hagan un retrato, éste lo debes de encargar al mejor de los pintores retratistas, y hoy por hoy ese, sin duda alguna, es usted. El por qué se lo diré en unas cuantas frases, si el resultado del retrato es excelente como sin duda alguna es el que usted me hizo, tengo asegurada su perennidad. Pues una obra de Arte de esa categoría la tendré expuesta por vanidad en un lugar privilegiado de mi casa madrileña. Si fuera una endeble obra, mi nuera y mi hijo la quitarían del salón principal de la casa y la pasarían a un pasillo. Y si tuviera nietos, éstos me llevarían al desván para ellos mismos o mis biznietos venderlo como trasto viejo a algún trapero. En cambio, dada la maestría con que usted me ha retratado, me garantizo pasar de la sala principal de mi domicilio particular de la calle Goya del Barrio de Salamanca a un Museo, pues mis herederos harán buen negocio de ello. ¡Genio y figura no le faltaron a don Fernando, hombre praxista y por tanto realista! ¡Que así pesaba y actuaba en todas las situaciones planteadas por la vida!
Debemos añadir que la Casa-Museo León y Castillo de Telde existen otros retratos de alto nivel artístico, que representan a varios personajes históricos, entre ellos al propio don Fernando, a su hermano Juan, a su esposa doña María de Las Mercedes de Retortillo, al poeta y dramaturgo teldense don Montiano Placeres Torón (Éste a lápiz y carboncillo), José Martí, el General don Miguel Primo de Rivera y José P. Rizal (Padre de la patria filipina). Todos ellos óleos sobre lienzos. No hemos comprobado si todavía se encuentra un retrato del Duque de Alba sobre tabla, por lo que no podemos afirmarlo. Pero ahí estuvo, desde que se fundara esta institución museística en 1954. Asimismo, y en los depósitos de este museo, había un retrato del General Franco, realizado por Carlos Morón.
El primer monumento público, a manera de retrato, que se levanta en la Ciudad de Telde, lo llevó a cabo el Cabildo Insular de Gran Canaria en 1968 y, fue dedicado a don Fernando León y Castillo (Busto en bronce Realizado por Eloise Bloisse). El segundo fue para mantener viva la memoria del doctor don Gregorio Chil y Naranjo (Obra de José Perera). Tuvimos el honor de encargar e inaugurar un bellísimo retrato escultórico de la gran Reina Regente doña María Cristina de Habsburgo y Lorena, (Realizado por Pedro Quesada, escultor madrileño actual) que la representa como la Señora que fue. Asimismo, la ciudad cuenta con retratos escultóricos de Alberti, Plácido Fleitas, Antonio López Botas, Gandhi, Che Guevara, José Martí (Padre de la patria cubana), Secundino Delgado, Teresa de Calcuta, John Lennon, Rafaela Manrique de Lara, José Arencibia Gil, Pablo Neruda, Juan de León y Castillo, Ramón y Cajal (Propiedad del M.I. Ayuntamiento de Telde, depositado temporalmente en la Casa-Museo León y Castillo), Francisco de Goya y Lucientes, así como unos magníficos altorrelieves de los poetas Hilda Zudán, Montiano Placeres Torón, Patricio Pérez Moreno, Luis Báez Mayor, Fernando González Rodríguez, Julián y Saulo Torón Navarro. Otros, que no se nos esconden, debieran estar como es el caso del polifacético con Carlos Evangelista Navarro Ruíz, cuyo retrato de cuerpo entero, realizado a base de escayola sobrepintada, se encuentra en una de las salas del Museo Municipal de Arte de Arucas, esperando ser la base de una futura reproducción en bronce. En esta lista debería estar Inés de Chimida, San Mao, y sobre todo, la gran soprano, gloria del Arte Lírico insular, Isabel Macario Brito.
Es tradición de esta ciudad que, al ser nombrado uno de sus ciudadanos hijo predilecto, se le mande a hacer un retrato para depositarlo sobre una de las paredes del salón de plenos de las Casas Consistoriales. Por cierto, faltan dos, uno que lleva faltando más de setenta años, el del doctor en medicina don Juan Castro. Y otro, nada más y nada menos que el del cantante internacional José Velázquez (José Vélez). Desde aquí pedimos que se encarguen ambos a un pintor/a de prestigio.
Retratos, cientos, miles de ellos tan famosos como los personajes que le dieron vida y que reproducen al Rey Emperador Carlos I regresando victorioso de la batalla, los retratos de todas las edades y composturas de su hijo Felipe II, los individuales de las Reinas Isabel I de Castilla, Isabel de Portugal, Isabel II, Victoria Eugenia de Battemberg, Sofía de Grecia o la actual doña Letizia (Muchos de ellos vuelven a ser vistos y apreciados en la recién inaugurada Galería de Las Colecciones Reales, junto al Palacio Real de Oriente y la Catedral de La Almudena, en Madrid). También, los retratos múltiples contenidos en el gran cuadro de La Familia de Carlos IV, Las Meninas, retratos de los borrachos o de niños pendencieros que el gran Velázquez quiso inmortalizar (Estos otros en el Museo Nacional de El Prado, también en Madrid). Y como traca final de estos artificios, pongamos sobre los paramentos de nuestra imaginación la serie de retratos de Francisco de Goya y Lucientes o aquella otra de los Madrazo.
Los retratos serán por siempre parte discutida e indiscutible de nuestras vidas. Pues, hasta en los países, cuya religión no permite la reproducción de caras, han sucumbido al poder del retrato. Una vez más, el ego y la necesidad de inmortalizarnos ha perecido ante cualquier alegato en contra. Así se hacen notar en los salones de los palacios de jeques, emires y reyes de los países musulmanes.
El retrato se ha popularizado de tal forma y manera, que es rara la persona que no porta una o varias fotografías con el rostro de algún ser querido. Valga para terminar, la letra de esta popular canción, del autor mexicano, Melesio Díaz Chaidez, Melo Díaz
Tu retratito/Tu retratito lo traigo en mi cartera,/donde se guarda el tesoro/más querido./Y puedo verlo a la hora que yo quiera,/aunque tu amor para mí esté perdido./No es que te amague,/solamente te lo advierto,/aunque no quieras/yo te he de seguir mirando./Pues tu bien sabes que lo nuestro fue muy cierto,/y tu retrato me lo está justificando./Yo te he de ver y te he de ver y te he de ver,/aunque te escondas y te apartes de mi vista./Y si yo pierdo mi cartera sin querer,/de Nueva Cuenta te mando un retratista./Por las mañanas te miro muy temprano/Luego te guardo y te saco más al rato/Y por la noche te tiento con la mano/Aunque no sea más que el purito retrato/Por eso mi alma te pido que comprendas/Y sin recelo me des la vida entera/Si esto es motivo para que tú te ofendas/De todos modos, te traigo en mi cartera/Yo te he ver…