REVENTADORES DE BAILES POPULARES
Oct 03 2016

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

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Existen testimonios que nos relatan la celebración de bailes populares en nuestra localidad. Esos bailes eran llamativos en toda la comarca, la programación de ‘bailes de candil’, durante los tres últimos meses del año con el fin de celebrar la finalización de la recolección de las cosechas del campo y de las huertas.

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Desde principios del siglo XVIII, estos bailes amenizaban las largas veladas del otoño, si tenemos en cuenta que no existía luz eléctrica y la cena se hacía a horas muy tempranas; desde las seis y media de la tarde a las siete y media. Cuando el sol estaba en el ocaso, los habitantes de mi pueblo, como en otros se alumbraban con candiles, mariposas, farolas o antorchas. De ahí que, a dichos bailes se les denominara bailes de candil.

A estos bailes familiares, acudían mozos y mozas de los campos y pueblos colindantes. Eran tradicionales aquellos que tenían lugar en La Replaceta, en el enclave del Henchidor, a instancias de la familia de Rueda y Chillerón; en los aledaños de la almazara de Don Diego, y otro en una especie de chiringuito, montado en la barraca del tío Genaro ‘el tartanero’, ubicado en un trozo de huerta de su propiedad junto al muelle de la barca que cruzaba el río desde el pueblo hasta Villanueva y viceversa.

En este paraje, el citado tío Genaro ‘el tartanero’, tenía una cantina en donde echaban sus tragos de licor los viajeros que llegaban al lugar, en espera de que el barquero, el tío Vicente, diera la orden de cruzar el río, cuando la plataforma estaba completa o bien si se trataba de una emergencia.
Al caer la tarde, aquí, todos los fines de semana se organizaban bailes a los que acudían jóvenes de los pueblos colindantes, con el ánimo de pasarlo bien. Sin embargo, aquél baile fue deteriorándose ya que al amparo de la oscuridad de la noche se sucedían tropelías, por parte de algunos debido a unas copas de más.

Ante dicha eventualidad desagradable, el alcalde Sebastián de Rueda mandó que se respetara el bando del Buen Gobierno del pueblo. Para tal menester envió a un alguacil para hacer cumplir dichas ordenes y, de esa forma, restablecer el orden y, en su caso, detener a los reventadores de la fiesta.

Así las cosas, en el mes de septiembre del año 1764, en los alrededores de la almazara se detuvo al morador de Molina del Segura Faustino Campoy, quien fue conducido a la real cárcel del pueblo, donde quedó preso.

Tras las consultas a las personas mantenedoras del orden, el carcelero le leía las ordenanzas del Buen Gobierno que regían en el pueblo; con el fin de que tan pronto como saliera de la cárcel, tras abonar la fianza carcelera correspondiente del susodicho reventador, las cumpliera íntegramente. Si así no lo hiciera, sería declarado reincidente y, por consiguiente, al volver a las andadas, aumentaría su pena carcelaria y la sanción económica.

En dicho testimonio, actuaron de testigos el cura párroco Miguel Tomás Abenza y el vecino Teófilo Thomas López, además del otorgante que al no saber escribir, que lo hizo en su lugar uno de los testigos que si sabía firmar. De toda la testificación del hecho, dio testimonio escrito el escribano, firmando, los que sabían, ante el notario Nicolás de Jódar.

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