POR MANUEL LÓPEZ FERNÁNDEZ, CRONISTA DE VILLANUEVA DEL ARZOBISPO (JAÉN)
Nací en el pueblo vecino de Beas de Segura en Jaén, tenía unos tres años cuando mi familia se trasladó a la localidad de Villanueva. Siempre he dicho que soy de aquí, porque uno es de donde son sus amigos y donde han transcurrido sus años de adolescencia, juventud y también de trabajo.
Siempre digo con orgullo, que estudié en la Universidad de Roma… «La Chica», y siento un gran respeto y admiración por todos los maestros que me ayudaron en mi carrera de magisterio como Don Ricardo, D. Miguel, y Doña Nieves…
Gracias a Don Ricardo estudié la rama de ciencias, «de mo que» durante cuarenta y pocos años, he estado impartiendo clases. Cuando un día Don Ricardo, me preguntó en la calle, qué estaba haciendo y le dije que magisterio en mi casa (en aquella época se podía estudiar libre), él me respondió que conociéndome sería maestro y todo lo que me propusiera; siempre se interesó por todos nosotros, sus alumnos.
De hecho, fui alumno suyo en las Escuelas Nuevas y en Roma “la Chica”; después estuve como compañero en el colegio de La Fuensanta y finalmente, ahí mismo, lo tuve como director hasta que me marché de aquí al quedarme sin plaza. ¡Fue un gran maestro, un excelente compañero y mejor persona!
La actividad pictórica siempre estuvo presente en mi vida; desde pequeño pintaba todo lo que se me ponía delante, me gustaba el dibujo lineal; de ahí la perspectiva y el realismo que he querido dar siempre a mis cuadros. Pintaba las clases con mis compañeros, el salón de estudio, la clase de Doña Nieves con su brasero, los árboles y los caminos del parque cuando hacía novillos.
Pero en segundo de bachillerato y en la clase de dibujo artístico, que impartía D. Manuel Sánchez, fue cuando empecé a valorar la pintura. En ella, un día, D. Manuel repartió unas láminas de dibujo a todos sus alumnos para que las copiáramos, a mí me dio una flor y dijo que no le diera sombras ni carboncillo.
Cuando le presenté el trabajo, tenía delante una paleta, agua, pinceles… y con una gran maestría untó un pincel en pintura amarilla, hizo unos trazos, diluyó un poco los pigmentos en agua, dio otros trazos más claros, retocó los contornos… y aquello fue lo más impactante: «El color». Era la obra más bonita que había visto.
Cuando regresaba de la escuela a la Casilla Blanca, donde vivíamos, me pasaba horas en el taller de José Luis Nula por el que sentía una gran admiración; después cuando pasaba los Chiles estaban las orillas de la carretera llenas de álamos negros, con los troncos encalados, la luz filtrándose por entre las hojas… era impactante: ¡Qué perspectiva, qué colorido, qué sombras…! Hoy desgraciadamente desaparecidos y muchas veces dibujados por mí.
Recordarlo me llena de tristeza. Como decía Don Antonio Machado: “Todo pasa y todo queda, porque los nuestro es pasar…” Siempre me gustó plasmar la realidad tal y como es: «hiperrealismo». Me gustan los paisajes, las sombras, los reflejos en el agua, los amarillos del otoño, nuestra sierra, los edificios antiguos, las calles… son mis temas favoritos.