REVISTA “LA MORALEJA “NÚMERO 88. RAMÓN ROA LÓPEZ. MAESTRO DEL PINCEL
Mar 10 2019

POR MANUEL LÓPEZ FERNÁNDEZ, CRONISTA DE VILLANUEVA DEL ARZOBISPO (JAÉN)

Ramón Roa.

Nací en el pueblo vecino de Beas de Segura en Jaén, tenía unos tres años cuando mi familia se trasladó a la localidad de Villanueva. Siempre he dicho que soy de aquí, porque uno es de donde son sus amigos y donde han transcurrido sus años de adolescencia, juventud y también de trabajo.

Siempre digo con orgullo, que estudié en la Universidad de Roma… «La Chica», y siento un gran respeto y admiración por todos los maestros que me ayudaron en mi carrera de magisterio como Don Ricardo, D. Miguel, y Doña Nieves…

Gracias a Don Ricardo estudié la rama de ciencias, «de mo que» durante cuarenta y pocos años, he estado impartiendo clases. Cuando un día Don Ricardo, me preguntó en la calle, qué estaba haciendo y le dije que magisterio en mi casa (en aquella época se podía estudiar libre), él me respondió que conociéndome sería maestro y todo lo que me propusiera; siempre se interesó por todos nosotros, sus alumnos.

Casilla Blanca, mi casa.

De hecho, fui alumno suyo en las Escuelas Nuevas y en Roma “la Chica”; después estuve como compañero en el colegio de La Fuensanta y finalmente, ahí mismo, lo tuve como director hasta que me marché de aquí al quedarme sin plaza. ¡Fue un gran maestro, un excelente compañero y mejor persona!

La actividad pictórica siempre estuvo presente en mi vida; desde pequeño pintaba todo lo que se me ponía delante, me gustaba el dibujo lineal; de ahí la perspectiva y el realismo que he querido dar siempre a mis cuadros. Pintaba las clases con mis compañeros, el salón de estudio, la clase de Doña Nieves con su brasero, los árboles y los caminos del parque cuando hacía novillos.

Pero en segundo de bachillerato y en la clase de dibujo artístico, que impartía D. Manuel Sánchez, fue cuando empecé a valorar la pintura. En ella, un día, D. Manuel repartió unas láminas de dibujo a todos sus alumnos para que las copiáramos, a mí me dio una flor y dijo que no le diera sombras ni carboncillo.

Cuando le presenté el trabajo, tenía delante una paleta, agua, pinceles… y con una gran maestría untó un pincel en pintura amarilla, hizo unos trazos, diluyó un poco los pigmentos en agua, dio otros trazos más claros, retocó los contornos… y aquello fue lo más impactante: «El color». Era la obra más bonita que había visto.

El viaducto.

Cuando regresaba de la escuela a la Casilla Blanca, donde vivíamos, me pasaba horas en el taller de José Luis Nula por el que sentía una gran admiración; después cuando pasaba los Chiles estaban las orillas de la carretera llenas de álamos negros, con los troncos encalados, la luz filtrándose por entre las hojas… era impactante: ¡Qué perspectiva, qué colorido, qué sombras…! Hoy desgraciadamente desaparecidos y muchas veces dibujados por mí.

Recordarlo me llena de tristeza. Como decía Don Antonio Machado: “Todo pasa y todo queda, porque los nuestro es pasar…” Siempre me gustó plasmar la realidad tal y como es: «hiperrealismo». Me gustan los paisajes, las sombras, los reflejos en el agua, los amarillos del otoño, nuestra sierra, los edificios antiguos, las calles… son mis temas favoritos.

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