POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Blanca, venerable, ilustre y gloriosa tiza del tabernero. Todo quedaba apuntado y escrito con tiza. “Qué se debe aquí”. La tiza emprendía un rapidísimo vuelo desde la oreja hasta el manchado mostrador para dibujar una raya y efectuar una suma. Hago memoria y localizo el rito de la aritmética de la tiza en varios de estos establecimientos, antiguos templos del vino. Lugares para el culto, la tertulia y la conversación.
Bajando una escalera, entro en Casa Paredes. Allí, Lorenzo Paredes -un excelente oficial de la tiza- en su taberna de la castiza Puerta del Sol de Montijo, no dejaba espacio por escribir. Conos, tinajas, mesas y el mostrador, llevaban la impronta de su aritmética y escribanía. Tampoco olvido como corría la tiza de Antonio Sánchez Serrano, en “La Posá”, apuntando los “trasplantes” y los “fandangos”. El bar El Portugués (Emilio Moreira Borreguero), el bar Tupi, Aurelio Mejías… Y una extensa nómina de maestros y oficiales de la tiza.
La tiza ha sido sustituida, abandonada, igual que aquellos establecimientos. Las cuentas se hacen por otro sistema. Un sistema muy avanzado, que bajo la caricia de un dedo sobre una pantalla, las presentan en un tique de impresora de ordenador. ¡Cómo avanzan las tecnologías! Sí que avanzan, pero nunca podrán igualar el olor a serrín mojado bajo la mesa de una taberna antigua de tertulia, cante, nostalgias y recuerdos.