ROGATIVAS
Sep 16 2017

POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

Habían transcurrido poco más de noventa años, y a las gentes de Orihuela y de la Vega Baja, por sus mayores le había llegado la noticia de aquel terremoto acaecido el 21 de marzo de 1829, cuando de nuevo, el 10 de septiembre de 1919 y días posteriores, las capas internas de la tierra volvieron a generar una serie de vibraciones en la superficie que alarmaron a la población y causaron muchos daños materiales en viviendas, edificios públicos e iglesias, sobre todo en las de Almoradí, Benejúzar, Benijófar, Bigastro, Daya Nueva, Dolores, Formentera del Segura, Granja de Rocamora, Guardamar, Jacarilla, Rojales y Torremendo. En esta última, de su torre se derrumbaba la parte superior y la nave quedó agrietada, la casa del cura en ruina y más de sesenta viviendas, algunas de ellas recientemente construidas, quedaron destruidas.

Según Lourdes Garrido García, el epicentro se encontraba entre Torremendo, Benejúzar o Benijófar, y la intensidad fue de VII-VIII, mientras que en Orihuela, fue de VI-VII.

Las noticias llegaban a la capital de la Vega Baja y eran reproducidas en el semanario Ecos, que indicaba que «por las Dayas y Benijófar habíase agrietado la tierra saliendo vapores densos y gran cantidad de agua».

A las 11 horas y 40 minutos del citado día 10 de septiembre, se produjo una gran sacudida que duró entre diez y doce segundos, que volvió a repetirse a los quince minutos y que fueron seguidas de otras réplicas que hizo que los oriolanos se echaran a la calle, con el consabido pánico. Se dejó de trabajar, y los talleres y comercios cerraron sus puertas y la gente intentó refugiarse en los centros de las plazas y paseos.

Como era costumbre cuando la impotencia humana no es capaz de enfrentarse a la fuerza de la naturaleza, se puso los ojos en el amparo en la intervención divina, recurriendo como en muchos casos a rogativas. Así, un grupo de mujeres entonando el «Himno eucarístico», se dirigieron desde el Rabaloche hasta el centro de la población, pidiendo que se sacase en rogativa a la imagen de Nuestra Señora de Monserrate, que se encontraba depositada en la Catedral con motivo de la tradicional novena. La devoción de estas oriolanas fue atendida y se llevó a efecto la misma, pero, durante ella, ocurrió un hecho que estuvo a punto de terminar con esta manifestación, ya que el zumbido del motor de un aeroplano que cruzaba el cielo de la ciudad, hizo presagiar que era otra vez la tierra la que rugía, ante ello, muchas mujeres huyeron abandonando la citada rogativa.

Durante todo el día, el alcalde José Martínez Arenas, se volcó auxiliando a los vecinos, visitando personalmente las pedanías y las calles más apartadas, repartiendo socorros.

Por la noche, muchas familias por temor, abandonaron sus casas y pernoctaron en tiendas de campaña, barracones, carruajes y a la intemperie. Aquellos que habían permanecido en sus domicilios a la una y media de la madrugada, al producirse una réplica, salieron de ellos a la calle dando gritos.

El domingo 21 de septiembre, una vez que la tierra se había calmado, y en agradecimiento a que en la ciudad no se habían producido pérdidas ni desgracias, se ofreció en la catedral una misa a la Virgen de Monserrate. Para ello, las autoridades locales pidieron a los vecinos que desde las ocho de la noche de la víspera se iluminaran los balcones y a la mañana siguiente se pusieran cobertores. El sermón fue predicado por el jesuita, P. Oliver y tras la misa se entonó el «Te Deum».

Han transcurrido casi diez décadas desde entonces y el hombre en estos últimos años ha desafiado a la fuerza de la naturaleza con edificaciones incomprensibles en una zona sísmicamente activa. Esperemos que, ante males mayores, no haya que recurrir a las rogativas.

Fuente: http://www.diarioinformacion.com/

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