RUMBO A SIGUENZA- GUADALAJARA- ESPAÑA
Nov 12 2023
POR FRANCISCO JAVIER ARELLANO, CRONISTA DE LUIS MOYA. ZACATECAS. MÉXICO
En una campiña agreste de la región Castilla- La Mancha está una ciudad escondida entre varios siglos y guardando su título de ciudad que le dieron los Reyes de España. Caprichos y avatares de la nobleza española. Sigüenza, la que domina el valle, tiene más de dos mil años de existencia. Mientras que la localidad de Madrid, la capital española, posee todo un orbe cultural, tiene la categoría histórica de Villa de Madrid; Sigüenza, con alrededor de 4500 habitantes, 4 taxis, un castillo, una catedral y una plaza, tiene título de ciudad. Dios os guarde, diría una expresión popular antigua.
Partí de Madrid a Sigüenza en un tren, no de mucha velocidad. Es octubre y está lloviendo. La lluvia y la electricidad son familiares pero también chocan. El gusano de acero se retuerce y parece fallar su avance. Se percibe la falla y un alcance violento de un tren rápido o de carga por la vía Madrid- Barcelona que puede suceder.
Después de una hora y media llegamos a Sigüenza. En este lugar se realizará el Congreso de Cronistas españoles y mexicanos. La lluvia persiste. En la estación ferroviaria no hay taxis porque todos andan ocupados.
Mi compañera cronista de Sigüenza, Pilar Martínez Taboada me llevó en su coche al castillo “El Parador” para ahí instalarme. Su carro, allá se dice coche, subió por la calle que se dirige al castillo. En la primera vista, lo vi monumental dentro de la borrasca; se impone su majestuosidad. Llegamos hasta la puerta de aquella mole pétrea y el coche penetró al primer patio. La reciedumbre de los muros del castillo se impone. Mi compañera ahí me dejó y regresó a la estación por más cronistas. Contemplé el primer patio del castillo que hoy es estacionamiento.
Vi las dos torres cilíndricas y unas banderas ondeando. Los muros del castillo culminan en sus almenas. Subí la pequeña escalera que da a una puerta automática que se abrió y me dio el paso al interior de la fortaleza. Me dirigí a recepción, buscaron mi nombre y estaba escrito en la lista de visitantes. La habitación es la 101. Me entregaron una llave grande, pesada, rústica, tiene varios dientes horizontales que se encajan en la cerradura de la puerta. El edificio tiene una planta baja y 3 pisos. El ascensor me conduce al primer piso. Un pasillo iluminado y alfombrado yace al paso del huésped. Por aquí debieron haber pasado los Reyes y los Obispos guerreros. A los lados se encuentran varios baúles, un mueble y sillones antiguos. Entrando a la habitación se observa el confort. La recámara, el tocador y las sillas son de madera pintadas de antigüedad. Al interior está una ventanita desde la que se observa el patio de armas, un jardín, el brocal de un pozo y los muros del castillo.
El tiempo se detiene en la historia. La observación de los muros trae forzosamente el recuerdo medieval. Se dice que los romanos construyeron este castillo. Sería en la Edad Media cuando los árabes lo utilizaron como alcazaba, una ciudadela o residencia de un gobernante. En la Reconquista española, el Obispo guerrero francés, Bernardo de Agén, derrotó a los árabes y conquistó este lugar en el año 1124; después el rey Alfonso VII se lo otorgó como residencia en el año 1146 y, desde esta fecha, sería Palacio Episcopal hasta 1796. El castillo es una ciudadela codiciada. Ha sufrido varios embates guerreros, lo han destrozado, lo han invadido ordas salvajes; ha sido cárcel, cuartel, monasterio y hotel.
La última vez fue bombardeado durante la Guerra Civil Española (1936) cuando el general Francisco Franco combatiendo a los republicanos atacó al castillo, a la catedral y otros edificios de Sigüenza. Y, sin embargo, aquí está, de pie, irguiéndose hacia el cielo pero sin dejar la tierra y esperando una mejor historia. El interior de la fortaleza sigue siendo un profano misterio.
Se dice que el Rey Pedro “El Cruel” encarceló a su esposa doña Blanca de Borbón y las lenguas de doble filo dicen que la mandó asesinar. Los reyes y sus debilidades humanas. A las princesas hay que amarlas, quizá dejarlas pero no matarlas; no obstante la penumbra de la Edad Media no daba luz al amor sino a la obediencia ciega. Mío Cid, mi señor… cita el primer monumento literario de la lengua española.
En la planta baja del edificio hay un salón que se llama “Doña Blanca”. Al fondo está la celda donde tuvieron presa esta jovencita, trueque, duele decirlo, entre sus padres y el Rey, lugar que aún guarda una oscura depresión. Aquí están colgados dos hábitos, hay una mesa-escritorio y una silla donde se sentaba aquella regia joven de 18 años para leer las místicas y obsoletas lecturas recomendadas por los religiosos que siempre aconsejan resignación.
En la actualidad, la celda esta obstruida por una reja de hierro y saliendo de la misma, está un salón de eventos sociales que también funciona como comedor. La imaginación legendaria cuenta que algunas noches se pasea Doña Blanca queriendo escapar del castillo y algunos le agregan que hasta se oyen los ruidos de las cadenas. Vale.
Antes de entrar al restaurante, está “El Salón del Trono” que es el lugar donde se impartía justicia por parte de los Obispos. Es imponente el lugar. Aquí desayuné 4 días de mi estancia palaciega en este lugar. Llama la atención las chimeneas que aún arden en la historia de este lugar.
No se puede evitar un pensamiento paralelo. Aquí durmieron, descansaron, habitaron reyes y obispos. Sus hazañas los convirtieron en seres legendarios pero la verdad es que también eran humanos, les daban agruras, sufrían de gota y soñaban que se caían de uno de los muros del castillo. Por cuatro noches dormí y comí como un rey.
– Oiga, de qué lugar tomo una fotografía del castillo que se vea espectacular- pregunté en forma directa a una trabajadora de recepción.
– Baje por esta calle, llegue hasta la plaza y busque la puerta del Toril que lo conducirá a la pinera y ahí está la foto que busca- me contestó la recepcionista con amabilidad y certidumbre.
Bajando del Castillo, por una calle curva pero hermosa, no todo lo recto es bello, está el templo de Santiago que también fue dañado durante la guerra civil. Es un templo románico del siglo XII. Está en reconstrucción. Cerca de este lugar está la casa del Doncel. Este personaje invade la idea de la lectura de toda Sigüenza y quizá de España. Lo describiré cuando llegue a catedral. De aquí está otro templo con invocación a San Vicente. Las fachadas góticas de estos templos son impresionantes. Conservan el culto a Dios con las fuerzas de sus piedras.
Tú eres piedra y sobre ti sentaré mi iglesia. Las fachadas tienen de adorno al estilo, porque el estilo es el hombre gótico, barroco o moderno, según el tiempo que le corresponda vivir. Más abajo está la plaza de Sigüenza que tiene una larga historia. Varios turistas comensales se preparaban a degustar la deliciosa cocina saguntina. Encuentro la puerta del Toril y atravieso el puente. Una vereda me lleva al pinar y desde ahí se ve el castillo en su majestuosidad. Vi a una joven que se parecía a Doña Blanca aunque tenía un color mestizo. Arriba de una peña tomé la foto que buscaba. La luz de la tarde, la foto del castillo y Doña Blanca, momentos que nunca olvidaré. El camino del pinar continúa pero vuelvo la vista y me encuentro con las torres de la catedral. Qué belleza de sitio. Los caminos de Aníbal, el general de generales, el general cartaginés que pasó por este lugar cuando iba a Roma; los caminos del Cid Campeador, la ruta de don Quijote de la Mancha, la literatura viviente en un sitio como éste.
Regresé exhausto al castillo por la calle principal y miré a un lado donde está otra calle llamada La Puerta del Sol. Pareciera que traigo perdido el sentido geográfico en el devenir y cruce de las calles angostas, curvas, cortadas de Sigüenza que no sé, claramente, donde está el norte. Mañana iré a misa a la catedral.
El día amaneció nublado y un viento serrano corre entre las calles de esta ciudad. El caserío guarda su vetustez en sus casas de piedra. Pareciera que el tiempo se ha estancado entre algunos callejones donde el misterio de una película aparece y desaparece. Llegué a la catedral. Su fachada es impresionante. Me impacta el rosetón, la puerta principal, sus dos torres y sus almenas. Entré al templo de San Pedro. Tres sacerdotes viejos ofician la misa y uno más toca el piano. Se hace una introducción desconocida para mí. La homilía trata de “La gloria de Dios”. Mencionan que la gloria es hermosura y que sólo Dios la da. Yo me pregunto, si doy gloria a los míos. Afirmativo. Yo no quiero la gloria para mí, la quiero para mi familia, para las personas que amo y quiero, para mis hijos y mis alumnos. No comulgo porque no soy digno, sólo soy un pecador. Al terminar el santo oficio hablé con el sacerdote que dio la homilía y le comenté mi reflexión. Me miró detenidamente y no sé si pensó también como él da gloria a Dios. Luego me contó que había estado en México cuando falleció Juan Pablo II. Tengo que retirarme del lugar porque voy a entrar a la catedral donde un guía explicará la historia de edificio medieval.
Las catedrales de España son museos y se paga por entrar. El guía nos condujo al retablo de Santa Librada, a la sacristía de las Cabezas y al final nos llevó a la capilla donde está enterrado El Doncel. Hay que satisfacer la curiosidad gatuna sobre el famosísimo Doncel. Es una imagen única, impresionante, muy bien labrada, hermosísima en su forma y con un pose dialéctico; se dice que no se sabe quién fue su autor y el lenguaje del guía se adorna con: “Las grandes obras maestras no tienen autor”. El Doncel se llamaba Martín Vázquez y falleció a los 26 años en la lucha contra los moros. Su familia lo rescató y le mandó hacer esta figura de mármol. Importa la pose del doncel que está recostado y tomando un libro en sus manos. No se sabe si está leyendo o meditando la lectura. Tiene las piernas cruzadas porque era “un cruzado” medieval. Sobre él y su familia se ha tejido una gran historiografía. Vale la pena observar esta imagen, sino se hiciera, el viaje a Sigüenza pudiera quedar trunco porque el Doncel ya es una figura emblemática, no sólo de Sigüenza sino de toda España.
En 3 días no pude conocer bien a Sigüenza. Me faltó conocer sus posadas, sus mesones y sus demás edificios representativos; platicar con su gente y pasear por su alameda. Escribo lo que vi. Sé que antes vinieron el filósofo don José Ortega y Gasset, el escritor Miguel de Unamuno y otros más que, escribieron, también lo que vieron y sabían de Sigüenza. Vayan mis palabras, un tanto vagas como yo, como un homenaje a la grandeza de este sitio histórico que bien pudiera ser nombrado Patrimonio de la Humanidad, pero la última palabra la tiene la UNESCO. Hasta siempre, Sigüenza.
FUENTE: F.J.A.

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