POR MIGUEL ROMERO SAIZ, CRONISTA OFICIAL DE CUENCA
Uno no sabe si la historia se hace al caminar o sí es el camino el que irá, paulatinamente, marcando el peso histórico de cada lugar o de cada entorno. Lo cierto es, que cuando te deslizas suavemente por caminos quebrados, a veces polvorientos y en ocasiones, solitarios, te inunda la tristeza del olvido y es, en esos momentos, cuando encuentras el sentido del tiempo porque a veces, la belleza no solo está en la naturaleza privilegiada y señorial sino que aparece sumisa bajo el encorchado de una espadaña poco altiva o enroscada en el portón de una fachada desdentada por el peso de los años y los avatares vividos.
El Campichuelo no es nombre despectivo, pretende dar vida a un rincón de nuestra abnegada provincia que vive a camino entre las grandes comarcas naturales de la Sierra y la Alcarria y que da vida a una serie de extensas hondonadas y valles donde duermen pequeños pueblos regados por numerosos arroyuelos que forman la red capilar de tierras, a veces rojizas, o tan ocres como el cigarral que, sin querer despertar del sueño dormido, te van abriendo paso hacia tierras solemnes de una Serranía maravillosa:
“Entre ocres dorados a destiempo, sus aguas, fluyen hacia arroyos centenarios, y gimen.”
cuenta, en la inmensidad del océano del tiempo histórico porque, no hay yacimientos que definan una rica antigüedad, no quedan restos que amparasen grandes hazañas, y no dicen, hubiese hombres ilustres propios de la vanagloria, pero en el rostro de los paredones de esos pequeños templos del recogimiento hay tanto arte como sentimiento en sus propios corazones.
Nos decía aquel Carlos de la Rica, tan genial como su entorno, tan vivo como su obra, tan grande como su arte, aquel artista que nos marca el camino de la belleza desde el cielo y que no nos deja desvirtuar los rasgos puros de la bella Cuenca que: “…por el Campichuelo, de pronto, siento el cálido aire del siglo trece dándome en la cara, poniendo todo su mágico conocimiento en los albañiles que recorren la comarca, urdiendo las mismas fábricas, colocando sillares, añadiendo la espadaña, la severa traza, la pequeña portada dejando para luego el arco que apuntaba, la ojiva sobre el doble columnario, entre tejados siempre la pequeña ventana que rasga la cabecera del templo, las chimeneas, el caserío más bajo luego entre los árboles.”, ¡que bellas palabras engarzadas en ese ritmo poético que él sólo ha sabido construir¡
Románico como arte. Románico como corazón de pueblos abnegados a un terruño ingrato. Entre pequeños valles más rastreados por el rebaño que cultivados a destiempo, pudo elevarse y no sabemos porqué iglesias, espadañas, torres y portadas:
“¡Ah¡, portadas del Campichuelo, riqueza del mundo, señorial congostura, que adornan jalonadas, dovelas y hornacinas.”
Cuando a partir del siglo XII, estos territorios castellanos situados al sur del Tajo, son reconquistados por las tropas cristianas, empezará una repoblación, a veces agónica, pero firme en sus deseos de fotalecer un hogar que diese sentido a la evolución de los reinos hispánicos.
Gentes procedentes de la alta Castilla, del señorío molinés e incluso de tierras riojanas hasta aquí llegarán a crear estirpe y dejar la huella indeleble en sus rincones, en sus moradas, en sus campos, surgiendo núcleos de población que empezarán a cubrirse con “una blanca túnica de iglesias” de un indudable interés que, a pesar de su escasa monumentalidad, formarán una cadena de edificios románicos, los más humildes de nuestros monumentos, construidos en los últimos momentos previos a la desaparición de este estilo, en esas especialísimas circunstancias de reconquista y frontera tan fuertemente ligados a los movimientos repobladores.
El estilo románico constituye, sin duda, ese resurgir del arte cristiano, reuniendo las distintas tendencias de la temprana Edad media y encontrando un lenguaje propio en todos sus aspectos, aunque no exprese tal condición este románico localista de nuestra tierra.
Cronológicamente, el románico que se va a desarrollar en este territorio puede considerarse como tardío, con una abundancia de edificios construidos, bien entrado ya el siglo XIII. Pese a esta cronología tardía, estas tierras participarían plenamente del desarrollo y expansión que la época románica significó para todo el occidente europeo. La repoblación de la zona supuso la consecución de una seguridad territorial de la que había carecido durante décadas y, por consiguiente, dio lugar a un crecimiento demográfico, no tanto en estas tierras como en las cercanas a la ribera del Tajo, a la roturación de nuevas tierras y a la creación de numerosos, aunque pequeños, núcleos de población
Cuadrillas de canteros procedentes en su mayoría de los núcleos rurales del norte o de los monasterios llegarían a las zonas recientemente conquistadas para intervenir en las construcciones más importantes o, simplemente, en las construcciones de los pequeños asentamientos. Su formación era la románica, desconociendo los ensayos que en muchos casos ya se estaban realizando, en las ciudades, con el incipiente gótico y por lo tanto, produciendo arquitecturas que en muchos casos se reducen a la mínima expresión del antiguo estilo, resultando un arte decididamente localista y popular, que aquí en Cuenca se llega a hacer, incluso, más humilde.
Las iglesias aquí construidas entran dentro de la tipología de este románico popular en el que estos edificios no son excesivamente monumentales y presentan un estilo localista por su programa o ejecución. Son iglesias de nave única, con presbítero, ábside y espadaña, orientándose, según su eje longitudinal, en la dirección oeste-este.
El ábside, situado al este y semicircular, se cubre con armaduras de madera o por bóvedas de yeso de cuarto de esfera y ne de ventanas aspilleras, a veces con derrames, flanqueadas en los ejemplos más notables por columnas que sostienen arcos de medio punto.
La puerta principal, situada normalmente en el muro meridional, suele estar flanqueada por pares de columnas que sostienen archivoltas múltiples de medio punto o apuntadas; se protege por un pequeño “tejaroz”, algo muy usual en el Campichuelo dentro de su construcción popular. Al edificio de la iglesia se le adosa el cementerio, incluyéndole en el conjunto con un recinto murado que se situa en lugar preeminente y a veces, como coronación del núcleo. La comunicación con el cementerio obliga a la apertura de un segundo acceso que se suele abrir en el muro norte, enfrentado al principal del edificio y con una puerta, ahora cegada en la mayoría de las iglesias. Así lo encontramos en Torrecilla, la Frontera, Sotos y Mariana; o bien, accesos en el muro poniente, únicos o complementarios al principal, que aparecen en Villaseca, Zarzuela, Ribatajada y Ribagorda; en sentido contrario, estaría la de Ribatajadilla.
Tanto la nave como la cabecera se suele rematar con cornisa sobre canecillos lisos, cornisas de piedra o simples vuelos de roscas de teja vuelta.
La espadaña, símbolo inelulible de este bello estilo aquitectónico, es triangular, con dos huecos para las campanas y, se sitúa, en la mayoría de los casos, a los pies de la nave y sobre su muro de poniente. La irregularidad alcanza a casi todos los elementos del edificio, pues los descuadres y falta de simetría son características bastante generalizadas.
Pero, sin duda, este modelo de iglesia debe entenderse como el resultado de una simplificación, debido fundamentalmente a la popularización de los esquemas y del sistema de valores románicos, de los edificios que le preceden dentro del estilo. A nivel simbólico y a pesar de conservar los elementos fundamentales de la iglesia románica, se empieza a difuminar la idea básica de la articulación de dos espacios perfectamente definidos: el de la cabecera y el de la nave.
Esta gran variedad de iglesias nos permite poder encontrar una tipología que llega a ser original por su proximidad y, a su vez, por sus diferencias.
En iglesias con ábside semicircular y nave única y que, curiosamente, corresponden con las mejores muestras de este estilo aquitectónico, estaría la de Ribatajada, Torrecilla, Mariana, Pajares y la bella ermita de la Horcajada en Ribagorda, cuya irregularidad en su planta y su presbiterio le hace ser una de las muestras de mayor excepcionalidad de toda la zona.
En cuanto al tipo de iglesias totalmente abovedadas, cuyo elemento se utilizará fundamentalmente para los espacios de la cabecera, el presbiterio y el ábside, espacios que suelen ser bastante preeminentes y que en estos edificios de construcción de materiales humildes, suelen ser más significativos, tenemos la de la Frontera, Zarzuela y Villaseca, aunque en algunos casos presenten cierta duda, por haber sido sustituidas sus cabeceras.
Es el ejemplo de Ribatajada, Sotos o Mariana, cuya cabecera se sobrevoló o se cambió su primitiva cubierta por una curiosa bóveda sobre los espacios del presbiterio y ábside como sucede en la ya citada ermita de la Virgen de la Horcajada de Ribagorda. Sobre las espadañas podríamos igualmente hacer marcadas diferencias en base al mantenimiento de la original o de sus posteriores sustituciones o modificaciones.
En algunos casos, la sustitución completa de los antiguos campanarios por torres, algunas sin dejar rastro de la construcción primitiva, siempre más valiosa por su original ha modificado sustancialmente la estructura del edificio, haciéndole perder ese carácter estilístico que les define. Igualmente sucede en la orientación de su entrada principal que ha variado según el modelo constructivo, algunas veces obligado por necesidades de acceso. Es más usual encontrar el acceso principal a la iglesia en el muro sur, pero en esta zona aparece una variedad contrastada por la propia originalidad de su entorno. Así la entrada por la parte septen trional la encontramos en la iglesia de Torrecilla; con acceso en los muros norte y sur, está la Frontera y Sotos y con acceso a los pies de la nave, Villaseca, Zarzuela y Ribatajada, que además presenta accesos laterales. Estas tipologías están determinadas en adecuación del edificio al espacio urbano o, lo que es más probable, como comunicación secundaria con los recintos murados exteriores utilizados normalmente como cementerios.
En cuanto al trato en el elemento decorativo de los cuerpos de portada hay que hacer cierta distinción por cuanto suele ser la parte más llamativa, sugestiva y artística.
Todo el esfuerzo decorativo del edificio se concentrará en este elemento gracias a la utilización de columnas y arquivoltas, teniendo en cuenta que esta arquitectura humilde se suele resolver con simples arcos adovelados y que no superan los gruesos normales de los muros, existiendo mínimos recercados decorativos que refuerzan visualmente los sencillos arcos de ingreso. Así sucede en las portadas de poniente de Villaseca y Zarzuela; en la portada sur de Torrecilla; en la septentrional de Mariana y la Frontera y en las de Pajares, Ribatajadilla y Ribagorda. En las originales puertas apuntadas, resalte marcadamene estilístico, destacarán sobre las demás, las de Torrecilla, la Frontera y Ribatajada. Será por último algo digno de resaltar, algunos otros elementos decorativos que le dan esa personalidad propia, como es el caso de la decoración vegetal como motivo más generalizado y que puede presentar la estructura foliácea como en Ribatajada o la de los capiteles historiados como la de la Virgen con el niño de la misma iglesia o esos capiteles con animales enfrentados que responden a ese gusto simétrico y que aparecen en Sotos, encuadrados incluso por un alfiz de influencia mozárabe. El caserío en los poblamientos del Campichuelo, nacidos de la repoblación cristiana de los siglos XII y XIII es sencillo de traza, popular y localista, sin apenas elementos significativos dignos de mención, excepto los famosos “tejarozes”, que cubren las puertas, algunas ventanas, balconajes o entradas a edificios. En algunos casos, pueden abundar las rejas de forja, ahora perdidas en gran parte y que, en su momento, definirían el status de sus ocupantes, siendo siempre huella de riqueza dcorativa serrana. Típico en estas cosntrucciones eran los habituales porches de entrada, que en algunos casos, llegarían a ser usuales en localidades limítrofes a esta comarca y que, fueron perdiéndose con las remodelaciones posteriores para ganar espacio a los habitantes.
El Campichuelo es un paisaje de tierras ocres y rojas que parece susurrar entre la soledad de un árbol y el misticismo de sus iglesias románicas.
Esmaltando su campo, numerosos pueblos, molinos, aldeas y ermitas, envuelven la humildad de sus gentes, entre ese campo regado por abundantes arroyuelos que forman la savia del tiempo que rige a los pies de esa señorial sierra de Bascuñana.
Y siguiendo siempre a mi maestro Carlos, hablar del Campichuelo es hacer perfil del ensueño porque:
“…hay corredores acorralados con pequeños sistemas de montañas porque esta rara región tiene un peculiar románico rural, elevado, señorial, entre pueblos pequeños y muy interesantes, con cuevas bodegueras y vino familiar, entre un sinfín de detalles que solo aquí puede encontrarse. Agudos paisanos y pregoneros voceros todavía sin sustituir que despiertan a pueblos durmientes que se dejan mojar por las lluvias o el olor a tomillo, regalados por los caños de las fuentes de sus plazas, tumbados al sol como un lagarto. ¡Qué gran Campichuelo, qué gran campo de Ribatajada¡
Y acabo con la misma estrofa de Pemán que me hizo iniciar andadura:
“La voluntad recia y dura, cuando se empeña, convierte las montañas en llanuras.”